Páginas

jueves, 28 de mayo de 2015

XXI

Si ves una llamada mía,
no respondas.
No soy yo la que habla,
son las hormonas,
o la primavera,
o el vacío en el pecho.

Ese último dice
que te echa de menos,
que se hacía chiquito con tus abrazos
y ser tan grande le agobia.
Sabe eso de que cuanto más alta la torre,
más dura la caída.
Y se emparanoya.

Yo ya no.
No te creas.
Más bien poco.
Más que poco,
una mierda.

lunes, 25 de mayo de 2015

El haal y la existencia

"En bastantes culturas musulmanas, cuando quieres preguntar a alguien cómo le va, preguntas: en árabe, Kayf haal-ik? o, en persa, Haal-e shomaa chetoreh? ¿Cómo está tu haal?
¿Qué es eso del haal? Es el estado transitorio del corazón de una persona. En realidad, preguntamos '¿Qué tal le va a tu corazón en este mismo momento, en este suspiro?' Cuando pregunto '¿Cómo estás?' es lo que realmente quiero saber.
No quiero saber cuántas cosas tienes pendientes de hacer, ni cuántos mensajes tengas en tu bandeja de entrada. Quiero saber cómo está tu corazón en este mismo momento. Cuéntamelo. Cuéntame que tu corazón está gozoso, cuéntame que tu corazón está doliendo, cuéntame que tu corazón está triste, cuéntame que tu corazón ansía contacto humano. Examina tu propio corazón, explora tu alma, y después cuéntame algo sobre tu corazón y tu alma. 
Cuéntame que recuerdas que aún eres un ser humano, no un 'actuar' humano. Cuéntame que eres más que una simple máquina, tachando cosas de una lista pendiente. Ten esa conversación, esa iluminación, ese acercamiento. Deja que sea una conversación sanadora, llena de gracia y presencia.
Pon tu mano en mi brazo, mírame a los ojos y conecta conmigo por un segundo. Cuéntame algo sobre tu corazón, y despierta el mío. Ayúdame a recordar que yo también soy un ser humano completo y lleno, un ser humano que también ansía contacto humano."
- Omid Safi, The Disease of Being Busy

Bukowski, putoamo.


"¿Cómo demonios puede un hombre disfrutar ser despertado a las 6:30 a.m. por un despertador, salir de la cama, vestirse, alimentarse sin ganas, cagar, mear, cepillarse los dientes y el pelo, y luchar contra el tráfico para llegar a un sitio donde básicamente has ganado grandes cantidades de dinero para otro y has sido instado a estar agradecido por tener la oportunidad de hacerlo?"

Es simple, el sistema capitalista vive enteramente de la alienación de las hormigas obreras que le regalan (ya ni venden) su fuerza de trabajo; esto es, lo más preciado que tienen, parte de sí mismos, sus conocimientos, su esfuerzo, su pasado y su futuro. Eso es lo que ceden a cuatro gatos solitarios que han amasado grandes fortunas a costa de personas, y aun así pueden dormir con la conciencia tranquila, acallada por la sensación de poder y prestigio que otorga un constructo social tan vano y deleznable como el dinero.

Y se nos dice, desde pequeñitos, que "así son las cosas". No. El sistema es tal porque queremos que lo siga siendo. Todo aquello que haya sido obra del ser humano es perceptible de ser cambiado. No podemos luchar contra las catástrofes naturales, pero sí contra la anulación sistematizada de la persona, enmarcado dentro de un sistema, el capitalista, que lo justifica y legaliza.

Es difícil, no hay duda alguna sobre ello, pero no es imposible. Decir que todo aquello que puede soñarse puede cumplirse es caer en clichés cursis que esas mismas personas que destruyen nuestra humanidad han sabido inculcarnos, sin decir también que les han puesto límites hasta a los sueños. Límites y precio.

La clave está en obedecerse a uno mismo, tratar de cultivar un acerbo cultural y un espíritu crítico que nos proteja de las garras de la injusticia capitalista. Y es que, el consumo, nacido en el intercambio de bienes debido a la necesaria movilización de recursos: si yo tengo cuatro peras, y tú cuatro manzanas, y ambos queremos probar lo que tiene el otro, no es malo per se intercambiarlo, pero ello tiene que hacerse en una dinámica de igualdad y respeto que brilla por su ausencia actualmente. No tenemos por qué vivir en precariedad, como ellos nos han dicho siempre, en caso de oponernos frontalmente al capitalismo. 

Y es que no es cuestión de ser todos pobres, sino de ser todos todo lo ricos que los limitados recursos mundiales permitan. Que no es poco.



MLK

No one really knows why they are alive until they know what they’d die for."
Martin Luther King

¡QUE VIENEN LOS ROJOS!

¡Extra, extra! Tertsch nos había avisado, pero, cegados por el populismo chavista bolivariano bolchevique castrista, elegimos ignorar a esa mente prodigiosa. Anunció el peligro del inminente progreso venezolano, libertades cubanas y papel higiénico coreano. ¡Ay, pobres de nosotros! El nivel de inmigración de los países comunistas ha aumentado un 371%. Se baila zumba cubana a ritmo del himno de la Internacional (si bien estos rojos saben bien cómo mover los cuartos traseros).

La extremísima izquierda se ha hecho con las ciudades más importantes del país. A Madrid ha vuelto ETA (pero, esta vez, en su vertiente “Espe ‘Tas Acabada”), y se planea un asalto al Congreso entre perroflautas y bolcheviques, con canciones reivindicativas en contra del gobierno y cócteles molotov. En Barcelona los catalanes han renegado totalmente del “segundo puto gallego que nos jode de esta manera” y han empezado a hacer altares con la fotografía de Lenin.

Nada más lejos de la realidad, aunque ya le molaría al Inda. Increíblemente, la politización de un movimiento de indignación como ha sido Podemos, ergo, la intrusión en el arcaico juego político español de un elemento nuevo, ha tenido efecto, en contra de las catastróficas previsiones que muchos, me incluyo, teníamos. La bruja Aguirre se ha caído de la escoba intentando hacer un loop por encima de sus posibilidades (pero no se ha escoñao, mala suerte la nuestra, pacto con el diablo la suya). Ada Colau es la semilla de vida que se quiere sembrar en la Ciutat Morta de Xavier Trias, y, bueno, no hablemos del movimiento Pro-Manuela y el arrebato de la capital al PP después de décadas. Rita Barberá ahora está, como bien dice Raquel Martos, al fresquet, y con una cara digna del magnífico Jabba The Hutt.

La derecha está asustada, a-co-jo-na-da. Que yo lo entiendo. Si estás sentado en un sofá comodísimo (los sobres llenos de fajos de billetes dan calor y son muy mulliditos) y vienen cuatro comunistas a expropiártelo, pues jode. Jode que la gente empiece a luchar por sus derechos, sus libertades y, en definitiva, empiece a tomar control de su vida. Jode que se hayan abierto muchos ojos (si bien sigue siendo un país de ciegos), y que su mirada sea de decepción y odio. Pero bueno, quien se pica, ajos come, aunque no sé cómo compaginarán muchos esa dieta con su tradicional chupar sangre inocente.

A todo esto, yo tengo fe en que Mariano se traiga algo gordo entre manos. Así, en su papel de tontico del partido, un poco a lo Pedro Sánchez, cagándola en modo repetición, ha favorecido más al fin del bipartidismo que gran parte de movimientos de izquierdas. Se mueve dentro del PP, frustrando intentos de seguir a flote, comunicándose con los ciudadanos a través de pantallas, asegurando que el paro son como los unicornios. Y ahora calla, probablemente frotándose las manitas y murmurando “Shí, shí, el plan va como había previshto”.

Ahora, rojitos míos, no nos durmamos en los laureles, que los votos a los partidos tradicionales han bajado, sí, pero no tanto como se podría esperar con semejante marrón encima. Pero bueno, hay días tontos, y tontos todos los días, y, desgraciadamente, la participación electoral entre los sectores más enriquecidos de la sociedad es muy alta, debido a que ellos sí saben cuáles son sus intereses y actúan para favorecerlos. Hagamos lo mismo, pero sin confundirnos de clase. No somos los de arriba, somos los de abajo, los que han de luchar para que mueran estas divisiones de una vez por todas.

Y, por cierto, Marhuenda, me suena haberte oído decir a Colau algo como que te ibas de España si ganaba las elecciones. No dudes en que habrá crowdfunding para financiarte un billete de avión directo a Corea del Norte. Besis.



sábado, 23 de mayo de 2015

XIX

- ¿Quién te hizo esto? ¿Por culpa de quién el dolor rebosa de cada uno de tus poros?

-¿Quieres saberlo? Todos los amores no correspondidos. Y los amaneceres nublados. Y los atardeceres tempranos. Las camas frías, y el café descafeinado. Las guerras y las mentiras de los periódicos. La muerte y su risa en mis pesadillas, aliada con el paso del tiempo. Las calles llenas de gente y la nieve sucia. Los pájaros callados. El calor bochornoso. La leche cortada y el medio limón olvidado en todas las neveras. El sonido de un reloj en medio de la noche. Y los mosquitos. La intransigencia y el egoísmo. Todas las mentiras y todos los mentirosos. Las oportunidades perdidas y las anclas del pasado, enganchadas a las heridas que impiden cerrar mientras ríen con sorna. Las noches de insomnio. Y los atascos. Los abriles sin lluvia. Los regalos decepcionantes. Las mañanas frías. Los jerseys que pican. El agujero dentro del pecho, tirando hacia la izquierda. Los labios negros y las mentes a oscuras. Las huidas en mañanas de resaca. Las espaldas que te plantan cara. Los dibujos rotos. Los corazones remendados. Las avenidas sucias. Los charcos en los que no se puede saltar. La gente que se esconde de las lágrimas del cielo. Las nubes sin forma. Los aullidos sin destinatario. La incomprensión. Las sábanas que huelen a colonia. Los gatos que no son negros. Las canciones tristes, y las que se alían con recuerdos. Las imágenes que quiero olvidar, y están muy cómodas en mi cabeza. La vida que he elegido, y la que no pude decidir. El futuro incierto, y las seguridades. 

- ¿Nada de corazones rotos?

- Nada de corazones rotos.

Chucuchú

No me eches la culpa a mí. Yo nunca termino nada de lo que empiezo. Se me caen las ganas a los pies, que las enfrían y hacen inservibles. Yo miro al espejo de reojo y a los atardeceres con la atención que se merecen las cosas bonitas. Yo me pierdo en las miradas de la gente y no la oigo cuando habla, porque tratan de engañar a sus verdades con palabras. Yo busco unas manos más bonitas que unos pómulos marcados, para que me sujeten por la noche si me caigo en sueños, o quiero echar a correr sonámbula, vaya a ser que me tire por la ventana y no consiga volar. Yo no soy ni de chocolate ni de vainilla, sino de galleta maría, y no me gusta el helado si no es en cucurucho y compartido. Yo estoy tan arriba como puedo estar abajo, subida a una montaña rusa con un cinturón un poco flojo, que no para ni de día ni de noche, encendida sin control. Pero no te pedí que te subieses conmigo. Porque es difícil soportarme, te lo digo yo que me conozco de un par de días. Porque soy un osito de peluche con las garras de uno polar. Y me las clavo por la noche si no puedo dormir. Así que si quieres perderte conmigo, hazlo, pero cuando acabemos lanzándonos dardos envenenados, no podrás decir que no te lo advertí.

Guiño, guiño, patada en la entrepierna


El rollito del ave fénix

Vivimos con miedo de que nos hagan pedazos.

Río.

No se va a construir un edificio desde sus cimientos,
a no ser que esté destruido.

No hay más manera de salir a flote,
que tocar fondo.

Lamo mis cicatrices,
pues esas heridas
me han hecho la persona que soy.

Que también será destruida.


El juego de la memoria

- ¡Estás para foto!

Atrevido insulto para la escena. Si algo tiene vocación de recuerdo, el lugar que le es propio es el baúl de la memoria,  no un carrete. Y es que las fotografías son reflejos inexactos, manchas de colores en un papel, o bits ordenados en la pantalla de un ordenador. Y el papel se quema. Los archivos se borran.

Los momentos se atesoran involuntariamente. No somos conscientes cuando decidimos que el lunar en el pecho de un amante, la sonrisa de un confidente, la luna creciente más menguante de la historia o los posos de la taza de té de aquel día tan fatídico, permanecerán eternamente con nosotros.

Nuestra memoria juega sola en el tablero. Se da cuenta de que la sangre fluyó más rápida cuando tus ojos se encontraron con dos manos rozándose, o una flor tirada en medio de la carretera, y en base a ello guarda el momento exacto, tal como lo viviste, atado a sensaciones inexplicables, irrepetibles  y, mucho menos, perceptibles de ser guardadas en una fotografía.

Y tú, sin ser consciente, rememoras ese recuerdo, de manera que se queda grabado a fuego en algún punto de la masa gris. Con frecuencia variable y descendiente. Empieza siendo todas las noches, antes de caer en brazos de Morfeo, en una fracción de segundo la imagen de corta la respiración y te obliga a abrir los ojos. Pasa a ser de vez en cuando, en el bullicio del metro. Y, finalmente, ese recuerdo se ve condenado a una relación causal. Ves la cama revuelta de amor de una sola noche que quisiste que fuesen tantas en todas las camas revueltas desde entonces.

Tú no juegas a escoger guardar recuerdos. Eres un muñeco de trapo en el proceso. Y tu subconsciente, tu mente, tu otro yo o como quiera que se llame aquel que maneja nuestros cables, será el que moverá los hilos para poner la piel de gallina, o provocar el llanto después de una sonrisa.


No perdamos el tiempo en tratar de aprehender momentos que están predestinados a esfumarse. 



martes, 19 de mayo de 2015

La tauromaquia o el arte de la tortura

En el siglo XVI, el archiconocido zar Iván el Terrible era un adepto del juego denominado "cazar la gallina", consistente en atar las manos de campesinas para que persiguiesen a un pollo por un patio hasta que alguna consiguiese hacerse con una pluma. Las campesinas, desnudas, eran diana de flechas lanzadas por los espectadores. Una risa, tremenda diversión a costa del dolor ajeno. Cabe destacar que esta práctica no ha llegado al siglo XXI como elemento definidor de la cultura rusa, ni mucho menos. Entonces, ¿por qué se sigue defendiendo la tauromaquia con tal argumento?



En primer lugar habrán quienes argumenten que no hay punto de comparación, pues en un juego se maltrata la vida humana y en el otro, la animal. Ahora, cabe preguntarse, cosa que pocos habrán hecho, cuál es la barrera que separa ambas vidas. ¿La conciencia? ¿La voluntad? Toreemos, pues, a discapacitados mentales. Porque, en términos absolutos, ambos seres sienten dolor, ambos seres sufren en sus carnes las heridas. Es, en el cómputo total, vida, que en ninguna de sus variantes puede ser depreciada de tan vil manera.

Vayamos, pues, a los toros. Cultura, dicen muchos. Basura, digo yo. ¿En serio alguien puede estar orgulloso de que la identidad de su nación se defina en torno a una práctica tortuosa y sangrienta? Y reír sobre ello, y ponerse en las primeras filas, que con suerte puede que salpique sangre. Si este es uno de los elementos de nuestra cultura, reniego de ella categóricamente. Habría que observar, claro está, a los férreos defensores de esta fiesta nacional. Borregos, bastos, ignorantes y brutales, de comportamientos machistas y arcaicos.

Aún más, de cara a la comunidad internacional, somos la risa, la mofa, el icono del desprecio. Países europeos tan avanzados en materia de respeto de derechos animales no se ríen de nosotros porque solo les queda lamentar que aún a día de hoy se conserven costumbres paleolíticas como lancear a un pobre animal.

Y digo pobre, e indefenso, porque la lucha nunca está en igualdad de condiciones. Los toros salen al ruedo deshidratados, confusos, drogados y ya heridos. Su fin en la vida es desde el primer momento servir a la reafirmación de la dudosa virilidad de un gilipollas con el pene y las entendederas demasiado cortos. Que esa es otra, abogaría sin dudarlo por la desaparición de una especie artificial, si están predestinados a sufrir (que no ya morir, sino hacerlo entre terribles dolores).

Confío simplemente en que el pueblo español deje atrás las carencias que lo definen y que, aunque duela admitirlo, se heredan generación tras generación. En este caso, las carencias son de humanidad y cordura, de sensibilidad y lógica. Alguien que disfrute viendo sufrir a un pobre animal, borra la barrera que separa a este último de la humanidad. Poco más, y acabaremos rebuznando y soltándonos mordiscos. Y qué triste.





lunes, 18 de mayo de 2015

!!!




Platero y el ciudadano medio

"El mejor argumento contra la democracia es una conversación de cinco minutos con el votante medio".

Tales palabras fueron un certero golpe asestado por Churchill a la democracia moderna. Después de más de medio siglo, siguen teniendo una lamentable vigencia. Y es que, aún a día de hoy, el ser un ciudadano es la rareza, la excepción a la regla, el triste caso aparte.

Entendemos la ciudadanía en materia de nuestros derechos (nos viene fabuloso todo lo que nos favorezca), pero nunca nuestros deberes (porque supone un mínimo esfuerzo). Y es que, más allá del pago de impuestos y el respeto a la Ley, nuestros deberes como ciudadanos abarcan el campo moral, dentro del cual habríamos de incluir la dimensión política, entendida como gestión de los conflictos nacidos en el seno de la sociedad (eso de lo que formamos parte, sí).

Ser ciudadano implica ser consciente, ser activo, ser partícipe. Relegar nuestra soberanía a cuatro gatos de bolsillos hinchados nos libera de la carga de las decisiones, sí, pero nos echa encima el peso de la injusticia y la opresión, que, lamentablemente, suele caer en los estratos mas bajos.

Ser ciudadano es dejar la faceta animal, la egoísta e intransigente, y asir con fuerza la bandera de lo común, lo social y lo empático. Ser ciudadano supone preocuparse por la realidad compartida que vivimos y, antes de formular juicios, recopilar toda la información posible, más allá de los medios de manipulación comunicación imperantes. Entender antes de opinar, y mucho menos de decidir. El voto informado, como mínimo.

En palabras simples, gozar de la vida en sociedad precisa de ser un personaje activo e informado, que vela por sus intereses en el seno de la comunidad, y no por ello imponiéndolos, sino deliberando hasta llegar a un punto común que satisfaga al resto de implicados.

Enmarcándonos dentro de la necesidad (que no realmente necesaria, pero eso es otro tema...) de representatividad en la que nos hallamos, la responsabilidad del ciudadano se halla en la necesidad de información contrastada y no sesgada, que le permita forjarse una opinión con base y fundamento, a partir de la cual podrá elegir a esos representantes que tendrán su vida -y las de todo un país- en sus manos. Sin embargo, dicha responsabilidad no se limita a las urnas, ni mucho menos. La noción de representatividad exige un control de la misma; es decir, procurar que no se les vaya la cabeza a los políticos con el poder que nosotros hemos elegido darles.

Y ahora se podrá entender la visión apática y desencantada que muchos compartimos en relación con la vida política española. Entre todas las edades reina la ignorancia y, aún peor, el enorgullecimiento por ello. No nos basta con ver las penosas consecuencias que tal comportamiento nos ha acarreado (que, ya de hablar de recuperación, podemos hablar de mis cojones), sino que seguimos hurgando en la herida, tratando de hacerla profunda y que genere una gangrena que lleve el país a pique. 

Y quizá es lo que nos merecemos, al fin y al cabo, los políticos son un mero reflejo de los ciudadanos, por mucho que tratemos de ponerlos en un mundo aparte, como si de otra especie se tratase (si bien Esperanza Aguirre tiene un poco pinta de reptiliana). Vienen de nosotros, comparten nuestros valores, de ensalzar el pillaje y el engaño, y criticar la inteligencia y la audacia, sea por envidia, o por pura ignorancia.

Aquí, en este punto nos hallamos en vistas de las elecciones autonómicas, cuyos resultados son la antesala de unas generales que se esperan con grandes expectativas, que esperemos no sean frustradas, y el reflejo de la mella que ha hecho la deplorable situación del país con nosotros. Aguardando aún la decisión del pueblo, podemos preguntarnos si éste ha visto la luz, o sigue estando más a gusto en la caverna.




domingo, 17 de mayo de 2015

El valor depreciado de la vida humana

Resulta sorprendente el poco valor del que dotamos a la vida humana. Generalmente insensibles al asesinato indiscriminado de miles de personas, exculpándonos con el elemento de la distancia, no salimos de nuestra ególatra burbuja ni aun cuando la muerte golpea nuestra ventana, tocándonos de cerca, respirándonos en la nuca. 

Y es que no nos damos cuenta de todo lo que una sola muerte implica, no digamos ya cientos, miles o millones. Para nosotros, cada uno de los humanos, nuestra vida es, a fin de cuentas, todo lo que realmente poseemos -en términos de préstamo para con la fortuna-. Nuestra vida es nuestra única e irrepetible porción del universo, creada por nosotros y nuestro entorno, moldeada una realidad que no podemos compartir, lo que supone, necesariamente, lo especial de la misma.

Sin embargo, no alcanzamos a apreciar que, siendo ello tan valioso en términos individuales, en términos generales y multitudinarios habría de ser excelente. Y lo es. El increíble potencial que alberga la naturaleza humana, depositada en miles de millones de personas, es infinito, e infinitamente bello. Y, sin embargo, no nos recorre ni un escalofrío por la nuca al ser bombardeados cada día por las noticias mundiales: genocidios, atentados, violencia indiscriminada por materia de raza, credo, género o estatus social. 

No nos percatamos de que cada cifra esconde e impersonaliza vidas humanas, que tenían lazos con otras que, con suerte (o sin ella), aún siguen aquí. Son los hijos, padres y hermanos, como podrían ser los nuestros. Cómo lamentaríamos la muerte de uno solo de ellos, el cese de su existencia, la negación eterna de su presencia. Y no mostramos ni un mínimo de solidaridad con aquellos que han habido de sufrir, sin buscarlo, tal castigo -y no precisamente divino-.

Nos seguimos excusando en lo doloroso que sería tener que tomar conciencia de todas las penurias mundiales, insoportable hasta el nivel de hacer inconcebible nuestra propia existencia. Por eso somos frío ante el ardiente sufrir ajeno. 

Pero tal excusa me resulta nimia y cogida con temblorosas yemas de los dedos. Simplemente preferimos vivir bien dentro de nuestro oasis de irrealidad, con problemas del primer mundo que sirven como mero entretenimiento, película gris, traslúcida, que nos impide ordenar nuestras prioridades como debiéramos. Somos unos críos malcriados incapaces de mostrar empatía alguna. Y qué triste.



sábado, 16 de mayo de 2015

No hay mayor asesino que la propia mano

Agh, sufrir por otros. Me niego, en redondo y en cuadrado, a derramar una lágrima por otra persona. El dolor nace en uno mismo, soy yo quien le da forma a mis miedos a través de la deformación de mis sentidos. Así que, ahora, arráncame la piel a tiras, grítame mis inconfesables defectos en una plaza llena de gente, y déjame sola en medio del vituperio generalizado, que, te lo aseguro, solo dolerá cuando le abra la puerta al miedo y la inseguridad. He arrancado los cables del telefonillo, así que pueden esperar sentados.

viernes, 15 de mayo de 2015

XIII

Y ahora solo quiero quererme. Y dejar de existir. Quiero vivir, pero sé que no atrevo a caminar con mis pies. Lo haré a través de las palabras de otros, leeré las mentes de los atrevidos que las plasmaron en páginas, lloraré sus penas, me angustiaré por sus angustias, desapareceré con sus finales. No oiré más palabras de amor fingido que no sean las que se cantan con un rasgueo continuado, o el lamento de un violonchelo perdido en alguna habitación insonorizada. No sentiré más calor que el del sol de primavera lamiendo mi ventana. Se me erizará el vello de los brazos, la piel de gallina, fría, escalofría, solamente con besos de terceras personas de quienes solo sé el nombre.

Y dejaré de existir. Anulando mis sentidos. Dando de baja mis dolores. Merece la pena una vida que es vivida, pero no pretendo arriesgarme a que sea la mía. La dejaré en su envoltorio original, intacta, preparada para la devolución entre lágrimas en unos años, quien sabe si diez, si veinte, o si la próxima vez que vaya al baño. 

Reencarnación

Hoy desperté, en una cama que no era la mía, con ganas de reencarnarme. En hormiga, que soporta sobre sus hombros el peso infinito del mundo, para acabar su existencia en la suela de alguien con complejo de Dios y poco cuidado con dónde pisa. En marea, yendo y viniendo a besarle los pies a la amada orilla, y lamiendo el cuerpo de sus amantes, las rocas, dentro de una contradicción que le da la sal a las lágrimas que le corren por el cuerpo más que por las mejillas. En Sol y en Luna, en un eterno romance, sin fin a los ojos mortales, sin satisfacción del deseo, la negación a la posibilidad del roce, el sempiterno amor en la distancia. En hierba, para besar los pies desnudos de cualquiera que quiera ponerse encima. En arena, y en cal, para desconcertar a la gente con dichos que nadie entiende, para pegarme en la piel en la playa, y quemar viva la carne. Y es que no me importa el qué, con tal de no seguir en la piel humana, con conciencia hiperdesarrollada y complejo ególatra y victimista, pensando a cada segundo en cómo es la vida, y cómo habría que vivirla.

Las personas tristes y el juicio acelerado

Las personas están tristes, constante y eternamente tristes. La angustia les florece en el pecho y se les atraganta en las venas, poniéndoles los dedos morados, azules con el frío. Y sumidos en nuestra individualidad, narcisismo y egolatría, el culto al “yo” del que no salimos hasta que no tenemos un pie metido en la caja de pino –y ni siquiera-, nunca nos damos cuenta de lo tristes que están las princesas que andan por la calle, cabizbajas, como buscando en el suelo la sonrisa que perdieron cuando andaban por ese mismo lugar una tarde cualquiera, de la mano de un hijo o un amante perdido.

No nos damos cuenta, y construimos nuestras relaciones sociales en la intransigencia, en el “mira qué capullo”, en el “esa no merece la pena”, en el “ese es un pringao”. Y tú qué sabes, joder. Porque el capullo no te ha hablado de las incontables ocasiones que ha pensado en ponerle fin a todas sus penas con el filo de una cuchilla, desde la muerte de su hermano. Porque esa, que no merece la pena, no le ha hablado a nadie, y menos a ti, sobre las palizas que le pegaba el marido de aquella que le dio la vida, al que nunca quiso llamar padre. Y el pringao no te ha confesado los miedos que le atormentan cada noche, justo antes de quedarse dormido, que van desde la muerte y el olvido, a cuán difícil le será levantarse la mañana siguiente, después de años de acoso sistemático por su entorno.

No, tú no sabes nada. Ninguno sabemos nada. Y no queremos saberlo. Preferimos simplificar, reducir a las personas a la visión que dan de sí mismas al mundo, a pesar de que esas máscaras tras las que se esconden están construidas por inseguridades, miedo al rechazo, complejos, pánico a la soledad, ansiedad y, de nuevo, una infinita y profunda tristeza.

Nos sentamos en nuestro trono, desde el que miramos por encima del hombro a todo el que osa entrar en nuestro perímetro de visión, para juzgarle con mano de hierro, como si de la ciega justicia nos hubiese poseído, cuando lo único que tenemos en común con ella es que no vemos una mierda.



Diario de sueños I

Hoy abrí los ojos y desperté en una de mis acostumbradas pesadillas. Un hombre, un viejo desconocido, me tomó de la mano para llevarme por un camino que recordaba en sueños, que jamás había pisado más que con los pies desnudos por mi mente. Era gris, quemado, envuelto en cenizas, que ahogaban la voz y traían lágrimas a los ojos. Paseamos por la destrucción de algo que daba la impresión de haber estado muy vivo. Es esa la mayor desesperación, el caer del coloso, cuanto más alto, más doloroso.

Caminamos de la mano, sin rozarnos los dedos. Sumidos en el silencio que no conocen las voces de la cabeza. Mirando al mismo punto sin saberlo, paseando por las avenidas de otro yo al que ahora no querría conocer. Al caído en batalla, hundido en la caja de pino que se disfrazaba con sábanas blancas. La luz se filtraba por los agujeros de bala de los edificios, que carecían tanto de techo como de vigas maestras, y se derrumbaban con la vibración de nuestro andar. 

Me soltó la mano, y desapareció en una bruma clarividente. Me quedé sola, inerte, pero no por ello vacía. Dentro de mi propia cabeza derruida. Echar a andar sin rumbo fijo es como agua fría en un día de verano, y me dispuse a ello, para entrar en una cueva de rocas lisas, húmedas como el anverso de la lengua, que se retorcían en formas de las que solo es capaz la naturaleza. Me deslicé entre ellas, como si de un tobogán se tratase, huyendo del miedo, avanzando sin dificultad hacia un rumor de risas que se escondía en algún punto de la inmensa oscuridad. 

Y el negro, de repente, se abrió. Y me dejó caer en un lago de aguas más oscuras aún que la noche, y que el miedo, que la angustia, que la desesperación, que la soledad, que la muerte. El agua, enturbiada por mi presencia, hizo crecer miles de cuerpos desnudos que se retorcieron en una danza erógena que tomaba color de piel ante mis ojos, y moría entre orgasmos sin sexo.



Adiós al amor, hola a la puta VIDA.

Dejo de escribirle al amor, lo aviso, porque me he cansado. De textos inertes y yermos que yerran en su pretensión de revivir un sentimiento pretérito. De tratar de enganchar el cielo con los dedos y que se me escapen las nubes de las yemas de los mismos, quedándome siempre con húmedos trazos de cielo que de poco sirven metidos en los bolsillos.

Me he cansado, de postrarme a los pies de Cupido y de que me conteste, contrariado, que no le quedan flechas en el carcaj. Contrariada también es la costumbre insatisfecha de buscar con la mirada en todas las habitaciones a ese alguien que te ha hecho palpitar, y ahora no hace más que evaporarse entre recuerdos.

No quiero escribirle más al amor, porque no lo tengo. No sé si lo tuve, y mucho menos si lo tendré, pero poco importa en un mundo, el mío, en el que no hay más centro que mi ombligo. Hundido, ranura que habla de la verdadera conexión con otro cuerpo, por un demasiado breve periodo de nueve meses. Me recuerda que la vida tiene un comienzo y un final, y este último no se halla en cada beso mal dado que insiste en atormentarte por las noches.

No le escribiré más al amor, repito, porque ahora sé que no me va la vida en ello. Me va la vida en sí misma, a través de mis poros, y no de los del amante inconcluso, el polvo insatisfecho, el alarido de pasión entrecortado por el destiempo. Ya no es eso el alimento de mis miedos y mis desavenencias, lo es la vida que se me escapa de las manos y corre más rápido que cualquier pierna. Humana o animal, que viene a ser la misma esencia con distinto nombre.

Lo digo por última vez, y no por ello menos convencida. No le voy a escribir más al amor porque lo único que siento en la espalda esta mañana es el golpeteo intermitente de los rayos del sol más madrugadores, acallados entre el latir de la sangre en las sienes, unidos en un todo al que se reduce una más de tantas nimias existencias.

Porque el amor es el nombre simple que escogimos para el todo que no entendemos. Porque tenemos poco vocabulario, poco tiempo y pocas ganas para decirlo con la propiedad que se merece. Por eso no le pienso hablar al omnipresente y vacío término “amor”. No pienso volver a mencionar su nombre hasta el día en que llame a mi puerta y me deje claro que ha venido para quedarse, y no para una noche de tantas, de despertar en una cama vacía de todo menos de recuerdos preparados para hacerte sufrir eternamente.

Ahora se me llenará la boca de ilusión, esa que se rompe en pedazos cuando choca con el muro de la realidad; 
de desaires, para con otros y conmigo misma; 
de fuelle, choque neuronal, eléctrico, que te empuja a seguir adelante, andando entre una bruma que acalla las figuras en el silencio de su espesura; 
de esperanza, de que el nuevo día traiga más que el viejo, y menos que el que aún se incuba; 
de realidad, pero solo la mía, pues en ella existo mi existencia; 
de sangre, que me corre por las venas, roja como las pinceladas de un Dios especialmente artístico para algunos atardeceres; 
de vitalidad, de saltos y piruetas, que acaban con el cuerpo boca abajo y la boca llena, a veces de hierba y a veces de arena, muriendo a segundos en sonrisas; 
de humanidad, a la que pertenezco, tanto como ella me pertenece a mí en mis dos piernas; 
de susurros, los nunca dichos, aún ocultos en algún rinconcito de la mente, y los prófugos de una boca desincronizada con los complejos, que resultan ser la máxima expresión de las verdades; 
de sueños, sí, de sueños, con los que cimento el adoquinado de mi camino al futuro, por el que ando de puntillas con mucho cuidado de no clavarme cristales, posibles vestigios de sabe dios qué botella de veneno lanzada en alguna borrachera. 

Voy a hablar de todo ello, y de mucho más, de la eternidad y la totalidad de la existencia, con la pausada voz del sabio que solo le habla a quien le escucha, y la baja voz del joven, que sabe que se equivoca a cada frase, pero se mantiene imperturbable en su ansia por conocer.

Sabio, joven, maestro, aprendiz y eterna persona, me alzo en contra de la maldita temática romántica a la que me ha reducido un mundo que no ha sabido ordenar sus prioridades, y hoy, un perdido día de mayo del que no se acuerda el calendario, firmo ante notario mi renuncia a ese gran desconocido, que en su día quise llamar amor.



miércoles, 13 de mayo de 2015

XIII

Acepté, con solo un beso, curarte las heridas con toques de lengua. Barrerte el camino para que jamás volvieses a tropezar con la misma piedra. Mullirte la almohada para que las pesadillas dejasen de perseguirte. Abrir las persianas cada mañana para dejar que el sol iluminase cualquier vil regalo de la noche.

Acepté darte mi piel para calentarte en las horas más frías, y como lienzo para que escribieses tus obras póstumas. Darte mis ojos para que verte cada mañana como la cosa más bonita que ha pisado el planeta. Darte mis brazos para espantar tus fantasmas. Darte mis piernas para correr sin rumbo, pero siempre conmigo.

Acepté el dolor, de antemano y de improviso. La pena, sumergirme en mares tan salados como las piedras. El brillo de tus ojos, escueto y egoísta. El ardor de la piel, muerta allá donde no la hubieses tocado, cicatrizada donde hacía tiempo que habías pasado.

Lo acepté todo, con la sola condición de que tu aceptases mi peso en el otro lado de la cama; mi cepillo de dientes en el baño, coqueteando con el tuyo; mi mano apoyada en tu brazo, de manera más consciente que vaga, eternamente.

Y te supo a poco el trato. 

X

Soy puedo,
y no quiero.
Que cuando quise,
no pude.

Me perdí
para encontrarme
en mi abrazo.

Me encontré
para perderme
en tus suspiros.

Y ahora no sé
respirar
si no es tu pecho.

No sé
hablar
si no es con tu lengua.

Por perder el norte
me fui a tu sur.
Como los pájaros.

Buscando el calor
en noches de hielo
bajo pieles equivocadas.

Y vaya mierda.




Corre, gilipollas.

El amor más devoto no es el de madre, es el de una mujer no correspondida. De esas que se esconden tras la sombra de amantes ingratos, que cierran los ojos durante el sexo para evocar imágenes de esa otra que les quitó el corazón sin intención alguna de devolverlo, o de dejarlo intacto.

Y la segundona, más que segundo plato, chupito de orujo para bajar la pesada comida, puede ver con total nitidez imágenes de verdadero cariño en los ojos que venera, en los gemidos que profiere un cuerpo frío a su lado durante la noche, en los besos sin lengua y sin sal.

Se congela con el tiempo, y se transforma en una autómata que ya no quiere quejarse. Porque no lo hizo cuando pudo, por miedo a perder a ese amor de la puta vida. Sin entender que ese ha de ser necesariamente correspondido.

Corre, gilipollas.

martes, 12 de mayo de 2015

XII

Si las palabras fuesen sueño,
Dormiria en cada una de tus vocales.
Pero se me antojan pesadillas
Cuando caigo en tu nombre en cursiva.

A la mierda el qué dirán
Y el amor de maravilla
Pa flipar está la sangre
Que a pesar de todo
me corre por las venas

A un tiempo soy
Felpudo de bienvenida
Patada en el culo
Y huida por la puerta trasera.

Soy canción (de las bonitas)
Acordes olvidados
De una guitarra desafinada
Y desatino de Cupido.

Soy mierda en lata,
En vida
Y en muerte.
Y por ello,
Lo seré siempre.

El más allá, de toda esta movida

Ni mas ni menos, quizá mas tarde.
Otro día, a otra hora, quizá en otra vida.
Volvamos a encontrarnos.
Y ahí sí que nos vayan bien las cosas.

Ahí los besos no sabrán siempre a despedida.
Los abrazos no seran intentos de retenerte.
Las sábanas no me traerán pesadillas.

Yo solamente espero, que nos quede la otra vida.

lunes, 11 de mayo de 2015

Puta bida

Todo lo que me imaginé que era cierto, sabía en el fondo que era mentira. Putos castillos en el aire, el alquiler está por las nubes últimamente. Y me han desahuciado. Y he caído al suelo desde una gran altura. Me he deformado la cara y el cuerpo. Otra vez. Otra de tantas, se entiende. Ya estoy harta. Harta de tener que imaginar para ser feliz y vivir siempre en un futuro que nunca se cumple. Harta de conocer a príncipes azules que van montados en burro y que, vistos de cerca, llevan ropa más bien verde (o marrón mierda). Harta de necesitar a otra persona que me recuerde lo mucho que se me puede querer. Harta de un mundo en el que si no eres parte de un 2 no vales para ser un 1. Harta de que esos cánones románticos, clichés hollywoodienses o fantasías de lord Byron hayan hincado sus afilados colmillos en mi cuello, y hayan remplazado la sangre caliente por el frío correr de ilusiones desvalidas. Harta. Estoy harta.

Atada de pies y manos por el odio, y lanzando mordiscos a todo el que se me acerque a aflojar los nudos. Que me miren mal, si quieren, prefiero seguir durmiendo sola. Eternamente. Sin complejos ni necesidad de complacer a nadie más que a la almohada. Sin besos por la mañana, pero también sin echarlos en falta. Sola, sí, pero bien acompañada. Aquí, conmigo y con ella, la que me mira desde el espejo guiñándome un ojo de manera torpe. Sin necesidad de terceras, cuartas o quintas personas que no hacen más que acelerar los ritmos de mi mundo equilibrado en el individualismo.

Que es mejor así, en serio, que no miento. Lloro por gusto, por placer, por sorna, por satisfacción, por negligencia, no por tormento. Sé lo que es el tormento de oídas, pero nunca se ha pasado a saludarme. Soy una niñata malcriada a la que parece caérsele el mundo cada semana. Y una mierda. De la vida no sé nada. Y dudo que vaya a saberlo. 

La primavera, que la sangre altera

Sé por qué nos gustan las canciones tristes cuando toda la luz se nos ha apagado de la mirada. Nos sentimos comprendidos. No hemos sido los únicos paseando solos por este sinuoso sendero, a cuyos lados los árboles se retuercen en tétricas formas, ocultando sombras de verdades. No es tu desamor más importante que el suyo por ser más reciente, o venir de más lejos. No eres el único que ha mirado el techo en la oscuridad de una cama vacía durante horas. Tampoco serás el único en salir adelante, renqueando, moviéndote con más dificultad que antes, y sonriendo en contadas ocasiones. Adelante, siempre adelante.

 Y si no quiero, ¿qué?

¿Y si prefiero morir sola que vivir entre intentos? ¿Y si no quiero que me despierten con una sonrisa que sé que acabará por desvanecerse de mis mañanas? ¿Y si el único amor que quiero conocer es el que me van a dar mis brazos y mis sonrisas? ¿Dejaré de ser digna por preferir ser persona antes que amante?

Si alguien quiere solucionarlo por mí, que hable con Cupido. No sé en qué momento quiso meterme en su lista negra, y ahora se niega a cogerme el teléfono. Lo deja sonar. Tres pitidos. Y cuelga. Y ya no tengo saldo.

A ese imbécil

Al que dice que el amor es más bonito cuando duele, que me señale la belleza del punzado de dolor viviendo en el pecho. O del estómago dado la vuelta, girado como la realidad que ha rechazado corresponderse con lo imaginado. O del dolor de cabeza provocado por torrentes de lágrimas con más súplicas que agua.

Que me diga desde qué ángulo tengo que mirar el espejo para ver el bello retrato. ¿Acaso le gusta el lila de las ojeras? Las mías ya son negras, así que ni con esas sirvo para musa.

Que piense antes de hablar, y mucho más del desamor. Si el único que ha conocido es el de las películas americanas, puede guardarse sus opiniones. Aquí, los de primera línea de batalla sabemos de lo que hablamos. Y seguimos teniendo pesadillas, aunque hayan pasado años desde la guerra.

Al de la sonrisa torcida

El gesto contrito, torcido, enfadado. Cabreado con uno mismo por ser causa y consecuencia de todo mi dolor. Y es que no existe decepción en una tierra sin castillos en el aire. Nadie me dio una licencia de construcciones, pero aquí me hallo, a cien pies sobre el suelo, mirando la tierra yerma desde un balcón de barrotes oxidados por el golpe del agua salada de las penas y el viento del cambio constante. Pero ya no pienso derramar nada más. Ni sudor, ni sangre, ni lágrimas por una causa vana.

Estaba mejor donde me encontraste. Hundida de mierda hasta las rodillas, generosa aportación de más de un egoísta con los ojos demasiado bonitos. Pero con todo el estiércol que le da ese aroma a podrido a mi pasado pude abonar los campos de mi persona, donde crecieron los pensamientos que me hacen ser quien soy, fueran brotes verdes o maleza. 

Y ahora, después de ese huracán que se llevó con mis bragas mi consciencia, estoy de mierda hasta el cuello. No sé si darte las gracias, o las buenas noches. Lo que sí sé es que quiero que te pierdas en la vasta inmensidad del olvido, al que no he dudado en recluir a muchos otros. Echad una partida a las cartas si os aburrís, porque dudo mucho que volváis a verme.

domingo, 10 de mayo de 2015

La mierda del roce de manos

El especial encanto de los amores perdidos es ese estado de semi-olvido al que se ven relegados. Un olvido que nos inunda, nos mece y nos ahoga en soledad, pero que se reduce a una finísima capa en la presencia de aquel que pertenece a una oportunidad pretérita Es una capa que cubre las palabras, y la piel, y el más mínimo contacto la reduce a pedazos entre los que se dejan ver recuerdos que vuelven a la memoria como el hijo pródigo tras la batalla, cuando todos pensaban que jamás volvería.

Con un roce de piel al pasar el cigarrillo, vuelve a los pulmones el humo del sexo mañanero fallecido. Con la primera nota de una canción se desentierran todas las sonrisas muertas en combate, y cuando cae del armario una camiseta prestada hace lo que parecen siglos, se recupera ese olor pegado tanto tiempo a los sentidos.

El olvido no existe, porque todo es nada, y todo al mismo tiempo. En el pasado, el futuro y el presente comparten el mismo lecho con una serie de imágenes que se repiten constantemente en una sucesión repetitiva en la cabeza de todo lo que he conocido como proyección de lo que espero del futuro.

MIEDOs

Lo voy a admitir. Pero bajito. En susurros inaudibles para todos salvo para los gusanos que ya están deseando empezar a acabar con mis restos mortales.

Lo voy a admitir, pero luego voy a negarlo. A todo el que me pregunte, con la barbilla alta del que tiene la verdad baja, oculta, agachada, acojonada.

Y es que tengo miedo.

Tengo miedo al mañana como se lo tuve en su día al pasado. A un pasado demasiado cabrón como para quedarse en su sitio, así que vuelve todas las noches a hablarme al oído y preguntarme cómo me van las cosas ahora que él ya no está. Me despierto entre sudores y se ha ido. Nunca se queda para despertar conmigo a la mañana siguiente.

Tengo miedo al amor como se lo tengo al rechazo. Todo sentimiento intenso es sinónimo de acongoja. Certeza de que algo va a salir mal, fundamentada en los hechos que configuran mi historia, y la historia de todos los amantes errantes de un mundo con mucho tiempo libre y demasiada mala sangre, al que le gusta juntar almas que no están predestinadas a unirse con polvos, sino a separarse en el tiempo, el espacio y una distancia eterna mediante discusiones.

Tengo miedo, joder, mucho miedo. Al día que viene mañana, y a que acabe el de hoy. A que las manecillas sigan girando en este juego sádico que se traen con el calendario, a ver quién se mueve más rápido, si los días, o las horas. 

Miedo a la existencia y a ponerle un prefijo delante. Miedo a la inanición del alma, a la guerra silenciosa, a la muerte por cadena perpetua dentro de un mundo que a nadie parece comprender. Miedo a la vida como sinónimo de desaparición eterna del todo, al desapego de otros, y al mío para con uno mismo. 

Y es que me tiemblan las manos, y a ellas les siguen hasta los dedos de los pies. Me tiemblan al levantarme en el lado correcto de la cama equivocada, y en el día más oscuro de un mes de verano. Tiemblo hasta con un 7 en la escala Ritcher, y muevo con un contoneo salvaje, animal, la órbita terrestre a cada paso que doy.

Y no sé si andando me alejo de lo que debo ser, o me acerco más a lo que quiero. O simplemente me he pasado el desvío que tenía que coger, y he acabado en una carretera secundaria con barro hasta las rodillas, que va a mutar en una semana en arenas movedizas.

Y a ver quién me saca de ahí.

Pero esto, que de aquí no salga, que el miedo es de cobardes, y los cobardes pasto de valientes. Y de otros cobardes que se niegan a su naturaleza, y van por la vida rompiendo espejos. Como yo. Pero con la barbilla alta, repito. Mirando al cielo. Olvidándonos del suelo. De que hay huesos secos donde hubo carne, y todo ello bajo nuestros pies inconscientes. Juguemos a olvidar, propongo. Lo digo porque a mí no me gana ni Dios, que aún le guarda rencor al Diablo. Yo digo que por envidia, por malfollado y porque los querubines son un coñazo.



Otrora, ahora y nunca más

Voy a ponerme de rodillas. Para pedirte perdón, clemencia y bajarte la cremallera con la boca, todo en el mismo segundo.

No dejaré que te des más la vuelta. Para decirme adiós, no vuelvas y quizá en otra vida, todo ello sin palabras.

Porque para eso bastan las miradas. Cuando se lanzan al suelo en vez de a los labios. Cuando huyen tras las faldas de otras. Cuando rehúyen de las mías.

Pero no soporto hablar de tu mirada. Sigo sin tener claro si es azul, verde, amarilla o marrón mierda. Como mi vida desde que entraste en ella, sin pedir permiso, sin llamar a la puta puerta. Al menos avisa, al menos dime, oye, perdona, quiero venir a destrozarte. La cama, el peinado, el corazón y el maquillaje. Se va a correr tu rímel con las lágrimas después de cada orgasmo. Y después de eso vas a darte la vuelta entre sábanas vacías. De pasado, de futuro y de sentimiento alguno. Todo fingido.

Lo que digo, que eso se avisa.


Breve resumen de todas las historias de amor

Te he conocido. Querido, amado, despreciado, odiado, todo en el mismo segundo. En el segundo en que tu sonrisa atentó directamente contra mi vida, y mi vida empezó a temblar dentro de un cuerpo demasiado pequeño para albergar todo mi mundo. Se dobla bajo su peso, en contorsiones circenses que chillan sin voz hablando de dolores pasados. Y presentes. Se dobla, y lame el suelo, pero no acaba de derrumbarse. El fin no llega nunca y nunca acaba de irse. Cada mañana y cada noche todo empieza y todo acaba en alguna habitación perdida en el aroma del sexo de los inocentes. Inocentes por no decir idiotas. Idiotas por no decir humanos. Humanos, como yo, por no confesarles que sé a ciencia cierta lo que le pasará a esa historia de amor eternamente condensada en mezcla de fluidos digna de reprobio cristiano católico apostólico romano. Que acabará. Acabará ella misma, y con ella misma acabará con ellos. Arrasará con caricias que se convertirán en arañazos que solo quieren reducir a pedazos un alma incomprendida. Quemará cartas de amor con la tinta diluida por lágrimas que no dejan de preguntarse qué hicieron mal, y se suicidan por barbillas hundidas en almohadas que nunca hablarán el mismo idioma que los recuerdos. Cambiará durante la noche miradas de amor por miradas de reojo, y estás morirán siendo miradas de odio. Mutarán los abrazos en rechazos, de manos, de pies y de labios. Morirá esa historia de amor cayendo al fondo del mar más frío del planeta, y arrastrándolos con ella, hundiéndolos en un hielo que se les meterá por las venas y hará que el corazón solo bombée granizado. Y me dolería confesarles, que su sangre nunca volverá a estar igual de caliente. Que se olviden de las mejillas sonrosadas y se acostumbren a los labios morados de hipotermia y desaliento que a partir de ahora van a ver en todos los espejos. Y no sé qué más decir salvo que lo siento.

sábado, 9 de mayo de 2015

Poenoa

Las aceras están tristes. Mojadas sin que haya llovido. Buscando el camino correcto entre tantas señales de tráfico equívocas.

Y los viandantes se contagian de la pena a través de las suelas de los zapatos. Chapotear entre charcos de lágrimas derramadas a destiempo no despierta sonrisa ni en el más sádico. 

Las comisuras de la boca tienen anclas enganchadas, que las arrastran hasta el infierno en vida. El padecimiento congelado del que hablaba un Dante desterrado.

Somos los tristes los que sobreviviremos al naufragio en el mar más salado de todos. La costumbre nos empujó a comprar flotadores.

¡¡!!


viernes, 8 de mayo de 2015

Clemencia, para la sangre que se esconde de las venas.

Sigo pidiéndole al pasado que no se vaya el amado enterrado en la memoria. A ratos, me escondo y llamo en susurros al futuro, esperando que me traiga la luz del nuevo día, metida en un frasco tan pequeño como la piel de una persona. Caliente, ardiendo, que queme, y le quite el frío a unos pies que se niegan a seguir andando descalzos. Dicen que las huellas que van en fila india, de dos en dos, no quedan bonitas en la nieve. Y le pido al presente que el viento de las avenidas vacías me quite las lágrimas, pero no el sueño.

No le pido, le exijo, a una vida inclemente, el perdón por el daño cometido. No por mis manos, sino hacia mi corazón. Reclamo el cielo para todos aquellos que clavaron en su día una estaca en mi pecho, que inevitablemente dejó atrás astillas.

Y ahora, en trocitos, tengo el miedo. Desperdigado por las arrugas de unas sábanas sucias del sudor hijo de las peores pesadillas. Se esconde por la mañana, con el primer rayo de sol, pero se sube a mi espalda en cuanto cae el negro del fin del día, y empiezan los créditos finales entre párpados cerrados.

Y, en trocitos, sigue pesando igual. Tanto como las penas que quitaron el sueño a ese reflejo tan poco deseado, en el espejo más sucio de la casa. Tanto como la angustia naciente en la necesidad de saber quién es esa que me observa desde los charcos, con malicia, con la mirada del confidente que sabe el dolor que pueden sembrar los secretos que no se le cuenta más que a la almohada.

Y ahora, estoy recogiendo la cosecha. No hay tierra más fértil que una imaginación no condicionada por la crítica masiva de una sociedad que te ignora si eres lobo vestido de oveja, pero te echa a los leones si no escondes las lanas o no bajas las orejas.

Y ahí he plantado una vida paralela, una en la que las copas de los árboles sean de algodón de azúcar que se derrita con el sol de agosto en ríos de sal y muera en un mar en el que sí existen las sirenas. Y ahí me quedo. Solitaria, pero no por ello sola. Herida en combate, pero no de muerte. Recién salida de la Tercera Guerra Mundial, pero con las cicatrices de balazos bien cerradas.





Noches demasiado largas y pestañas enfadadas

Un piano no se calla las mentiras mal contadas en algún rincón del edificio. Le recuerda al vecindario que la vida es duda, error y desengaño, notas perdidas en un disco rallado que no hace más que repetir la misma melodía. A nadie le gusta, pero sigue vendiendo.

Querría hablar con ese piano. Contarle que hay días en los que el sol no se quiere poner porque teme que la noche arranque las sonrisas que han iluminado la tierra más que sus rayos. Y días en los que la Luna no necesita oír tus llantos, para saber que debajo del pecho algo se mueve a destiempo.

Y que eso no es malo. Es la dualidad que le comía la cabeza a Aristóteles, y la oreja a toda la filosofía que le ha seguido a trompicones, dando palos de ciego entre inmensidades de desconcierto. 

Es la vida, y la muerte. 
Es el amor, y el odio. 
Es el dolor, y la poesía.


Punto y aparte, fuera de la hoja

He nadado entre las aguas de un mar más rojo que el hijo del Índico. Y no me he ahogado.

He escalado las montañas de la locura, que dejarían en el mayor de los ridículos a ese tal Everest. Y no me ha fallado el aliento.

He corrido esa maratón que es una vida de sonrisas a cuentagotas y con tasa impositiva del dolor al 200%. Y me he endeudado con un corazón al que le pesa cada día más la luz del sol. Caído en desgracia, hundido en la nieve artificial de los centros comerciales de las películas americanas. Flotando en formol, con la mirada perdida en algún punto entre un pasado que no quiere volver y un futuro que no sabe si quedar a tomar algo (o tomarlo todo). Los pasos de los desconocidos en una gran ciudad bailan un vals sin sentido del ritmo, y con la música apagada. Porque de todo lo que salga del alma, reniegan, cerrando los ojos con una fuerza que arranca lágrimas de entre las pestañas, y las arroja al vacío insalvable que es la (in)existencia.



Canciones de (y para) Madrid

Me cantó anoche Madrid
la historia de amor más bonita
que ha llovido.

Habló de glorias pasadas
y de hombres caídos en desgracia,
rotos por la envidia
y el odio a los espejos.

Susurró las palabras más obscenas
de que han sido testigos callejones
y alguna ventana mojada.

Ahora le cuento yo a Madrid
una nana pasada de moda
en la que no todo lo malo
tiene una cicatriz en la ceja.

En la que no valen los baremos,
la dualidad cuantificada,
el amor de veinte noches,
y el dolor de mil mañanas.

Le canto yo a Madrid
para que duerma sus pesadillas.
De mujeres rotas,
barcos fletados
y hundidos bajo las olas.





Fotografía: Juan Villafáñez

Demasiado

Canto una oda
al semen perdido
en pelo de chicas
demasiado algo.

Demasiado fáciles.
Demasiado perdidas.
Demasiado muertas.
Demasiado vivas.

Siempre demasiado
en un mundo en el que
todo
sabe a poco.



El piar apagado

Te hablo yo, el hombre,
sobre lo injusto del canto
enjaulado entre barrotes.
Muerto el pájaro se acabó
La rabia.

Te hablo yo, Dios,
sobre lo absurdo de tu existencia.
Enjaulado entre prejuicios,
no hace falta más muerte

que esta vida.



Eso del amor que tan bien suena

“No te haces mayor hasta que entiendes que el amor es una eterna despedida.”

Es la mala costumbre humana de llenarse la boca de palabras que no entienden la que nos ha conducido sin frenos por el camino de la amargura. Hablo de la mierda del amor. Y cuando hablo, lo hago con sangre, no con palabras de tinta gastada por el uso. Esa que corre por las venas –y a veces en las rodillas, los codos y las mejillas-, esa con la que se te empalma el alma y se te colorean las mejillas. Joder, sangre, sentimiento, traición a la abulia, muerte a la indiferencia. Porque no hablamos de economía comparada, hablamos de las historias de noches en vela que cuentan tantos pares de ojeras. Hablamos de las sonrisas y lágrimas entre las que se debate la locura que te electrifica el cuerpo y te empuja a hacerlo todo por la causa más justa de todas: el cerrar los ojos y seguir viviendo en la cabeza de otra persona.

Porque me hablan de amor, y me entra la risa floja, seguida por la rabia. ¿Cómo pretendes vivir en burdos intentos de sentimiento, si piensas que el amor es buscado y no encontrado, perdido y jamás recuperado? De aquí en adelante, mirando cómo se vacía el reloj de arena, pienso vivir a través de los corazones en los que he dejado huellas, de tinta invisible e indeleble, que no se irán ni con el tiempo ni con la lluvia y su manía de mojarme la ventana.


A la mierda la cruz imaginaria que te pesa en la espalda

No repitas poesías de otras bocas al oído en susurros, a mí no me vale el reciclaje de sentimientos de autores a dos metros bajo el suelo. Tatúa besos verdaderos, nada de posturas autoimpuestas (a medias entre la sociedad y la voz que resuena en la cabeza cuando la tuya calla). Para fingir ya están las actrices porno, qué quieres que te diga, son demasiados en un juego con reglas desiguales, y ya me estoy cansando de lanzar los dados y que no me salgan más que unos. Despréndete del qué dirán como de la ropa una noche de borrachera, y tírate a la tristeza contra la puerta del baño más sucio de la ciudad. No se te ocurra darle tu número, por mucho que te insista, porque es de las que se meten en tu cama, tu cabeza y tu vida con la facilidad de quien respira. Tú imagina, si es la musa de los versos que iluminan las ventanas solitarias a las tres de la mañana. (Y recuerda, que no es mentira que la gente triste es la que más bebe, más alto ríe, y más fuerte folla.)

domingo, 3 de mayo de 2015

XII

Una noche, mientras dormías, jugué a unir puntos con los lunares de tus brazos. Me salió una imagen muy clara, una puerta de salida. Solo que no quise entender, si era de tu vida o de la mía. Podría haber sido de ambas, y podría haberme escapado de los dos por la ventana. Sé que las últimas farolas encendidas no se habrían chivado.


Pero -fuera por el alcohol, fuera por el amor- vi un ancla, y su peso me arrastró a los impetuosos mares de tu desprecio, movidos por el viento que exhalabas con cada palabra de rechazo. Y me quedé allí, meciéndome con la Luna y sus corrientes, porque había visto mi destino reflejado en tus constelaciones, y siempre fui muy de astronomía.


XI

Hablan del peso del mundo como si lo estuvieran cargando sobre sus espaldas. Que me lo digan a mí, que me han pedido un descanso las rodillas, como ya hicieron con Atlas. A él lo relevé en el cargo el día que te vi de la mano de otra, que tenía mi color de pelo, pero no mis ojos.

Eran azules, creo. La memoria me sigue jugando malas pasadas. Desde ese día, mi cerebro ha decidido funcionar de otra manera. Me borra historias de amores recientes, y evoca cada noche la tuya. O la nuestra. No sabría cómo llamarlo.

Y, siendo azules, ¿cómo pretendes acordarte de mi mirada? Decías, sin miedo al futuro, que te recordaban al chocolate negro, y a las noches largas. Los suyos serán amaneceres y el mar en calma. Siempre supe que preferías la playa a la montaña.

Y, dime, ¿no te enredas en su pelo y la confundes con esa otra que también tuviste en brazos? Espero que ella no haya visto el lunar en el que puse mi bandera, en algún recóndito lugar entre tu cuello, tu pecho y mi destino.

Si lo ha visto, recuérdale mi nombre. Quiero que sepa que tu piel no es la misma después de tantas noches compartiéndola conmigo y con las sábanas. Que los labios que le dejas besar tenían menos grietas con mi roce, que te quitaba el frío que te ha congelado los dedos de los pies.

Si no se lo dices a ella, díselo a la almohada. Supongo que ella sí que me echará de menos, por las tantas horas que pasamos despiertas las dos, ambas mirando cómo se movía tu pecho al ritmo de los pájaros más rezagados, y los más avezados.

Díselo a alguien, a quien sea, que en tu memoria no confío. Temo que pueda traicionarnos y un día no me reconozcas por la calle. Si es que volvemos a encontrarnos.





IX

Echo de menos echarte de menos. El café ya no es tan dulce si no se pasea tu recuerdo en calzoncillos por la cocina. Y ya van cuatro cucharadillas de azúcar.

Echo en falta echarte en falta. En la cama vacía, y la bañera seca. El sofá ya no tiene nuestras formas grabadas en la piel, y me ha preguntado un par de veces dónde te metes.

Dime tú qué le respondo, porque me he quedado sin palabras.



VIII

Se me cayeron las palabras por el desagüe un domingo de madrugada. No sabría qué decirles a los insomnes que me acompañan en las inclemencias de una noche de esas de cama vacía. A los que a las 2:45 aún estamos despiertos, que algún dios nos tenga en su gloria, porque somos las personas que hacen que el mar siga siendo salado.

Le hablaré sin palabras a ese público enloquecido en el silencio, a los enamorados y a los desenamorados. Y no sé qué preferiría ser, porque las basuras de "es mejor haber amado y perdido, que nunca haber amado", ya no me las creo.

Que le pregunten, si no, a tu recuerdo. Se ha hecho con un hueco en mi cabeza, y me susurra cosas al oído cuando ninguno de los dos puede dormir. Lo hace con tu voz, y me eriza la piel de la misma manera en que lo harían tus labios. Cada vez que habla, cierro los ojos y le pido a alguna estrella errante evitar haberte conocido.

Pero las estrellas ya no me hacen caso, se cansaron de intentarlo conmigo. Y yo contigo. Y el mundo con nosotros.


Hijos

No voy a hablarle de ti a mis hijos. No querré que vivan sabiendo que existe la posibilidad de conocer al amor de una vida, y perderlo. Y no por las inclemencias del tiempo, del espacio, del azar, la fortuna y el destino, que juegan a lo mismo con distinto nombre, sino porque el amor no fue suficiente.

No podré decirles que es mentira que el amor derrumba murallas, puesto que hay personas que construyen diques con indiferencia, y eso no es comparable al cemento y al ladrillo. No querré para ellos una vida de cinismo, en la que no tiene cabida el querer, por temor a no ser correspondido.

No les diré que pensaba en tus manos cuando veía llover. En que tus palabras eran mi dogma, y mi vida un culto constante hacia tu recuerdo. No les mencionaré las noches en vela, pensando si recordarías mi nombre alguna madrugada.

Les convenceré de que el primer amor es una mentira, y de que su pasión se repite de diferente manera en cada persona que nos llega adentro, como ya me convencí yo en su día. Les meteré con embudo la ilusión en que cruce mañana por la esquina alguien que ilumine una semana, un año y una vida la oscuridad de todas las noches de la historia.


No les hablaré a mis hijos de ti, ante todo, porque, por mucho que lo quisiera, no serán los nuestros.


Confianza


Si me piden que diga lo que es la confianza, sabré bien qué responder. Que es ceder seguridad que uno tiene consigo mismo, a una segunda persona. Confiar es prolongarte hasta otro cuando se tiene la certeza de que no hay posibilidad alguna de engaño.

No responderé que confianza es, para mí, sinónimo de debilidad. Es pintarse una diana con trazos burdos en el pecho, y abrir los brazos esperando el impacto de la bala. Es darlo todo a cambio de nada, esperando en un infinito que algo no vaya mal.

No diré que supe lo que era confiar cuando me arrojé por vez primera en unos brazos que no eran los míos, y me alejé de la soledad para fundirme en la existencia de otra persona. No lo diré, porque la caída a la realidad me quitó la confianza. En él, en los hombres y en el género humano.

No hablaré de las incontables ocasiones en que la confianza se ha vuelto contra mí, y me ha dado de patadas. Tampoco mencionaré los fríos y oscuros callejones en los que me volvió la espalda, ni las calles llenas de gente en las que no había quien la encontrase.

No pronunciaré nombres, ni fechas, ni momentos grabados en la lápida corroída de esa confianza omnipresente en las bocas de los amantes.

Me limitaré a hacer creer que confío en que siga existiendo. Suena irónico. Confiar en que la confianza no sea el último reducto al que nos agarramos con la ilusión del enamorado que no quiere caer nunca de su nube, y abrirse la cabeza contra el suelo.




N o

La magia de las palabras es a veces necromancia. El más claro ejemplo es el “no”. Se pronuncia con la boca preparada para un beso, pero negando cualquier posibilidad del mismo. El “no” duele porque anula todas nuestras perspectivas formuladas en torno a la afirmación. Nunca nos lanzamos a una piscina vacía, de manera que, aunque sea, la llenamos con imaginaciones y elucubraciones de todo tipo. Luego está la caída contra el suelo de baldosas azules, desgastadas por el tiempo y el agua evaporada. Y eso es todo lo que esconden dos simples letras. Dolor, resignación, ilusiones heridas de muerte.

No nos gusta que nos nieguen nada. Los que dicen que lo que es difícil de conseguir se busca con más ganas, hablan desde una vida en la que nadie les ha regalado nada… Pero les gustaría. El “no” duele. Duele mucho. Es un asesino de mil futuros posibles que ya habías imaginado. Se alza, recortándose su silueta contra el sol, en todos tus sueños. Y los convierte inevitablemente en pesadillas.

Pero, como en todo, hay grados. Un “no quedan napolitanas de chocolate” duele, más aún cuando tus glándulas salivales ya estaban despertando. Pero hablemos de dolor, del genuino, el dolor del agujero en el estómago, que se traga el aire que intenta llegar a tus pulmones en vano. Hablemos de ardor en las entrañas, de vomitar lava y que se endurezca con el frío y la sal de las lágrimas.

Hablemos del olvido y del perdón, más que al otro, al uno mismo por haberse fallado. Hablemos de forzarnos a entrar en un camino con vallas electrificadas, y salirnos del mismo. Hablemos de correr sin rumbo, sin aliento, y con los tobillos rotos. Hablemos de la muerte en vida, todo ella viviendo en una palabra.

Hablemos, pues, del “Te quiero” con respuesta “Yo no”. Y en dos palabras viviremos noches frías, almohadas desgastadas de pedirles explicaciones y susurros convertidos en vaho de invierno. En un golpe de sonido, vamos a volver a rozar el frío suelo con los brazos, a deshacernos en llantos en teoría olvidados, a abrirnos las heridas con tijeras de podar, y a cortarles los esquejes a las rosas que llevan secándose años en la estantería de la habitación.

Pocas cosas duelen más que una negación acompañada de ojos secos y fijos, de carencia total de sentimiento, tras haber vertido alguien todo lo que llevaba dentro. Que no. Que no te quiero.