No me eches la culpa a mí. Yo nunca termino nada de lo que
empiezo. Se me caen las ganas a los pies, que las enfrían y hacen inservibles.
Yo miro al espejo de reojo y a los atardeceres con la atención que se merecen las cosas bonitas. Yo me pierdo en
las miradas de la gente y no la oigo cuando habla, porque tratan de engañar a sus verdades con palabras. Yo busco unas manos más
bonitas que unos pómulos marcados, para que me sujeten por la noche si me caigo
en sueños, o quiero echar a correr sonámbula, vaya a ser que me tire por la
ventana y no consiga volar. Yo no soy ni de chocolate ni de vainilla, sino de
galleta maría, y no me gusta el helado si no es en cucurucho y compartido. Yo estoy tan arriba como puedo estar abajo, subida a una montaña
rusa con un cinturón un poco flojo, que no para ni de día ni de noche, encendida sin control. Pero no te pedí que te subieses conmigo. Porque
es difícil soportarme, te lo digo yo que me conozco de un par de días. Porque soy un osito de peluche con las garras de uno polar. Y me las clavo por la noche si no puedo dormir. Así que si
quieres perderte conmigo, hazlo, pero cuando acabemos lanzándonos dardos
envenenados, no podrás decir que no te lo advertí.
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