Quizá volvamos a encontrarnos.
O quizá no.
Eso no importa.
Y es que,
debajo de las uñas,
tenemos la certeza
del fin predeterminado de las cosas.
Tratar de alejarlo,
difuminarlo,
olvidarlo;
es separarlas de su esencia.
Existen,
lo confirmo,
los amores de un fin de semana.
De cinco minutos en el metro.
De una vida y media.
Y no son de tres semanas,
veinte días,
o hasta que la muerte nos separe.
Simplemente, son.
Dejémoslos ser.
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