“No te haces mayor hasta que entiendes que el amor es una
eterna despedida.”
Es la mala costumbre humana de llenarse la boca de palabras
que no entienden la que nos ha conducido sin frenos por el camino de la
amargura. Hablo de la mierda del amor. Y cuando hablo, lo hago con sangre, no
con palabras de tinta gastada por el uso. Esa que corre por las venas –y a
veces en las rodillas, los codos y las mejillas-, esa con la que se te empalma
el alma y se te colorean las mejillas. Joder, sangre, sentimiento, traición a
la abulia, muerte a la indiferencia. Porque no hablamos de economía comparada,
hablamos de las historias de noches en vela que cuentan tantos pares de ojeras.
Hablamos de las sonrisas y lágrimas entre las que se debate la locura que te
electrifica el cuerpo y te empuja a hacerlo todo por la causa más justa de
todas: el cerrar los ojos y seguir viviendo en la cabeza de otra persona.
Porque me hablan de amor, y me entra la risa floja, seguida
por la rabia. ¿Cómo pretendes vivir en burdos intentos de sentimiento, si
piensas que el amor es buscado y no encontrado, perdido y jamás recuperado? De
aquí en adelante, mirando cómo se vacía el reloj de arena, pienso vivir a
través de los corazones en los que he dejado huellas, de tinta invisible e
indeleble, que no se irán ni con el tiempo ni con la lluvia y su manía de
mojarme la ventana.
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