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martes, 28 de julio de 2015

Más vale pájaro en mano.

Y es que en todo momento soy yo,
Y a cada segundo no dejo de no serlo.

Me comen la vida los recuerdos.
Me quita el hambre la buena memoria.

Vivir en el pasado es una buena opción
Cuando el futuro es tan incierto.

Prefiero que me arrope lo certero

Que abandonarme a la marea de lo eternamente posible.

miércoles, 1 de julio de 2015

qwertyuiop

Me duele la cabeza. Ojalá hubiera espidifen para las inquietudes del alma. Pero eso no lucra. No hay Rockefeller alguno apostando por tal vaca flaca. Porque a los soñadores, a los dolidos, a los elitistas clubes de los corazones rotos -si bien no estrictos en criterios de ingreso-, a los realistas, a los cínicos, a los inteligentes, a los humildes, a los humanos, solo les queda una vía de salida. Ya no hay droga, alcohol de 300º, carnes de varón o hembra o manjares de rey anglosajón con un cartelito de "exit" estampado en la frente.

Solo queda dormir. Dormir, que es dejar de pensar. Dejar de pensar, que es desaparecer. Desaparecer, que es vivir. Vivir, que es morirse de ganas. De remediar el pasado, aprovechar el presente y adivinar el futuro. Y en ello vivimos en pretérito, derrochamos las horas y nos movemos en penumbra. Pero no en los sueños. No mientras nos queden dos párpados que veten la entrada del mundo. Que no nos intoxique. Que no se atreva. Que se aleje. Fuera.

Hoy estoy triste, señores

Hoy estoy triste, señores.

Será la primavera, que ya se ha ido..
Serán las hormonas, yo qué sé.
Quizá los atardeceres nublados.

Los besos sin lengua.
Las caricias sin escalofrío.

Las noches sin luna.
Las sábanas sin sudor.

Los pies sin zapatos.
Los calendarios sin días.

Las casas sin familia.
Las familias sin casa.

La vida sin sentido.
La vida, que es muy puta.

No sé, por motivos, no me quejo.
Pero hoy estoy triste, señores.

La certeza

Y, de repente, la vi. 
En la primera noche de julio, 
escondiéndose sin éxito entre las sombras: 
la certeza. 

De que el día sale para determinadas personas y se pone para otras tantas. 
La certeza de las muertes, las vidas, los partos, las heridas. 
La certeza, inexacta, de que yo también estoy viva. 
De que no saldré viva de esta. 
De que no tengo ni puta idea de qué es la vida, 
y de que no voy a conocer nada más allá de ella. 

De que es corta, 
y al mismo tiempo lo más largo que tenemos; 
más que el odio, 
más que la ambición, 
más que los pozos de sentimientos pretéritos, condicionales e imperfectos, 
soterrados bajo la máscara de la indiferencia. 

De que el dolor es pasajero, 
pero de primera clase, 
constantemente cogiendo trenes de alta velocidad. 
Tiene pasta, el cabrón. 
No es poco lucro el inherente a su negocio.

Eso también es una certeza. 
Descartes lo negaría, 
pero ese no tiene ni puta idea.

lunes, 22 de junio de 2015

Espero que hoy sea un día bueno

Todos tenemos de esos días en los que la conciencia va más rápido que la luz del sol, y pedimos sin palabras a alguien sin oídos que esa mañana el dolor no llegue. Que se pierda de camino a casa, o, a causa quizá de un despertador rebelde, se duerma y llegue tarde, encontrando tu cama vacía.

Haga lo que haga, que no se meta contigo en la ducha con el silencio de un amante que ha sustituido la pasión por las formalidades. Que no te recuerde, en el golpe del agua en la espalda, todos los errores que has cometido, uno por uno, de dos en dos a veces, de tres en tres las más.

Que no te haga temblar el paso por la calle, girar la cara a la vida, bajar la mirada en presencia de otras personas. Que no pierda tu mirada por el horizonte o te meta ideas estúpidas en la cabeza.

Todo ello lo pensamos en los segundos posteriores al sueño, con los ojos aún cerrados. Lo formulamos incluso en una línea de pensamiento.

"Espero que hoy sea un día bueno".

lunes, 15 de junio de 2015

El poder, y la risa fácil.

Si nos preguntan por los límites del humor, no encontraremos una respuesta válida en términos absolutos. Obviamente, puesto que es algo abstracto. Al igual que cada uno define a su personal manera términos como deber o responsabilidad, el humor se entiende de manera individual en base a unos intereses personales.

El humor hiere cuando pretende herir. Si no existe tal voluntad, no se debería llegar a tal fin. A no ser que alguien quiera ignorar el contexto en el que fue formulado el pensamiento jocoso, y tratar de dotar de una libre interpretación a algo tan cambiante como las palabras.

Los comentarios vía Twitter de un edil de Guillermo Zapata, concejal de cultura y deporte del neófito partido de Manuela Carmena, a tenor de los cuales hablo ahora, no me parecen la mejor manera de mostrar su solidaridad con el cineasta Nacho Vigalondo por haber sido malinterpetado (esa es la historia detrás de la historia). Quiero mostrarme crítica porque no por partidaria de tal formación política habré de ser ciega a sus incongruencias. Sin embargo, tal posición deberían tomarla también otros.

¿Dónde se quedaron el "que se jodan" en tono de celebración de la diputada Andrea Fabra, haciendo alusión a los afectados por los recortes estatales? ¿Dónde se esconde el edil popular -de la lista de Cifuentes, cabe añadir- que se lamentaba del insuficiente número de cunetas para tanto rojo? ¿Y el portavoz del PP, Pablo Casado, ya va en el coche de policía con el moro, el negro y el gitano necesarios? Vamos a dejar de lado todo lo relacionado con el ballenato terrestre valenciano que acaba de ser desalojado de su ayuntamiento (véanse la burla a las víctimas del accidente de metro en el municipio o a su propia lengua). También dejaremos de lado todos los comentarios que han alabado el régimen franquista, o, en cualquier caso, defendido y permitido en la memoria (simplemente por todo el tiempo que me llevaría recopilarlos y hacerles referencia).

Yendo aún más allá, la moralidad se demuestra mediante algo tan vinculante como los actos, no tan demagógico como el uso de las palabras. Y los actos han dicho durante muchos años lo suficiente sobre la calaña asentada en los parlamentos, consejerías, ayuntamientos y otros edificios públicos.

No solo los actos definen a la persona, sino también el que poder conciliar el sueño con tantas vidas rotas y perdidas sobre la espalda. Es un peso ineludible con el que saben lidiar a través de muestras de ego desmesurado, gintonics en el parlamento y coches oficiales. Pero, por favor, no hablemos de cambiar las cosas, que hay que ser políticamente correcto, digno y respetuoso con las minorías. Ahora entiendo que es por eso que, siendo la pobreza y la exclusión social la realidad de un 27'3% de la población española, a ellos se les puede pisotear con tacones de aguja.

Retomando una discusión avivada por el "Je Suis Charlie", quiero confiar en que los límites del humor los marca la intención de daño del bromista, no los intereses políticos de cuatro personajes esperpénticos que quieren seguir chupando de la ajada tetilla del poder. Dicho lo cual, pueden irse de vuelta ustedes al infierno, añado, sin intención humorística alguna.








París

París se despertó perezoso. El sol no atinaba a dejarse ver entre unas nubes que hacían la ciudad de la luz, la más gris de la historia. Trajes de cuello vuelto hacia el cielo, que escondían en su interior personas, avanzaban con las prisas de la cafeína hacia un destino incierto. Se confundían en borrones de un gris más oscuro que el pavimento, danzando un ballet de música desconocida, solo audible para el espectador atento.

Los tenderos levantaban mecánicamente las vallas de sus negocios, fumando un cigarro y mirando al infinito, esperando ya, sin ganas siquiera, que llegase el momento de echarle la llave otra vez a la tienda, y volverse a dormir. Dormir, y dejar de pensar, fuese en las cuentas sonrojadas por la carestía o en el aletear de los pájaros del árbol de la calle paralela.

Un finísimo suspiro movía las hojas de los árboles, que también querían danzar como ellas, y a lo largo de los años se habían ido moviendo milímetro a milímetro hasta torcerse en direcciones heterodoxas.

Una bolsa marrón, que contenía una botella con el secreto del olvido. Un hombre asido a ella, que necesitaba olvidar. Ambos, uno y otro, inseparables, anexionados, fusionados con el calor de un pasado persecutorio, adornaban un banco enfrente del Sena. Balbució cuatro palabras inconexas, que dormirían juntas en los significados de su cabeza. Nadie acertó a escucharlas. Nadie quiso.

A unos metros de ellos, el fluir del agua se movía, constante. Se negaba a pararse, o a adaptarse a un tiempo creado por los humanos. Ella era eterna, y se dejaría conducir por construcciones artificiosas, pasando bajo el Pont des Arts para contemplar la catedral del jorobado, acudiendo a las imperiosas llamadas de doncellas ultrajadas por el destino y un hombre que no quiso ser quien decía ser, o las últimas súplicas de los invitados al infierno. El agua contemplaba, mero testigo de hechos y cuenco de suspiros, y avanzaba hacia un horizonte temprano.

El sol, rezagado, se negaba a mostrar sus cabellos a semejante calaña, esperpentos, deformaciones físicas de la moral, abstracta, sobre la cual disertaban con altanería, distancia y burla en amplios tomos que acabarían por coger polvo, y dar buena fama, en alguna estantería de nogal.


No, no lo merecían, daba igual el pasado y las penurias que se enganchasen a sus pies al levantarse de la cama. Aquel día, el sol no saldría. No para iluminar la otra cara de París.



(Y a poder ser, leer escuchando esto)


domingo, 14 de junio de 2015

XXIV

No te pierdas mis primeros pasos de la mañana, ni los últimos de la noche, al ir al baño a quitarme las lentillas y ponerme el sueño. No me dejes sola ante el aroma del café recién hecho, ni confíes en mí la decisión de qué vestir mi cuerpo frágil y desnudo para las irreverentes miradas de los desconocidos. No me abandones de camino al trabajo. No me sueltes la mano cuando el semáforo se ponga el verde. No te pierdas de vuelta a casa. No dejes que la soledad del crepúsculo se esconda tras las cortinas y se me abalance cuando me deje caer al sofá. Y, bajo ningún concepto, me dejes irme sola a la cama.


Tiempo

Los jóvenes, todos los que corremos con el viento cortante en el pecho y la risa constante en la espalda, creemos hacerlo con un Tiempo desconcertado, que se mueve en círculos, confiados en que nunca se pierda por caminos cortados por obras o deshoras; ciegos hasta el día en que el Tiempo se haga viejo, tenga reuma, bastón y artrosis, y se arrastre desde el recuerdo tardío al corto futuro posible, sintiendo la falta de la juventud vilipendiada, echando de más, más que de menos, la confianza derramada sobre sus espaldas, que le hizo heridas, como chorros de oro líquido.

“¿Cómo no confiar en tus frutos?”, le inquirió en su día Rafael Barrett. “Y yo qué coño sé”, atina a responder a deshora el Tiempo, “si mis frutos no son otros que el detrito de los vuestros, el bañar en óxido las obras de vuestra vida, reducir a cenizas los muros levantados en otro tiempo”.

Y es que el Tiempo ya nace cansado de que eleven banderas con su nombre pero sin su permiso. El Tiempo está ajado, corroído por tanta lluvia y tanta lágrima perenne y tanto quemar calendarios y enterrar cuerpos. Está corrupto, y yace inerme al mismo tiempo. Se tumba en una cama demasiado dura para un cuerpo tan sensible, con la indiferencia del que se sabe eterno, para contemplar con ojos de loco su propio paso por el mundo.

Juega a las cartas en un café perdido con la Parca. Ella ríe por los favores que le debe, y sabe que nunca va a pagar. El Tiempo, sabio, calla y otorga, juega la partida, apura un último whisky con hielo y se va sin pedir la cuenta. De eso se encarga siempre ella.

Y mirará, camino a casa, cómo las hojas se revuelven bajo sus pies, vírgenes verdes y celestinas marrones, y los pájaros enmudecen a su paso, con miedo del morir de sus notas más agudas en presencia semejante.

Y contemplará, sin pena ni gracia, como el espectador lejano que tiene con el mando de televisión la capacidad de cambiar canal sin parpadeo intermediario, cómo nosotros, los humanos, lo ignoramos. Y seguimos cantando, y bailando, y bebiendo, y muriendo cada noche, y viviendo en los segundos, perdidos en una alegoría que nosotros mismos en mal día inventamos para controlar nuestro paso por el mundo.

Quizá se le escape una sonrisa muerta, no lo sé.

 Lo que sé es que volverá a una cama demasiado dura.


A verse pasar por la ventana y el reloj de la mesilla.



viernes, 12 de junio de 2015

Retazos de una noche cansada, retratos de la nada

Cuando mis pies tocaron el suelo, un calor sobrenatural, inaudito, me dijo que algo no iba bien. Mis ojos no quisieron abrirse de inmediato, negándose a ofrecerme el secreto que se escondía a plena vista, protegiéndome de un dolor tan cercano que intoxicaba mi cuello con su aliento.

No había nada. La mesilla de noche repleta de libros condenados a estar eternamente empezados, había desaparecido. Junto a ella el armario, el escritorio y las estanterías. La silla, que proyectaba sombras peligrosas en las noches en que la luz de las farolas iluminaba la habitación con un amarillo incandescente, también se había ido. Y las paredes, de un blanco impuro, sucias con las manos, los pies, y los años, parecían haberse desvanecido por arte de magia. 

Afuera, si es que tal concepto seguía siendo válido, tampoco había nada. La oscuridad se extendía en todas las direcciones. Di una vuelta de trescientos sesenta y cinco grados en la cama, boya flotante sobre la ausencia, para verme rodeada por completo de la inmensidad. No era negro, ni era blanco, era la nada. La nada, que me apretaba el pecho con manos de gigante, y al mismo tiempo me tocaba la espalda con garras de hielo, resultando en un sudor frío que se pegó a las sábanas, como recordándome que, al menos, ellas seguían allí.

El gesto contrito y la boca disuelta en una mueca de pánico habría sido el reflejo que me habría ofrecido con consideración algún espejo visitante, pero aquello era imposible, pues no había nada. De nada. 

Mi voz parecía haber hecho también las maletas, pues todo lo que brotaba de mi garganta era aire viciado, enfermo, aterrado. La sal bañaba mis mejillas, si bien el enturbiamiento de mi vista no habría supuesto problema alguno, incluso beneficio, pues con razón conocida habría dejado de ver. De ver la nada. 

Me senté, despojada de sentimiento alguno por un momento, abrazando la indiferencia, la sumisión a una realidad satisfecha con su cambio, negando rotundamente una vuelta a su imagen tradicional. Me senté y contemplé, a través de la memoria, una vida que debería haber aprovechado, tangible, perceptible... ¿Real? ¿Era acaso menos real este vacío que todo lo inundaba, que había raptado hasta el color y el tiempo?

Y entonces, me desperté. Y todo estaba blanco.

XXIII

Quizá volvamos a encontrarnos.
O quizá no.
Eso no importa.

Y es que,
debajo de las uñas,
tenemos la certeza
del fin predeterminado de las cosas.

Tratar de alejarlo,
difuminarlo,
olvidarlo;
es separarlas de su esencia.

Existen,
lo confirmo,
los amores de un fin de semana.
De cinco minutos en el metro.
De una vida y media.

Y no son de tres semanas,
veinte días,
o hasta que la muerte nos separe.

Simplemente, son.
Dejémoslos ser.

martes, 9 de junio de 2015

Tormenta de verano temprano

Llámame sorda, pero hoy no he oído más que risas. Y pasos repiqueteantes en el suelo de Madrid, amortiguado por una fina capa de irrealidad que nos persigue desde niños. Como los juegos. Como los sueños. Como los llantos por las rodillas raspadas. Pero eso en junio no importa. Importa el sol. Y más aún las tormentas por sorpresa. Es que me gustan las sorpresas. Todo lo que rompa con la rutina. Y más si va acompañado del fuerte olor a tierra mojada.

Los días de lluvia me hacen la persona más feliz del mundo
porque si algo tan grande como el cielo llora
quizá no sea tan pequeña como dicen las cicatrices.




XXIII

En mi pasado sangrante
hay un reguero.
Seco.
De pestañas
y pétalos de margarita.

Pero ahora
el aire que respiro
no lo envenena tu colonia.

Huele a lluvia.
A enhorabuena
y a despedida.

A orgullos heridos de guerra.
A vueltas y media de tuerca.
A rodillas fallidas,
castigadas contra el suelo.

El sol le duele a la mirada
por haber cerrado los ojos.
Para ver que no estabas.
Para no saber cuándo te fuiste.

Y ahora, abiertos de par en par,
no noto tu ausencia.
Lato mi presencia.
Y las ganas de vivir
del resucitado.



XXII

Qué quieres que le haga,
si todos los poemas hablan de tus ojos.
Si las nubes llueven el sudor de nuestras noches.
Y las noches ahora ocultan borracheras de tu olvido.

Qué quieres que haga
con las fotos que quemé
si tienen copia de seguridad en la retina.
Con los lugares prohibidos por tu presencia pretérita.
Con los días tachados de todos los calendarios de la ciudad.
Con los meses que contaba a besos que siempre sabían a despedida.

Qué otra cosa voy a hacer
que asesinar tus fantasmas
con el acero de las semanas.
Ya oxidado del puto uso.

miércoles, 3 de junio de 2015

Learn to let go

El 80% de nuestras preocupaciones nacen de la incapacidad de dejar marchar. Tanto lo bueno, como lo malo, como lo malo disfrazado de bueno. No nos permitimos el lujo de desprendernos de algo que ya nos ha tocado por dentro. No es fácil. Ni hacerlo, ni concienciarse de la necesidad de ello. Confiamos en que en algún momento algo cambiará, bien aquello a que nos aferramos, bien la situación en la que estamos, bien nosotros mismos. Quizá sí, pero probablemente no. La respuesta suele hallarse en dejarlo ir. 

Sea el primer amor o el decimoquinto, un recuerdo vívido o desvaneciéndose, una canción escondida en un recoveco de la memoria, déjalo ir. Si quema, déjalo ir. Si ahoga, déjalo ir. Si viene acompañado del vacío insondable en el pecho -o del peso insoportable-, déjalo ir. Si manda salir a tus lágrimas de última hora de la noche, o las etilizadas, o las discretas en medio de una multitud, déjalo ir. Si no te llena, si no te permite avanzar, si te ancla a un punto perdido del pasado, déjalo ir. Si no te deja dormir por la noche, si no te despierta sonrisas, si no te construye como persona y te acerca más a lo que quieres llegar a ser, déjalo ir. Simplemente, déjalo ir. 

Basta de autoengaño y excusas cogidas por los dedos de los pies. Basta de hipótesis rebuscadas y teorías de bombero jubilado, de "el que la sigue la consigue", de zarbada insistencia, de omnubilarse con lo que uno desea y dejar de ver la realidad. Basta de castillos en el aire, de morir por un algo inalcanzable tratando de llenar el vacío. Basta de dolor gratuito en imposibles que nunca llegan.La respuesta correcta normalmente es la que duele, la que quema, la que nos hace cerrar los ojos en cuanto se pasea por nuestra mente. Deja de darle la espalda, y déjalo ir.


Sol solito

Hoy el Sol se ha levantado lento, melancólico. La Luna ayer estaba llena, pletórica, gorda, plena de luz robada. El Sol considera injusto que nadie entienda sus estados de ánimo cambiantes. También tiene sus días malos, en los que querría darnos la espalda y desaparecer. "Luna es una mimada", piensa. Y sigue brillando.

Pero qué le puede hacer.

lunes, 1 de junio de 2015

Escritura automática I

Que no puedo dormir. Que me vuelvo loca. Que se me ha caído la mordaza, la venda, y las bragas, y las ganas de vivir, y el pelo, y las penas, y la sonrisa. Y que todo está tirado en el suelo de mi habitación, mezclado con la ropa sucia y alguna colilla. Y con el tiempo, que se mete en todo, menos en vereda. Me ha confesado que pasa tan rápido porque le hace gracia el fluir de las hojas del calendario. Hijo de puta. No sabe nada de la vida. Pero yo tampoco. Ni yo ni nadie, según veo. Veo sin ver, igual que sin sentir creo que siento. Doliente respiración que insiste en meterme aire en el pecho. Dolientes ojos que insisten en abrirse cada mañana. Dejadme en paz. Dejadme morir esta noche. Dejadme quieta. Enterrada en sábanas, que mañana podrán ser tierra. Que ahora solo quiero dormir. Solo dejar de oír. De sentir. Quiero dar de baja los cinco sentidos, y el sexto, si existe, que se quede ahí escondido, que no me hace falta. Quiero ser ciega y sordomuda. Quiero perderme en el todo que es la nada, y en la nada que es el todo, y en más parábolas de poeta de tres al cuarto. Y darle la vuelta al mundo subida a mi cama, sin interventor, ni escalas, ni jetlag, ni niñato llorando en el asiento de atrás. Ni pagar. Que odio el dinero, me permito el lujo, porque creo que lo tengo. Pero cómo tener algo que no existe. Aunque también creo que tengo vida, que tengo gracia, que tengo intelecto. A la mierda todo eso. Me tomo el pulso y no noto el pumpum, noto el tictac. Puede que sea del reloj que tengo guardado en el armario. Si lo saco noto su mirada pegada en la espalda. Noto el miedo. El pánico. El de las agujas a girar, me refiero. A mí ya no me importa el paso de las estaciones, me divierte ver cómo caen y suben las hojas, de los árboles, al cielo. Y del cielo a la nada, supongo. Me gusta esa palabra. Que tanto dice y tanto calla. Nada. Como los peces y como la vida. Como esta noche de junio. Que me asusta. Me aterroriza. Tengo sueño, creo. Me voy a dormir, asevero. Espero poder cerrar los ojos. De verdad lo espero.

Orfeo et Eurydice: Mélodie for Piano Solo

Las teclas de un piano ardiendo me agujerean los oídos. 
Quizás es el alcohol, quizás es el sueño. 
No lo sé, pero no me importa. 
Porque la melodía se me está tallando en la carne viva debajo del cuero cabelludo. 
Me plañen las notas, las fusas y las semifusas, y se pierden mis sentidos en las manos de un desconocido. 
Que llora con los dedos. 
Que vierte sus penas en marfil, en blanco y en negro. 
Que me susurra sin palabras que conoce las mentiras del mundo entero. 
Que sabe que la realidad, en realidad, es sueño. 
Que ha oído hablar a los muertos y le han confesado que no hay nada más allá. 
Ni más acá. Todo cuento. 
Y ahora baja. Baja y calla. 
Acaba golpeando un teclado maltrecho por tanto sentimiento. 
Y muere en la noche. 
Quizás en otro lugar del planeta sea por la mañana. 


2 a.m.

Todo me sabe a poco. Y lo poco me sabe a mierda. A mierda de vida, a mierda de mundo, a mierda de día. A que son las dos de la mañana y ya debería estar dormida. Pero los ojos cerrados abundan demasiado. No quiero ser una más, pero tampoco sé cómo evitarlo. O sí que lo sé. Pero me asusta. El perder la comodidad, el lujo y el encanto de la vida moderna. Pero supongo que más asustan los disparos en medio de la noche. Los gritos de guerra. Los llantos de tus hijos. Lo supongo, porque nunca lo he vivido. Qué suerte la mía, eh. Habrá que rezar un padrenuestro agradeciendo y a la cama. A ver qué me cuenta el Sol por la mañana que ha visto en Siria.

Llora

Esta noche oí un grito. Un grito que era un susurro. Un susurro que era un llanto. Y no pude dormir. Y lo seguí. Lo busqué en una noche oscura como la boca del lobo. Como el futuro. Como el fango. Como la sangre. Como las almas.

Y lo encontré. Era un niño. Yo lo vi, pero él no a mí. No podía. Los ojos estaban llenos de tierra. Y la ropa, rota. Y la sangre, seca. Y la mirada, perdida. En la inmensidad de una fosa compartida con otros tantos infantes. Con otras tantas vidas perdidas.

Me desperté, y me di cuenta de que no eran vidas. Eran números. O eso es lo que dicen en las noticias.



(Ahora llora, hijo de puta, llora. Llora lo que no lloraste al ver cifras de muertos en el telediario, en el periódico, en Internet, persiguiéndote en tus putos sueños. Llora al ver que hay vidas detrás de las noticias. Llora por los padres sin hijos, los hijos sin padre, y la tierra regada con sangre. Llora al ver unos ojos tan negros y tan inocentes. Y tan secos. Ya se habrá cansado de llorar, supongo. Sabe que no tiene nada que ganar, supongo. Y lo único que me pregunto es quién coño habrá sacado la puta foto.)

Este mundo de mierda, pt.2

Y si lo único que nos queda es sufrimiento, que sea compartido. Si el llanto ahoga las risas, lloraré contigo. Si te duelen las heridas de balas que no llevaban tu nombre, compartiré mi sangre, derramaré la mía, suturaré las brechas de carne con el fuego de mis entrañas. Secaré todas las lágrimas antes de que caigan el suelo con la piel que me arrancaré a tiras. Todo ello antes de permitir que al prójimo del que tanto hablan le siga doliendo el latir desacompasado de un corazón al que no le han brindado la oportunidad de bombear sangre que no sepa a desengaño y a injusticia. Todo ello antes que seguir cerrando los ojos, girando la cara, dando la espalda. Todo ello antes que vivir en la inopia, en la burbuja artificial de deseos metidos con embudo y necesidades innecesarias. Me cortaré las manos para dárselas a los que no tengan fuerzas para moverlas. Me arrancaré los cabellos para dárselas a aquellas a las que se los privaron, a tirones. Moriré joven, pero no dejaré un bonito cadáver. Dejaré los restos físicos de un alma detrito. De un agujero incorpóreo. De alguien que habrá intentado que su huella en el mundo no se reduzca a una cifra en una red social. O a un libro. O a un árbol. O a un hijo. Renuncio a mi vida en pos de aquellos que no han podido elegir. No quiero seguir viviendo en un mundo en el que dormimos a pierna suelta con llantos de inocentes pegados a la almohada, reducidos a susurros. Relegados a la nada.

El mundo, ese hijo de puta.

Es este el peor mundo del peor imaginario. La más cruenta realidad se escapó de las pesadillas, disfrazada para poder ser ignorada, de sonrisas falsas, de información tergiversada. Y se acurruca en el consumo, la autosatisfacción articial y el ego. Y en su primo, el egoísmo, y su hermana, la indiferencia. Hijos bastardos de la individualidad, asesina. Que nos mata, a uno mismo aislado del resto, al resto por el que ni uno derrama agua salada por las mejillas. Todo este ruido nos impide oír los llantos que vuelven locos a los gusanos de las fosas comunes. Llantos de niños. De críos como tu hermano, como tu hijo. Niños sin vida. Infancias sin juegos. Juegos hay, pero de dinero. El dinero, que es el nuevo Dios. Dios, que está muerto. Y en su tumba la humanidad. Que se cree que sigue viva, la muy gilipollas. Que sigue con ojos cerrados y boca amordazada el camino. El camino envenenado, de paredes demasiado altas, tanto como las vallas que separan las fronteras de las riquezas dispares. Paredes oscuras. Como el alma de tantos. Tantos como los que carecen de ella. Ella, que nos huye. El alma, ese algo que llevamos dentro. Otrora. La hemos matado. Con tanta marca, y tanta porquería, y tanto poner barreras, y tanto odio, y tanta ira. Y tanto dolor. Dolor sordo. Dolor hueco. Hueco como el pecho en el que algo debería estar latiendo. Que ya no late, que se ha parado. Que ya no es mi corazón un puño sino un puñado de cenizas. Que se ha quebrado con las últimas noticias. Que dice que no soporta seguir sintiendo. Que prefiere irse de viaje a la eternidad de lo que no es eterno. Que quiere ser un recuerdo. Que quiere vivir en el limbo de las almas arrancadas de los cuerpos. Que ya no lloran. Tampoco juegan. Pero qué más da ahora eso. Es tarde. Deberíamos estar durmiendo.


Yo te voy a cuidar, pequeña.

Yo te voy a cuidar,
pequeña.

Abrirá las nubes
tu sonrisa
inocente
y pura.

Yo te voy a cuidar.
A secar tus lágrimas
con paños de experiencia.

A levantarte del suelo
a la primera
la segunda
y la tercera.

A abrir las puertas
de tu corazón
a un mundo de cerrojos
y miradas de reojo.

Voy a sincronizar tus latidos
con los de las almas desgarradas
que no hacen más que pedir
una mano de consuelo
que les ayude a alzar el vuelo.

Y volarás. Volarás conmigo.
Bajo mis alas no llegará la lluvia
a tu frente. A tu alma.

Yo te voy a cuidar, pequeña.

Moriré en el intento.

Moriré haciendo de escudo
para las lanzas del desengaño,
de la vanidad y del desprecio,
del odio a uno mismo proyectado
hacia un mundo que de odio está ya lleno.

Yo te voy a cuidar, joder.
Voy a contarte las estrellas.
Una a una. Las bajaré.
Para que te iluminen en las noches más saladas.
Y te guíen cuando los pasos sean errantes.

Voy a cuidarte, pequeña.
Así que deja de llorar.
Que la luna nos sonríe.
Que nos da la buena nueva.




jueves, 28 de mayo de 2015

XXI

Si ves una llamada mía,
no respondas.
No soy yo la que habla,
son las hormonas,
o la primavera,
o el vacío en el pecho.

Ese último dice
que te echa de menos,
que se hacía chiquito con tus abrazos
y ser tan grande le agobia.
Sabe eso de que cuanto más alta la torre,
más dura la caída.
Y se emparanoya.

Yo ya no.
No te creas.
Más bien poco.
Más que poco,
una mierda.

lunes, 25 de mayo de 2015

El haal y la existencia

"En bastantes culturas musulmanas, cuando quieres preguntar a alguien cómo le va, preguntas: en árabe, Kayf haal-ik? o, en persa, Haal-e shomaa chetoreh? ¿Cómo está tu haal?
¿Qué es eso del haal? Es el estado transitorio del corazón de una persona. En realidad, preguntamos '¿Qué tal le va a tu corazón en este mismo momento, en este suspiro?' Cuando pregunto '¿Cómo estás?' es lo que realmente quiero saber.
No quiero saber cuántas cosas tienes pendientes de hacer, ni cuántos mensajes tengas en tu bandeja de entrada. Quiero saber cómo está tu corazón en este mismo momento. Cuéntamelo. Cuéntame que tu corazón está gozoso, cuéntame que tu corazón está doliendo, cuéntame que tu corazón está triste, cuéntame que tu corazón ansía contacto humano. Examina tu propio corazón, explora tu alma, y después cuéntame algo sobre tu corazón y tu alma. 
Cuéntame que recuerdas que aún eres un ser humano, no un 'actuar' humano. Cuéntame que eres más que una simple máquina, tachando cosas de una lista pendiente. Ten esa conversación, esa iluminación, ese acercamiento. Deja que sea una conversación sanadora, llena de gracia y presencia.
Pon tu mano en mi brazo, mírame a los ojos y conecta conmigo por un segundo. Cuéntame algo sobre tu corazón, y despierta el mío. Ayúdame a recordar que yo también soy un ser humano completo y lleno, un ser humano que también ansía contacto humano."
- Omid Safi, The Disease of Being Busy

Bukowski, putoamo.


"¿Cómo demonios puede un hombre disfrutar ser despertado a las 6:30 a.m. por un despertador, salir de la cama, vestirse, alimentarse sin ganas, cagar, mear, cepillarse los dientes y el pelo, y luchar contra el tráfico para llegar a un sitio donde básicamente has ganado grandes cantidades de dinero para otro y has sido instado a estar agradecido por tener la oportunidad de hacerlo?"

Es simple, el sistema capitalista vive enteramente de la alienación de las hormigas obreras que le regalan (ya ni venden) su fuerza de trabajo; esto es, lo más preciado que tienen, parte de sí mismos, sus conocimientos, su esfuerzo, su pasado y su futuro. Eso es lo que ceden a cuatro gatos solitarios que han amasado grandes fortunas a costa de personas, y aun así pueden dormir con la conciencia tranquila, acallada por la sensación de poder y prestigio que otorga un constructo social tan vano y deleznable como el dinero.

Y se nos dice, desde pequeñitos, que "así son las cosas". No. El sistema es tal porque queremos que lo siga siendo. Todo aquello que haya sido obra del ser humano es perceptible de ser cambiado. No podemos luchar contra las catástrofes naturales, pero sí contra la anulación sistematizada de la persona, enmarcado dentro de un sistema, el capitalista, que lo justifica y legaliza.

Es difícil, no hay duda alguna sobre ello, pero no es imposible. Decir que todo aquello que puede soñarse puede cumplirse es caer en clichés cursis que esas mismas personas que destruyen nuestra humanidad han sabido inculcarnos, sin decir también que les han puesto límites hasta a los sueños. Límites y precio.

La clave está en obedecerse a uno mismo, tratar de cultivar un acerbo cultural y un espíritu crítico que nos proteja de las garras de la injusticia capitalista. Y es que, el consumo, nacido en el intercambio de bienes debido a la necesaria movilización de recursos: si yo tengo cuatro peras, y tú cuatro manzanas, y ambos queremos probar lo que tiene el otro, no es malo per se intercambiarlo, pero ello tiene que hacerse en una dinámica de igualdad y respeto que brilla por su ausencia actualmente. No tenemos por qué vivir en precariedad, como ellos nos han dicho siempre, en caso de oponernos frontalmente al capitalismo. 

Y es que no es cuestión de ser todos pobres, sino de ser todos todo lo ricos que los limitados recursos mundiales permitan. Que no es poco.



MLK

No one really knows why they are alive until they know what they’d die for."
Martin Luther King

¡QUE VIENEN LOS ROJOS!

¡Extra, extra! Tertsch nos había avisado, pero, cegados por el populismo chavista bolivariano bolchevique castrista, elegimos ignorar a esa mente prodigiosa. Anunció el peligro del inminente progreso venezolano, libertades cubanas y papel higiénico coreano. ¡Ay, pobres de nosotros! El nivel de inmigración de los países comunistas ha aumentado un 371%. Se baila zumba cubana a ritmo del himno de la Internacional (si bien estos rojos saben bien cómo mover los cuartos traseros).

La extremísima izquierda se ha hecho con las ciudades más importantes del país. A Madrid ha vuelto ETA (pero, esta vez, en su vertiente “Espe ‘Tas Acabada”), y se planea un asalto al Congreso entre perroflautas y bolcheviques, con canciones reivindicativas en contra del gobierno y cócteles molotov. En Barcelona los catalanes han renegado totalmente del “segundo puto gallego que nos jode de esta manera” y han empezado a hacer altares con la fotografía de Lenin.

Nada más lejos de la realidad, aunque ya le molaría al Inda. Increíblemente, la politización de un movimiento de indignación como ha sido Podemos, ergo, la intrusión en el arcaico juego político español de un elemento nuevo, ha tenido efecto, en contra de las catastróficas previsiones que muchos, me incluyo, teníamos. La bruja Aguirre se ha caído de la escoba intentando hacer un loop por encima de sus posibilidades (pero no se ha escoñao, mala suerte la nuestra, pacto con el diablo la suya). Ada Colau es la semilla de vida que se quiere sembrar en la Ciutat Morta de Xavier Trias, y, bueno, no hablemos del movimiento Pro-Manuela y el arrebato de la capital al PP después de décadas. Rita Barberá ahora está, como bien dice Raquel Martos, al fresquet, y con una cara digna del magnífico Jabba The Hutt.

La derecha está asustada, a-co-jo-na-da. Que yo lo entiendo. Si estás sentado en un sofá comodísimo (los sobres llenos de fajos de billetes dan calor y son muy mulliditos) y vienen cuatro comunistas a expropiártelo, pues jode. Jode que la gente empiece a luchar por sus derechos, sus libertades y, en definitiva, empiece a tomar control de su vida. Jode que se hayan abierto muchos ojos (si bien sigue siendo un país de ciegos), y que su mirada sea de decepción y odio. Pero bueno, quien se pica, ajos come, aunque no sé cómo compaginarán muchos esa dieta con su tradicional chupar sangre inocente.

A todo esto, yo tengo fe en que Mariano se traiga algo gordo entre manos. Así, en su papel de tontico del partido, un poco a lo Pedro Sánchez, cagándola en modo repetición, ha favorecido más al fin del bipartidismo que gran parte de movimientos de izquierdas. Se mueve dentro del PP, frustrando intentos de seguir a flote, comunicándose con los ciudadanos a través de pantallas, asegurando que el paro son como los unicornios. Y ahora calla, probablemente frotándose las manitas y murmurando “Shí, shí, el plan va como había previshto”.

Ahora, rojitos míos, no nos durmamos en los laureles, que los votos a los partidos tradicionales han bajado, sí, pero no tanto como se podría esperar con semejante marrón encima. Pero bueno, hay días tontos, y tontos todos los días, y, desgraciadamente, la participación electoral entre los sectores más enriquecidos de la sociedad es muy alta, debido a que ellos sí saben cuáles son sus intereses y actúan para favorecerlos. Hagamos lo mismo, pero sin confundirnos de clase. No somos los de arriba, somos los de abajo, los que han de luchar para que mueran estas divisiones de una vez por todas.

Y, por cierto, Marhuenda, me suena haberte oído decir a Colau algo como que te ibas de España si ganaba las elecciones. No dudes en que habrá crowdfunding para financiarte un billete de avión directo a Corea del Norte. Besis.



sábado, 23 de mayo de 2015

XIX

- ¿Quién te hizo esto? ¿Por culpa de quién el dolor rebosa de cada uno de tus poros?

-¿Quieres saberlo? Todos los amores no correspondidos. Y los amaneceres nublados. Y los atardeceres tempranos. Las camas frías, y el café descafeinado. Las guerras y las mentiras de los periódicos. La muerte y su risa en mis pesadillas, aliada con el paso del tiempo. Las calles llenas de gente y la nieve sucia. Los pájaros callados. El calor bochornoso. La leche cortada y el medio limón olvidado en todas las neveras. El sonido de un reloj en medio de la noche. Y los mosquitos. La intransigencia y el egoísmo. Todas las mentiras y todos los mentirosos. Las oportunidades perdidas y las anclas del pasado, enganchadas a las heridas que impiden cerrar mientras ríen con sorna. Las noches de insomnio. Y los atascos. Los abriles sin lluvia. Los regalos decepcionantes. Las mañanas frías. Los jerseys que pican. El agujero dentro del pecho, tirando hacia la izquierda. Los labios negros y las mentes a oscuras. Las huidas en mañanas de resaca. Las espaldas que te plantan cara. Los dibujos rotos. Los corazones remendados. Las avenidas sucias. Los charcos en los que no se puede saltar. La gente que se esconde de las lágrimas del cielo. Las nubes sin forma. Los aullidos sin destinatario. La incomprensión. Las sábanas que huelen a colonia. Los gatos que no son negros. Las canciones tristes, y las que se alían con recuerdos. Las imágenes que quiero olvidar, y están muy cómodas en mi cabeza. La vida que he elegido, y la que no pude decidir. El futuro incierto, y las seguridades. 

- ¿Nada de corazones rotos?

- Nada de corazones rotos.

Chucuchú

No me eches la culpa a mí. Yo nunca termino nada de lo que empiezo. Se me caen las ganas a los pies, que las enfrían y hacen inservibles. Yo miro al espejo de reojo y a los atardeceres con la atención que se merecen las cosas bonitas. Yo me pierdo en las miradas de la gente y no la oigo cuando habla, porque tratan de engañar a sus verdades con palabras. Yo busco unas manos más bonitas que unos pómulos marcados, para que me sujeten por la noche si me caigo en sueños, o quiero echar a correr sonámbula, vaya a ser que me tire por la ventana y no consiga volar. Yo no soy ni de chocolate ni de vainilla, sino de galleta maría, y no me gusta el helado si no es en cucurucho y compartido. Yo estoy tan arriba como puedo estar abajo, subida a una montaña rusa con un cinturón un poco flojo, que no para ni de día ni de noche, encendida sin control. Pero no te pedí que te subieses conmigo. Porque es difícil soportarme, te lo digo yo que me conozco de un par de días. Porque soy un osito de peluche con las garras de uno polar. Y me las clavo por la noche si no puedo dormir. Así que si quieres perderte conmigo, hazlo, pero cuando acabemos lanzándonos dardos envenenados, no podrás decir que no te lo advertí.

Guiño, guiño, patada en la entrepierna


El rollito del ave fénix

Vivimos con miedo de que nos hagan pedazos.

Río.

No se va a construir un edificio desde sus cimientos,
a no ser que esté destruido.

No hay más manera de salir a flote,
que tocar fondo.

Lamo mis cicatrices,
pues esas heridas
me han hecho la persona que soy.

Que también será destruida.


El juego de la memoria

- ¡Estás para foto!

Atrevido insulto para la escena. Si algo tiene vocación de recuerdo, el lugar que le es propio es el baúl de la memoria,  no un carrete. Y es que las fotografías son reflejos inexactos, manchas de colores en un papel, o bits ordenados en la pantalla de un ordenador. Y el papel se quema. Los archivos se borran.

Los momentos se atesoran involuntariamente. No somos conscientes cuando decidimos que el lunar en el pecho de un amante, la sonrisa de un confidente, la luna creciente más menguante de la historia o los posos de la taza de té de aquel día tan fatídico, permanecerán eternamente con nosotros.

Nuestra memoria juega sola en el tablero. Se da cuenta de que la sangre fluyó más rápida cuando tus ojos se encontraron con dos manos rozándose, o una flor tirada en medio de la carretera, y en base a ello guarda el momento exacto, tal como lo viviste, atado a sensaciones inexplicables, irrepetibles  y, mucho menos, perceptibles de ser guardadas en una fotografía.

Y tú, sin ser consciente, rememoras ese recuerdo, de manera que se queda grabado a fuego en algún punto de la masa gris. Con frecuencia variable y descendiente. Empieza siendo todas las noches, antes de caer en brazos de Morfeo, en una fracción de segundo la imagen de corta la respiración y te obliga a abrir los ojos. Pasa a ser de vez en cuando, en el bullicio del metro. Y, finalmente, ese recuerdo se ve condenado a una relación causal. Ves la cama revuelta de amor de una sola noche que quisiste que fuesen tantas en todas las camas revueltas desde entonces.

Tú no juegas a escoger guardar recuerdos. Eres un muñeco de trapo en el proceso. Y tu subconsciente, tu mente, tu otro yo o como quiera que se llame aquel que maneja nuestros cables, será el que moverá los hilos para poner la piel de gallina, o provocar el llanto después de una sonrisa.


No perdamos el tiempo en tratar de aprehender momentos que están predestinados a esfumarse. 



martes, 19 de mayo de 2015

La tauromaquia o el arte de la tortura

En el siglo XVI, el archiconocido zar Iván el Terrible era un adepto del juego denominado "cazar la gallina", consistente en atar las manos de campesinas para que persiguiesen a un pollo por un patio hasta que alguna consiguiese hacerse con una pluma. Las campesinas, desnudas, eran diana de flechas lanzadas por los espectadores. Una risa, tremenda diversión a costa del dolor ajeno. Cabe destacar que esta práctica no ha llegado al siglo XXI como elemento definidor de la cultura rusa, ni mucho menos. Entonces, ¿por qué se sigue defendiendo la tauromaquia con tal argumento?



En primer lugar habrán quienes argumenten que no hay punto de comparación, pues en un juego se maltrata la vida humana y en el otro, la animal. Ahora, cabe preguntarse, cosa que pocos habrán hecho, cuál es la barrera que separa ambas vidas. ¿La conciencia? ¿La voluntad? Toreemos, pues, a discapacitados mentales. Porque, en términos absolutos, ambos seres sienten dolor, ambos seres sufren en sus carnes las heridas. Es, en el cómputo total, vida, que en ninguna de sus variantes puede ser depreciada de tan vil manera.

Vayamos, pues, a los toros. Cultura, dicen muchos. Basura, digo yo. ¿En serio alguien puede estar orgulloso de que la identidad de su nación se defina en torno a una práctica tortuosa y sangrienta? Y reír sobre ello, y ponerse en las primeras filas, que con suerte puede que salpique sangre. Si este es uno de los elementos de nuestra cultura, reniego de ella categóricamente. Habría que observar, claro está, a los férreos defensores de esta fiesta nacional. Borregos, bastos, ignorantes y brutales, de comportamientos machistas y arcaicos.

Aún más, de cara a la comunidad internacional, somos la risa, la mofa, el icono del desprecio. Países europeos tan avanzados en materia de respeto de derechos animales no se ríen de nosotros porque solo les queda lamentar que aún a día de hoy se conserven costumbres paleolíticas como lancear a un pobre animal.

Y digo pobre, e indefenso, porque la lucha nunca está en igualdad de condiciones. Los toros salen al ruedo deshidratados, confusos, drogados y ya heridos. Su fin en la vida es desde el primer momento servir a la reafirmación de la dudosa virilidad de un gilipollas con el pene y las entendederas demasiado cortos. Que esa es otra, abogaría sin dudarlo por la desaparición de una especie artificial, si están predestinados a sufrir (que no ya morir, sino hacerlo entre terribles dolores).

Confío simplemente en que el pueblo español deje atrás las carencias que lo definen y que, aunque duela admitirlo, se heredan generación tras generación. En este caso, las carencias son de humanidad y cordura, de sensibilidad y lógica. Alguien que disfrute viendo sufrir a un pobre animal, borra la barrera que separa a este último de la humanidad. Poco más, y acabaremos rebuznando y soltándonos mordiscos. Y qué triste.





lunes, 18 de mayo de 2015

!!!




Platero y el ciudadano medio

"El mejor argumento contra la democracia es una conversación de cinco minutos con el votante medio".

Tales palabras fueron un certero golpe asestado por Churchill a la democracia moderna. Después de más de medio siglo, siguen teniendo una lamentable vigencia. Y es que, aún a día de hoy, el ser un ciudadano es la rareza, la excepción a la regla, el triste caso aparte.

Entendemos la ciudadanía en materia de nuestros derechos (nos viene fabuloso todo lo que nos favorezca), pero nunca nuestros deberes (porque supone un mínimo esfuerzo). Y es que, más allá del pago de impuestos y el respeto a la Ley, nuestros deberes como ciudadanos abarcan el campo moral, dentro del cual habríamos de incluir la dimensión política, entendida como gestión de los conflictos nacidos en el seno de la sociedad (eso de lo que formamos parte, sí).

Ser ciudadano implica ser consciente, ser activo, ser partícipe. Relegar nuestra soberanía a cuatro gatos de bolsillos hinchados nos libera de la carga de las decisiones, sí, pero nos echa encima el peso de la injusticia y la opresión, que, lamentablemente, suele caer en los estratos mas bajos.

Ser ciudadano es dejar la faceta animal, la egoísta e intransigente, y asir con fuerza la bandera de lo común, lo social y lo empático. Ser ciudadano supone preocuparse por la realidad compartida que vivimos y, antes de formular juicios, recopilar toda la información posible, más allá de los medios de manipulación comunicación imperantes. Entender antes de opinar, y mucho menos de decidir. El voto informado, como mínimo.

En palabras simples, gozar de la vida en sociedad precisa de ser un personaje activo e informado, que vela por sus intereses en el seno de la comunidad, y no por ello imponiéndolos, sino deliberando hasta llegar a un punto común que satisfaga al resto de implicados.

Enmarcándonos dentro de la necesidad (que no realmente necesaria, pero eso es otro tema...) de representatividad en la que nos hallamos, la responsabilidad del ciudadano se halla en la necesidad de información contrastada y no sesgada, que le permita forjarse una opinión con base y fundamento, a partir de la cual podrá elegir a esos representantes que tendrán su vida -y las de todo un país- en sus manos. Sin embargo, dicha responsabilidad no se limita a las urnas, ni mucho menos. La noción de representatividad exige un control de la misma; es decir, procurar que no se les vaya la cabeza a los políticos con el poder que nosotros hemos elegido darles.

Y ahora se podrá entender la visión apática y desencantada que muchos compartimos en relación con la vida política española. Entre todas las edades reina la ignorancia y, aún peor, el enorgullecimiento por ello. No nos basta con ver las penosas consecuencias que tal comportamiento nos ha acarreado (que, ya de hablar de recuperación, podemos hablar de mis cojones), sino que seguimos hurgando en la herida, tratando de hacerla profunda y que genere una gangrena que lleve el país a pique. 

Y quizá es lo que nos merecemos, al fin y al cabo, los políticos son un mero reflejo de los ciudadanos, por mucho que tratemos de ponerlos en un mundo aparte, como si de otra especie se tratase (si bien Esperanza Aguirre tiene un poco pinta de reptiliana). Vienen de nosotros, comparten nuestros valores, de ensalzar el pillaje y el engaño, y criticar la inteligencia y la audacia, sea por envidia, o por pura ignorancia.

Aquí, en este punto nos hallamos en vistas de las elecciones autonómicas, cuyos resultados son la antesala de unas generales que se esperan con grandes expectativas, que esperemos no sean frustradas, y el reflejo de la mella que ha hecho la deplorable situación del país con nosotros. Aguardando aún la decisión del pueblo, podemos preguntarnos si éste ha visto la luz, o sigue estando más a gusto en la caverna.




domingo, 17 de mayo de 2015

El valor depreciado de la vida humana

Resulta sorprendente el poco valor del que dotamos a la vida humana. Generalmente insensibles al asesinato indiscriminado de miles de personas, exculpándonos con el elemento de la distancia, no salimos de nuestra ególatra burbuja ni aun cuando la muerte golpea nuestra ventana, tocándonos de cerca, respirándonos en la nuca. 

Y es que no nos damos cuenta de todo lo que una sola muerte implica, no digamos ya cientos, miles o millones. Para nosotros, cada uno de los humanos, nuestra vida es, a fin de cuentas, todo lo que realmente poseemos -en términos de préstamo para con la fortuna-. Nuestra vida es nuestra única e irrepetible porción del universo, creada por nosotros y nuestro entorno, moldeada una realidad que no podemos compartir, lo que supone, necesariamente, lo especial de la misma.

Sin embargo, no alcanzamos a apreciar que, siendo ello tan valioso en términos individuales, en términos generales y multitudinarios habría de ser excelente. Y lo es. El increíble potencial que alberga la naturaleza humana, depositada en miles de millones de personas, es infinito, e infinitamente bello. Y, sin embargo, no nos recorre ni un escalofrío por la nuca al ser bombardeados cada día por las noticias mundiales: genocidios, atentados, violencia indiscriminada por materia de raza, credo, género o estatus social. 

No nos percatamos de que cada cifra esconde e impersonaliza vidas humanas, que tenían lazos con otras que, con suerte (o sin ella), aún siguen aquí. Son los hijos, padres y hermanos, como podrían ser los nuestros. Cómo lamentaríamos la muerte de uno solo de ellos, el cese de su existencia, la negación eterna de su presencia. Y no mostramos ni un mínimo de solidaridad con aquellos que han habido de sufrir, sin buscarlo, tal castigo -y no precisamente divino-.

Nos seguimos excusando en lo doloroso que sería tener que tomar conciencia de todas las penurias mundiales, insoportable hasta el nivel de hacer inconcebible nuestra propia existencia. Por eso somos frío ante el ardiente sufrir ajeno. 

Pero tal excusa me resulta nimia y cogida con temblorosas yemas de los dedos. Simplemente preferimos vivir bien dentro de nuestro oasis de irrealidad, con problemas del primer mundo que sirven como mero entretenimiento, película gris, traslúcida, que nos impide ordenar nuestras prioridades como debiéramos. Somos unos críos malcriados incapaces de mostrar empatía alguna. Y qué triste.



sábado, 16 de mayo de 2015

No hay mayor asesino que la propia mano

Agh, sufrir por otros. Me niego, en redondo y en cuadrado, a derramar una lágrima por otra persona. El dolor nace en uno mismo, soy yo quien le da forma a mis miedos a través de la deformación de mis sentidos. Así que, ahora, arráncame la piel a tiras, grítame mis inconfesables defectos en una plaza llena de gente, y déjame sola en medio del vituperio generalizado, que, te lo aseguro, solo dolerá cuando le abra la puerta al miedo y la inseguridad. He arrancado los cables del telefonillo, así que pueden esperar sentados.

viernes, 15 de mayo de 2015

XIII

Y ahora solo quiero quererme. Y dejar de existir. Quiero vivir, pero sé que no atrevo a caminar con mis pies. Lo haré a través de las palabras de otros, leeré las mentes de los atrevidos que las plasmaron en páginas, lloraré sus penas, me angustiaré por sus angustias, desapareceré con sus finales. No oiré más palabras de amor fingido que no sean las que se cantan con un rasgueo continuado, o el lamento de un violonchelo perdido en alguna habitación insonorizada. No sentiré más calor que el del sol de primavera lamiendo mi ventana. Se me erizará el vello de los brazos, la piel de gallina, fría, escalofría, solamente con besos de terceras personas de quienes solo sé el nombre.

Y dejaré de existir. Anulando mis sentidos. Dando de baja mis dolores. Merece la pena una vida que es vivida, pero no pretendo arriesgarme a que sea la mía. La dejaré en su envoltorio original, intacta, preparada para la devolución entre lágrimas en unos años, quien sabe si diez, si veinte, o si la próxima vez que vaya al baño. 

Reencarnación

Hoy desperté, en una cama que no era la mía, con ganas de reencarnarme. En hormiga, que soporta sobre sus hombros el peso infinito del mundo, para acabar su existencia en la suela de alguien con complejo de Dios y poco cuidado con dónde pisa. En marea, yendo y viniendo a besarle los pies a la amada orilla, y lamiendo el cuerpo de sus amantes, las rocas, dentro de una contradicción que le da la sal a las lágrimas que le corren por el cuerpo más que por las mejillas. En Sol y en Luna, en un eterno romance, sin fin a los ojos mortales, sin satisfacción del deseo, la negación a la posibilidad del roce, el sempiterno amor en la distancia. En hierba, para besar los pies desnudos de cualquiera que quiera ponerse encima. En arena, y en cal, para desconcertar a la gente con dichos que nadie entiende, para pegarme en la piel en la playa, y quemar viva la carne. Y es que no me importa el qué, con tal de no seguir en la piel humana, con conciencia hiperdesarrollada y complejo ególatra y victimista, pensando a cada segundo en cómo es la vida, y cómo habría que vivirla.

Las personas tristes y el juicio acelerado

Las personas están tristes, constante y eternamente tristes. La angustia les florece en el pecho y se les atraganta en las venas, poniéndoles los dedos morados, azules con el frío. Y sumidos en nuestra individualidad, narcisismo y egolatría, el culto al “yo” del que no salimos hasta que no tenemos un pie metido en la caja de pino –y ni siquiera-, nunca nos damos cuenta de lo tristes que están las princesas que andan por la calle, cabizbajas, como buscando en el suelo la sonrisa que perdieron cuando andaban por ese mismo lugar una tarde cualquiera, de la mano de un hijo o un amante perdido.

No nos damos cuenta, y construimos nuestras relaciones sociales en la intransigencia, en el “mira qué capullo”, en el “esa no merece la pena”, en el “ese es un pringao”. Y tú qué sabes, joder. Porque el capullo no te ha hablado de las incontables ocasiones que ha pensado en ponerle fin a todas sus penas con el filo de una cuchilla, desde la muerte de su hermano. Porque esa, que no merece la pena, no le ha hablado a nadie, y menos a ti, sobre las palizas que le pegaba el marido de aquella que le dio la vida, al que nunca quiso llamar padre. Y el pringao no te ha confesado los miedos que le atormentan cada noche, justo antes de quedarse dormido, que van desde la muerte y el olvido, a cuán difícil le será levantarse la mañana siguiente, después de años de acoso sistemático por su entorno.

No, tú no sabes nada. Ninguno sabemos nada. Y no queremos saberlo. Preferimos simplificar, reducir a las personas a la visión que dan de sí mismas al mundo, a pesar de que esas máscaras tras las que se esconden están construidas por inseguridades, miedo al rechazo, complejos, pánico a la soledad, ansiedad y, de nuevo, una infinita y profunda tristeza.

Nos sentamos en nuestro trono, desde el que miramos por encima del hombro a todo el que osa entrar en nuestro perímetro de visión, para juzgarle con mano de hierro, como si de la ciega justicia nos hubiese poseído, cuando lo único que tenemos en común con ella es que no vemos una mierda.



Diario de sueños I

Hoy abrí los ojos y desperté en una de mis acostumbradas pesadillas. Un hombre, un viejo desconocido, me tomó de la mano para llevarme por un camino que recordaba en sueños, que jamás había pisado más que con los pies desnudos por mi mente. Era gris, quemado, envuelto en cenizas, que ahogaban la voz y traían lágrimas a los ojos. Paseamos por la destrucción de algo que daba la impresión de haber estado muy vivo. Es esa la mayor desesperación, el caer del coloso, cuanto más alto, más doloroso.

Caminamos de la mano, sin rozarnos los dedos. Sumidos en el silencio que no conocen las voces de la cabeza. Mirando al mismo punto sin saberlo, paseando por las avenidas de otro yo al que ahora no querría conocer. Al caído en batalla, hundido en la caja de pino que se disfrazaba con sábanas blancas. La luz se filtraba por los agujeros de bala de los edificios, que carecían tanto de techo como de vigas maestras, y se derrumbaban con la vibración de nuestro andar. 

Me soltó la mano, y desapareció en una bruma clarividente. Me quedé sola, inerte, pero no por ello vacía. Dentro de mi propia cabeza derruida. Echar a andar sin rumbo fijo es como agua fría en un día de verano, y me dispuse a ello, para entrar en una cueva de rocas lisas, húmedas como el anverso de la lengua, que se retorcían en formas de las que solo es capaz la naturaleza. Me deslicé entre ellas, como si de un tobogán se tratase, huyendo del miedo, avanzando sin dificultad hacia un rumor de risas que se escondía en algún punto de la inmensa oscuridad. 

Y el negro, de repente, se abrió. Y me dejó caer en un lago de aguas más oscuras aún que la noche, y que el miedo, que la angustia, que la desesperación, que la soledad, que la muerte. El agua, enturbiada por mi presencia, hizo crecer miles de cuerpos desnudos que se retorcieron en una danza erógena que tomaba color de piel ante mis ojos, y moría entre orgasmos sin sexo.



Adiós al amor, hola a la puta VIDA.

Dejo de escribirle al amor, lo aviso, porque me he cansado. De textos inertes y yermos que yerran en su pretensión de revivir un sentimiento pretérito. De tratar de enganchar el cielo con los dedos y que se me escapen las nubes de las yemas de los mismos, quedándome siempre con húmedos trazos de cielo que de poco sirven metidos en los bolsillos.

Me he cansado, de postrarme a los pies de Cupido y de que me conteste, contrariado, que no le quedan flechas en el carcaj. Contrariada también es la costumbre insatisfecha de buscar con la mirada en todas las habitaciones a ese alguien que te ha hecho palpitar, y ahora no hace más que evaporarse entre recuerdos.

No quiero escribirle más al amor, porque no lo tengo. No sé si lo tuve, y mucho menos si lo tendré, pero poco importa en un mundo, el mío, en el que no hay más centro que mi ombligo. Hundido, ranura que habla de la verdadera conexión con otro cuerpo, por un demasiado breve periodo de nueve meses. Me recuerda que la vida tiene un comienzo y un final, y este último no se halla en cada beso mal dado que insiste en atormentarte por las noches.

No le escribiré más al amor, repito, porque ahora sé que no me va la vida en ello. Me va la vida en sí misma, a través de mis poros, y no de los del amante inconcluso, el polvo insatisfecho, el alarido de pasión entrecortado por el destiempo. Ya no es eso el alimento de mis miedos y mis desavenencias, lo es la vida que se me escapa de las manos y corre más rápido que cualquier pierna. Humana o animal, que viene a ser la misma esencia con distinto nombre.

Lo digo por última vez, y no por ello menos convencida. No le voy a escribir más al amor porque lo único que siento en la espalda esta mañana es el golpeteo intermitente de los rayos del sol más madrugadores, acallados entre el latir de la sangre en las sienes, unidos en un todo al que se reduce una más de tantas nimias existencias.

Porque el amor es el nombre simple que escogimos para el todo que no entendemos. Porque tenemos poco vocabulario, poco tiempo y pocas ganas para decirlo con la propiedad que se merece. Por eso no le pienso hablar al omnipresente y vacío término “amor”. No pienso volver a mencionar su nombre hasta el día en que llame a mi puerta y me deje claro que ha venido para quedarse, y no para una noche de tantas, de despertar en una cama vacía de todo menos de recuerdos preparados para hacerte sufrir eternamente.

Ahora se me llenará la boca de ilusión, esa que se rompe en pedazos cuando choca con el muro de la realidad; 
de desaires, para con otros y conmigo misma; 
de fuelle, choque neuronal, eléctrico, que te empuja a seguir adelante, andando entre una bruma que acalla las figuras en el silencio de su espesura; 
de esperanza, de que el nuevo día traiga más que el viejo, y menos que el que aún se incuba; 
de realidad, pero solo la mía, pues en ella existo mi existencia; 
de sangre, que me corre por las venas, roja como las pinceladas de un Dios especialmente artístico para algunos atardeceres; 
de vitalidad, de saltos y piruetas, que acaban con el cuerpo boca abajo y la boca llena, a veces de hierba y a veces de arena, muriendo a segundos en sonrisas; 
de humanidad, a la que pertenezco, tanto como ella me pertenece a mí en mis dos piernas; 
de susurros, los nunca dichos, aún ocultos en algún rinconcito de la mente, y los prófugos de una boca desincronizada con los complejos, que resultan ser la máxima expresión de las verdades; 
de sueños, sí, de sueños, con los que cimento el adoquinado de mi camino al futuro, por el que ando de puntillas con mucho cuidado de no clavarme cristales, posibles vestigios de sabe dios qué botella de veneno lanzada en alguna borrachera. 

Voy a hablar de todo ello, y de mucho más, de la eternidad y la totalidad de la existencia, con la pausada voz del sabio que solo le habla a quien le escucha, y la baja voz del joven, que sabe que se equivoca a cada frase, pero se mantiene imperturbable en su ansia por conocer.

Sabio, joven, maestro, aprendiz y eterna persona, me alzo en contra de la maldita temática romántica a la que me ha reducido un mundo que no ha sabido ordenar sus prioridades, y hoy, un perdido día de mayo del que no se acuerda el calendario, firmo ante notario mi renuncia a ese gran desconocido, que en su día quise llamar amor.



miércoles, 13 de mayo de 2015

XIII

Acepté, con solo un beso, curarte las heridas con toques de lengua. Barrerte el camino para que jamás volvieses a tropezar con la misma piedra. Mullirte la almohada para que las pesadillas dejasen de perseguirte. Abrir las persianas cada mañana para dejar que el sol iluminase cualquier vil regalo de la noche.

Acepté darte mi piel para calentarte en las horas más frías, y como lienzo para que escribieses tus obras póstumas. Darte mis ojos para que verte cada mañana como la cosa más bonita que ha pisado el planeta. Darte mis brazos para espantar tus fantasmas. Darte mis piernas para correr sin rumbo, pero siempre conmigo.

Acepté el dolor, de antemano y de improviso. La pena, sumergirme en mares tan salados como las piedras. El brillo de tus ojos, escueto y egoísta. El ardor de la piel, muerta allá donde no la hubieses tocado, cicatrizada donde hacía tiempo que habías pasado.

Lo acepté todo, con la sola condición de que tu aceptases mi peso en el otro lado de la cama; mi cepillo de dientes en el baño, coqueteando con el tuyo; mi mano apoyada en tu brazo, de manera más consciente que vaga, eternamente.

Y te supo a poco el trato. 

X

Soy puedo,
y no quiero.
Que cuando quise,
no pude.

Me perdí
para encontrarme
en mi abrazo.

Me encontré
para perderme
en tus suspiros.

Y ahora no sé
respirar
si no es tu pecho.

No sé
hablar
si no es con tu lengua.

Por perder el norte
me fui a tu sur.
Como los pájaros.

Buscando el calor
en noches de hielo
bajo pieles equivocadas.

Y vaya mierda.




Corre, gilipollas.

El amor más devoto no es el de madre, es el de una mujer no correspondida. De esas que se esconden tras la sombra de amantes ingratos, que cierran los ojos durante el sexo para evocar imágenes de esa otra que les quitó el corazón sin intención alguna de devolverlo, o de dejarlo intacto.

Y la segundona, más que segundo plato, chupito de orujo para bajar la pesada comida, puede ver con total nitidez imágenes de verdadero cariño en los ojos que venera, en los gemidos que profiere un cuerpo frío a su lado durante la noche, en los besos sin lengua y sin sal.

Se congela con el tiempo, y se transforma en una autómata que ya no quiere quejarse. Porque no lo hizo cuando pudo, por miedo a perder a ese amor de la puta vida. Sin entender que ese ha de ser necesariamente correspondido.

Corre, gilipollas.

martes, 12 de mayo de 2015

XII

Si las palabras fuesen sueño,
Dormiria en cada una de tus vocales.
Pero se me antojan pesadillas
Cuando caigo en tu nombre en cursiva.

A la mierda el qué dirán
Y el amor de maravilla
Pa flipar está la sangre
Que a pesar de todo
me corre por las venas

A un tiempo soy
Felpudo de bienvenida
Patada en el culo
Y huida por la puerta trasera.

Soy canción (de las bonitas)
Acordes olvidados
De una guitarra desafinada
Y desatino de Cupido.

Soy mierda en lata,
En vida
Y en muerte.
Y por ello,
Lo seré siempre.

El más allá, de toda esta movida

Ni mas ni menos, quizá mas tarde.
Otro día, a otra hora, quizá en otra vida.
Volvamos a encontrarnos.
Y ahí sí que nos vayan bien las cosas.

Ahí los besos no sabrán siempre a despedida.
Los abrazos no seran intentos de retenerte.
Las sábanas no me traerán pesadillas.

Yo solamente espero, que nos quede la otra vida.