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miércoles, 8 de abril de 2015

Punto y aparte, y seguido, y arriba el dedo corazón

La llamada que nunca llegaría le hizo un corte de mangas al destino y se paseó en bragas por la pantalla rota de mi móvil, 4.a.m., hora española. Y vino tu nombre, prohibido, y tu recuerdo; y vino la sal, de mi cama y de mi almohada; y vinieron los sueños que nunca tuve, asesinados a sangre fría por los insomnios con tus huellas; y vino el alcohol barato a mi garganta; y yo me fui, pensando que tú también vendrías.

Pero nunca apareciste.


Menos mal.


Y es que ya no lloro, ahora brindo.

Brindo por el nudo en la garganta cada vez que mis ojos se encontraban con tu nombre. Por las noches en vela pidiéndole a las estrellas que fuesen mis piernas las últimas en pasearse por tu mente antes de caer dormido. Por los llantos que murieron en sonrisas. Por haberme roto el corazón, para terminar cosiéndolo con las mejillas saladas, y guardándolo en una caja de cristal oculta a los ojos de los curiosos, y a las manos de otros como tú.

Brindo por el calor de nuestros cuerpos, que acabó evaporando mis miedos. Menos el de la soledad, que ocupaba el espacio vacío entre los dos, y se abrazó tan fuerte a mi pecho que acabó por ahogarme. Pero brindo por haberte conocido, querido, odiado, y todo dentro del mismo segundo. 

Brindo por la luz del sol colándose por la persiana, iluminando el vaivén de tu pecho dentro de un sueño que nunca quisiste contarme. Y brindo por el alcohol, que insistía en tirarnos al suelo y a los brazos del otro. Brindo por todas las mañanas del día después, y las historias de desamor que le conté a la mirilla mientras miraba cómo te ibas, con la certeza de que nunca ibas a volver, y la esperanza de que lo harías. 

Brindo con las lágrimas derramadas, pero con la satisfacción del que sigue adelante, del que sufre, aprende, y avanza. Aquel que, sabiendo que va a volver a caer, no se queda sentado a la vera del camino, esperando la mano que lo levante -que nunca llegará-.

Brindo por ti, porque lances los dados con una pata de conejo en el bolsillo, y te toque una buena vida. Porque no olvides mis ojos, y alguna canción te recuerde mi sonrisa. Brindo en vano, como todo lo que hago, pero brindo.


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