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lunes, 18 de mayo de 2015

Platero y el ciudadano medio

"El mejor argumento contra la democracia es una conversación de cinco minutos con el votante medio".

Tales palabras fueron un certero golpe asestado por Churchill a la democracia moderna. Después de más de medio siglo, siguen teniendo una lamentable vigencia. Y es que, aún a día de hoy, el ser un ciudadano es la rareza, la excepción a la regla, el triste caso aparte.

Entendemos la ciudadanía en materia de nuestros derechos (nos viene fabuloso todo lo que nos favorezca), pero nunca nuestros deberes (porque supone un mínimo esfuerzo). Y es que, más allá del pago de impuestos y el respeto a la Ley, nuestros deberes como ciudadanos abarcan el campo moral, dentro del cual habríamos de incluir la dimensión política, entendida como gestión de los conflictos nacidos en el seno de la sociedad (eso de lo que formamos parte, sí).

Ser ciudadano implica ser consciente, ser activo, ser partícipe. Relegar nuestra soberanía a cuatro gatos de bolsillos hinchados nos libera de la carga de las decisiones, sí, pero nos echa encima el peso de la injusticia y la opresión, que, lamentablemente, suele caer en los estratos mas bajos.

Ser ciudadano es dejar la faceta animal, la egoísta e intransigente, y asir con fuerza la bandera de lo común, lo social y lo empático. Ser ciudadano supone preocuparse por la realidad compartida que vivimos y, antes de formular juicios, recopilar toda la información posible, más allá de los medios de manipulación comunicación imperantes. Entender antes de opinar, y mucho menos de decidir. El voto informado, como mínimo.

En palabras simples, gozar de la vida en sociedad precisa de ser un personaje activo e informado, que vela por sus intereses en el seno de la comunidad, y no por ello imponiéndolos, sino deliberando hasta llegar a un punto común que satisfaga al resto de implicados.

Enmarcándonos dentro de la necesidad (que no realmente necesaria, pero eso es otro tema...) de representatividad en la que nos hallamos, la responsabilidad del ciudadano se halla en la necesidad de información contrastada y no sesgada, que le permita forjarse una opinión con base y fundamento, a partir de la cual podrá elegir a esos representantes que tendrán su vida -y las de todo un país- en sus manos. Sin embargo, dicha responsabilidad no se limita a las urnas, ni mucho menos. La noción de representatividad exige un control de la misma; es decir, procurar que no se les vaya la cabeza a los políticos con el poder que nosotros hemos elegido darles.

Y ahora se podrá entender la visión apática y desencantada que muchos compartimos en relación con la vida política española. Entre todas las edades reina la ignorancia y, aún peor, el enorgullecimiento por ello. No nos basta con ver las penosas consecuencias que tal comportamiento nos ha acarreado (que, ya de hablar de recuperación, podemos hablar de mis cojones), sino que seguimos hurgando en la herida, tratando de hacerla profunda y que genere una gangrena que lleve el país a pique. 

Y quizá es lo que nos merecemos, al fin y al cabo, los políticos son un mero reflejo de los ciudadanos, por mucho que tratemos de ponerlos en un mundo aparte, como si de otra especie se tratase (si bien Esperanza Aguirre tiene un poco pinta de reptiliana). Vienen de nosotros, comparten nuestros valores, de ensalzar el pillaje y el engaño, y criticar la inteligencia y la audacia, sea por envidia, o por pura ignorancia.

Aquí, en este punto nos hallamos en vistas de las elecciones autonómicas, cuyos resultados son la antesala de unas generales que se esperan con grandes expectativas, que esperemos no sean frustradas, y el reflejo de la mella que ha hecho la deplorable situación del país con nosotros. Aguardando aún la decisión del pueblo, podemos preguntarnos si éste ha visto la luz, o sigue estando más a gusto en la caverna.




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