No voy a hablarle de ti a mis hijos.
No querré que vivan sabiendo que existe la posibilidad de conocer al amor de una
vida, y perderlo. Y no por las inclemencias del tiempo, del espacio, del azar, la
fortuna y el destino, que juegan a lo mismo con distinto nombre, sino porque el
amor no fue suficiente.
No podré decirles que es mentira que
el amor derrumba murallas, puesto que hay personas que construyen diques con indiferencia,
y eso no es comparable al cemento y al ladrillo. No querré para ellos una vida de
cinismo, en la que no tiene cabida el querer, por temor a no ser correspondido.
No les diré que pensaba en tus manos
cuando veía llover. En que tus palabras eran mi dogma, y mi vida un culto constante
hacia tu recuerdo. No les mencionaré las noches en vela, pensando si recordarías
mi nombre alguna madrugada.
Les convenceré de que el primer amor
es una mentira, y de que su pasión se repite de diferente manera en cada persona
que nos llega adentro, como ya me convencí yo en su día. Les meteré con embudo la
ilusión en que cruce mañana por la esquina alguien que ilumine una semana, un año
y una vida la oscuridad de todas las noches de la historia.
No les hablaré a mis hijos de ti,
ante todo, porque, por mucho que lo quisiera, no serán los nuestros.
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