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domingo, 10 de mayo de 2015

MIEDOs

Lo voy a admitir. Pero bajito. En susurros inaudibles para todos salvo para los gusanos que ya están deseando empezar a acabar con mis restos mortales.

Lo voy a admitir, pero luego voy a negarlo. A todo el que me pregunte, con la barbilla alta del que tiene la verdad baja, oculta, agachada, acojonada.

Y es que tengo miedo.

Tengo miedo al mañana como se lo tuve en su día al pasado. A un pasado demasiado cabrón como para quedarse en su sitio, así que vuelve todas las noches a hablarme al oído y preguntarme cómo me van las cosas ahora que él ya no está. Me despierto entre sudores y se ha ido. Nunca se queda para despertar conmigo a la mañana siguiente.

Tengo miedo al amor como se lo tengo al rechazo. Todo sentimiento intenso es sinónimo de acongoja. Certeza de que algo va a salir mal, fundamentada en los hechos que configuran mi historia, y la historia de todos los amantes errantes de un mundo con mucho tiempo libre y demasiada mala sangre, al que le gusta juntar almas que no están predestinadas a unirse con polvos, sino a separarse en el tiempo, el espacio y una distancia eterna mediante discusiones.

Tengo miedo, joder, mucho miedo. Al día que viene mañana, y a que acabe el de hoy. A que las manecillas sigan girando en este juego sádico que se traen con el calendario, a ver quién se mueve más rápido, si los días, o las horas. 

Miedo a la existencia y a ponerle un prefijo delante. Miedo a la inanición del alma, a la guerra silenciosa, a la muerte por cadena perpetua dentro de un mundo que a nadie parece comprender. Miedo a la vida como sinónimo de desaparición eterna del todo, al desapego de otros, y al mío para con uno mismo. 

Y es que me tiemblan las manos, y a ellas les siguen hasta los dedos de los pies. Me tiemblan al levantarme en el lado correcto de la cama equivocada, y en el día más oscuro de un mes de verano. Tiemblo hasta con un 7 en la escala Ritcher, y muevo con un contoneo salvaje, animal, la órbita terrestre a cada paso que doy.

Y no sé si andando me alejo de lo que debo ser, o me acerco más a lo que quiero. O simplemente me he pasado el desvío que tenía que coger, y he acabado en una carretera secundaria con barro hasta las rodillas, que va a mutar en una semana en arenas movedizas.

Y a ver quién me saca de ahí.

Pero esto, que de aquí no salga, que el miedo es de cobardes, y los cobardes pasto de valientes. Y de otros cobardes que se niegan a su naturaleza, y van por la vida rompiendo espejos. Como yo. Pero con la barbilla alta, repito. Mirando al cielo. Olvidándonos del suelo. De que hay huesos secos donde hubo carne, y todo ello bajo nuestros pies inconscientes. Juguemos a olvidar, propongo. Lo digo porque a mí no me gana ni Dios, que aún le guarda rencor al Diablo. Yo digo que por envidia, por malfollado y porque los querubines son un coñazo.



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