Hoy había nubes en el
cielo. Pero no ha llovido. “Hasta a Dios tenemos de nuestra parte”, exclamó una
mujer con sonrisa en boca y mirada, mientras marchaba hacia la Plaza del Sol. Pero
Dios no ha tenido nada que ver. Esto es cosa nuestra. No es cosa nuestra la
desorbitante deuda o el rescate a los banqueros. Es cosa nuestra la voluntad de
cambio.
Muchos han visto la manifestación de esta tarde de 31 de
Enero como una reunión de cuatro rojillos inútiles, siguiendo al flautista de
Vallecas en su camino a la conversión de España en Venezuela. Y no quieren ver
más allá. No quieren ver a más de cien mil personas -cien mil, que se dice rápido-
pidiendo a los cuatro vientos un cambio.
No quieren, claro está, ver gente buscando en las basuras, padres
llorando porque no tienen con qué alimentar a sus hijos, ancianos siendo desahuciados
o personas bajando al mínimo su valor salarial porque necesitan un trabajo.
Yo lo que he visto hoy no ha sido las pintas o las banderas.
He visto ponerse de pie a un pueblo que ha sido puesto de rodillas, hasta ahora
con la cabeza gacha y limitándose a rezar por que todo vaya a mejor. Gente de todas las edades y los estratos
sociales pidiendo a gritos que les devuelvan la soberanía popular, su soberanía, y la representatividad
y legitimidad del sistema, que les han sido arrebatadas. Robadas, maltratadas y
utilizadas en pos de los caprichos de cuatro gatos de traje y corbata. Gatos que
se veía maullar por el móvil desde las azoteas que daban a la plaza, acojonados ante la
marea de indignación que golpeaba las paredes de los edificios.
No ha llovido, pero sí ha habido mucho viento. Un viento que
dicen viene de Europa, el viento del cambio. Pero yo quiero pensar que ha sido
el aliento de una ciudadanía que sabe que tiene el poder, y que a partir de
ahora va a saber cómo utilizarlo.
Fotografía: Jose Franco.