Hoy desperté, en una cama que no era
la mía, con ganas de reencarnarme. En hormiga, que soporta sobre sus hombros el
peso infinito del mundo, para acabar su existencia en la suela de alguien con complejo
de Dios y poco cuidado con dónde pisa. En marea, yendo y viniendo a besarle los
pies a la amada orilla, y lamiendo el cuerpo de sus amantes, las rocas, dentro de
una contradicción que le da la sal a las lágrimas que le corren por el cuerpo más
que por las mejillas. En Sol y en Luna, en un eterno romance, sin fin a los ojos
mortales, sin satisfacción del deseo, la negación a la posibilidad del roce, el
sempiterno amor en la distancia. En hierba, para besar los pies desnudos de cualquiera
que quiera ponerse encima. En arena, y en cal, para desconcertar a la gente con
dichos que nadie entiende, para pegarme en la piel en la playa, y quemar viva la
carne. Y es que no me importa el qué, con tal de no seguir en la piel humana, con
conciencia hiperdesarrollada y complejo ególatra y victimista, pensando a cada segundo
en cómo es la vida, y cómo habría que vivirla.
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