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viernes, 10 de abril de 2015

El sexo sentido

Que no es la clase de amor que me conviene, te atreves a aseverar. ¡Amor! Qué será eso, me pregunto yo. ¿Cómo crees que huele? A un perfume grabado en la memoria, quizás. O al suelo mojado de rocío en las mañanas de huida de camas ingratas. ¿Y cómo crees que sabe? A base de mordiscos en el cuello, yo creo que amargo. Pero tengo aún el dulce en la boca de todos los besos nunca dados, que miden en latidos el espacio que separa los cuerpos.

Qué quieres que te diga, en boca de tantos el amor ya me suena a cáscara vacía rompiendo contra el suelo. Me hablas de amor, sin saber de lo que hablas. Pero ni tú, ni yo, ni nadie en este barrio. Y quizá los del otro tampoco. Y nunca lo haremos.

Pero lo que sí me veo con fuerzas de asegurar, es que ningún tipo de amor cede a estar sujeto a conveniencia. No es por patrones morales, de lo bueno o lo malo, de que porque el fuego quema no debes tocarlo, por los que camina. Corre y se arrastra por senderos sinuosos que tienen a ambas veras la locura. Se esconde en matorrales y te asalta sin piedad cuando la piel se encuentra con la piel, fundiendo sudores, y estrechándose la mano los miedos de dos que se hacen uno.

Así que cállate, tú y tus consejos. Ponlos a buen recaudo en un cajón para poder ignorarlos tú mismo en otra ocasión. Porque la tendrás. Y ahí me entenderás. Cuando caigas a los pies de una cama revuelta con la única intención de lavar con lágrimas penitentes los pecados de que ha sido testigo y cómplice.

Callemos entonces, para que me vista de negro el duelo de un mundo que se mueve por lo que le quema las entrañas, diciendo que es lo que necesita. Puede que sea así como suena eso del amor. A silencio. A carencia. Al todo y la nada compartiendo el mismo segundo.



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