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miércoles, 8 de abril de 2015

Día uno del quinto mes de otra era


Y así, cada día dolía más que el siguiente, y el anterior menos que aquel. Y poco a poco, bajé una calle demasiado transitada por recuerdos, que en mi carencia de imaginación quise llamar Avenida del Olvido. Y pasaron los días, porque era un camino que se alargaba conforme pasaba el tiempo. Nunca vi el edificio al que tenía que llegar. Nunca supe su dirección.

Y un día, simplemente, llegué. Me desperté sin tu cabeza en la mía, ambas en la almohada.
Siempre consideré que lo que tenía era una batalla contigo, en la que debía emplear todas las armas a las que tuviera alcance, celos, odio, recriminación, indiferencia, y de todo ello hacer un cóctel molotov y prenderle fuego a tus contenedores.

Pero la lucha era conmigo. La lucha era con el haberme convertido en alguien al que no soportaba ver cada mañana. Con la pérdida de tiempo buscando un amor que nunca prometiste y los llantos que salían de la única ventana encendida en el edificio a las 3 de la mañana. La lucha fue con el tener que aceptar que ya no era la niña inocente que una vez había sido. Yo te llamé asesino, pero fuiste chivo expiatorio, porque en todas las fotos en las que salimos juntos yo era la que llevaba el arma blanca.

Y blanca, ahora, es la bandera. Se halla, impertérrita ante la nube de cenizas que la rodea, clavada en medio de un paraje desierto que alguna vez pude llamar por mi nombre. El viento a veces aparta el polvo gris y se dejan ver brotes verdes. Porque encima de un bosque totalmente devastado podrán nacer las junglas de una vida que nunca llegará a su fin. Porque ya no soy sombra, soy ave fénix a la que no vas a poder disparar cuando alce el vuelo.

He vuelto de la guerra, y sus heridas siguen marcándoseme bajo la luz blanca de las discotecas, pero he vuelto con pies, y ojos, y manos, y el corazón, no intacto, pero remendado con la voluntad de cambio. He vuelto de la guerra, y sé que volveré a ir, pero contra otro imperio, y en otro campo de batalla. Tú ya no vas a volver a llover, no vamos a volver a llover.

Firmamos la paz un domingo a través de un whatsapp. Tú, sin saber nada; yo, con la conciencia intranquila de quien cree que podría haber hecho algo mejor. Ahora no cambiaría nada de lo que hice, porque lo que hice me hizo ser quien soy exactamente ahora. Fuerte. Distinta. Irreconocible. Enorme. Feliz. Y si no feliz, dispuesta a serlo.

Hollywood nos ha hecho creer que la triste historia de amor se acaba con un plano detalle de una lágrima de ella. Y otro de él alejándose bajo la lluvia. Fundido en negro. Créditos finales. Pero no acaba ahí.

Ella lo supera. Y él también. Ambos se enamoran de nuevo miles de veces, a cada segundo, cada día. Y aún recuerdan de pasada momentos juntos. Una noche, una frase, o un chiste. Y sonríen, o puede que no, pero ya no se les pone la piel de gallina.


Y ese es, al fin y al cabo, el arte del olvido. Nunca viene cuando es reclamado entre lágrimas. Se asoma a tu ventana un día al mes, luego cuatro a la semana. Acaba por darte la mano en el bullicio del metro, y llega el día, en que por fin, se te olvida por qué las tormentas llevan nombre de persona.




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