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lunes, 15 de junio de 2015

El poder, y la risa fácil.

Si nos preguntan por los límites del humor, no encontraremos una respuesta válida en términos absolutos. Obviamente, puesto que es algo abstracto. Al igual que cada uno define a su personal manera términos como deber o responsabilidad, el humor se entiende de manera individual en base a unos intereses personales.

El humor hiere cuando pretende herir. Si no existe tal voluntad, no se debería llegar a tal fin. A no ser que alguien quiera ignorar el contexto en el que fue formulado el pensamiento jocoso, y tratar de dotar de una libre interpretación a algo tan cambiante como las palabras.

Los comentarios vía Twitter de un edil de Guillermo Zapata, concejal de cultura y deporte del neófito partido de Manuela Carmena, a tenor de los cuales hablo ahora, no me parecen la mejor manera de mostrar su solidaridad con el cineasta Nacho Vigalondo por haber sido malinterpetado (esa es la historia detrás de la historia). Quiero mostrarme crítica porque no por partidaria de tal formación política habré de ser ciega a sus incongruencias. Sin embargo, tal posición deberían tomarla también otros.

¿Dónde se quedaron el "que se jodan" en tono de celebración de la diputada Andrea Fabra, haciendo alusión a los afectados por los recortes estatales? ¿Dónde se esconde el edil popular -de la lista de Cifuentes, cabe añadir- que se lamentaba del insuficiente número de cunetas para tanto rojo? ¿Y el portavoz del PP, Pablo Casado, ya va en el coche de policía con el moro, el negro y el gitano necesarios? Vamos a dejar de lado todo lo relacionado con el ballenato terrestre valenciano que acaba de ser desalojado de su ayuntamiento (véanse la burla a las víctimas del accidente de metro en el municipio o a su propia lengua). También dejaremos de lado todos los comentarios que han alabado el régimen franquista, o, en cualquier caso, defendido y permitido en la memoria (simplemente por todo el tiempo que me llevaría recopilarlos y hacerles referencia).

Yendo aún más allá, la moralidad se demuestra mediante algo tan vinculante como los actos, no tan demagógico como el uso de las palabras. Y los actos han dicho durante muchos años lo suficiente sobre la calaña asentada en los parlamentos, consejerías, ayuntamientos y otros edificios públicos.

No solo los actos definen a la persona, sino también el que poder conciliar el sueño con tantas vidas rotas y perdidas sobre la espalda. Es un peso ineludible con el que saben lidiar a través de muestras de ego desmesurado, gintonics en el parlamento y coches oficiales. Pero, por favor, no hablemos de cambiar las cosas, que hay que ser políticamente correcto, digno y respetuoso con las minorías. Ahora entiendo que es por eso que, siendo la pobreza y la exclusión social la realidad de un 27'3% de la población española, a ellos se les puede pisotear con tacones de aguja.

Retomando una discusión avivada por el "Je Suis Charlie", quiero confiar en que los límites del humor los marca la intención de daño del bromista, no los intereses políticos de cuatro personajes esperpénticos que quieren seguir chupando de la ajada tetilla del poder. Dicho lo cual, pueden irse de vuelta ustedes al infierno, añado, sin intención humorística alguna.








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