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martes, 28 de abril de 2015

Ojos y corazón cerraos

Como buenos seres de sangre caliente, lo nuestro no es el frío. No hablo del climático, que también (los canadienses los tienen cuadraos). Hablo del frío de la cama vacía, que no duda en gritar no solamente que alguien se ha ido, sino que hace mucho tiempo que lo hizo. O peor, que nunca ha estado allí. Hablo del frío de las baldosas del baño, al que caemos entre lágrimas hijas de decepciones sin piedad. De las mañanas incómodas y viajes de cama en cama a las 8 de la mañana. Hablo de ti, joder, siempre hablo de ti.


El amor de una vida.

Hay mucho confuso hablando de eso. Del amor de una vida. No tiene por qué ser tu marido, ni tu primer novio, ni siquiera haber sido tu pareja. Basta con que te haya prendido fuego las entrañas con una sonrisa torcida. O con que el perfume que lleva su nombre te saque las ganas de llorar por todas las raspaduras de rodilla infantiles de las que no te quejaste.

No va a ser el que más, pero va a ser el que mejor. El que supo usar sus manos a modo de desfibrilador, y darle vida a un cuerpo inerte. El que no dudas en llamar Dios, porque es omnipresente en tu cabeza y omnipotente sobre tu vida o tu muerte. El que sigue apareciendo en sueños sin llamar a la puerta, y cuyo recuerdo puede convertir de puro dolor todo en pesadillas.

El amor de una vida es aquel que le dio inicio y sentido. Es las almohadas empapadas y las noches en vela, pero también los pliegues de las sábanas con secretos inconfesables y ritos satánicos al pie de la cama. Porque algo tan perfecto no puede ser bueno. En cualquier caso, siempre tiene un fallo.


Y es que el amor de una vida siempre lleva fecha de caducidad en el anverso de la etiqueta.

A la mierda los dados, llevo yo los pantalones

La vida me sale a borbotones por los poros de la piel en un idilio narcisista que llevo ensayando demasiados años. Cada golpe de rodillas en el frío pone a hervir la sangre para escribirle un mensaje al mundo en alientos desesperados. Que esto no se acaba aquí, más quisieran las parcas. Que la lucha mañanera con las sábanas es historia, pero no de la que se estudia. Porque ya prefiero repetir errores que vivir aprendiendo del pasado. 

Voy a besar todos los suelos en los que escribí mensajes premonitorios sobre el fin del mundo, para contagiarles del color recobrado de las mejillas. Aunque color siempre tuvieron, si bien fuese otrora azul oscuro casi negro. Ahora son del rojo de fuego del dragón que se me ha escondido en las entrañas. Que se quede, que da fuelle a la pasión que me come las uñas sin necesidad de dientes.

Quien habla de seis caídas y siete puestas en pie no entiende que hay que tumbarse en el suelo a meditar sobre las piedras del camino. O seguirás tropezándote con ellas. Yo he preferido prenderle fuego al sendero. Las cenizas siempre hacen menos daño.


domingo, 26 de abril de 2015

Canciones de mierda que se alían con el mal tiempo

Hace mucho tiempo que no escucho esa canción. Ya sabes, esa que tenemos todos escondida debajo de la ropa y las sonrisas. Que saca fango, sangre y lágrimas a partes iguales, te echa sin piedad al sumidero de la memoria y te devuelve todo el dolor que creías que, una vez vivido, no iba a volver.

Quizá son los domingos, que me ponen tonta. Quizá es este día de mierda, que incita al masoquismo mental. Quizá es que las heridas no cierran tan bien como dicen las cicatrices.



IV

Dicen que las personas destrozadas son las que más fuerte ríen, beben y follan. Y no hay mayor verdad. Todo es un intento por sentir algo más que miedo. A la luz y a la oscuridad. A mirar hacia delante, pero también hacia atrás.

Es mejor que el alcohol te corra por las venas en lugar de veneno diluido en tinta. Es mejor guardar en las uñas la piel del polvo de la noche anterior que seguir mirando a oscuras las heridas que dejaron otros anteriores. Y no hay mejor remedio para las voces en la cabeza, que callarlas con risa fingida.

Y no hay mejor manera de convencerte de que sigues vivo, que hacerlo a través del fantasma que te sigue en los espejos.

XX


“I am a loser
I am Satan
I am Jesus Christ
I’m Me
There are no winners in this fucked reality”

Ese Fromm cómo mola se merece una.

Utilizamos el amor como arma contra la inevitable soledad que nos envuelve. Un arma de puño egoísta, que utilizamos erráticamente. A ostias contra las barreras que nos separan de otro ser humano. Pero el retroceso que sigue a la bala nos hunde aún más en un aislamiento vital. 

A cada desnivel en los latidos le siguen irregularidades en la concentración salina de las mejillas. Y a ello, el convencernos de que habrá una próxima vez diferente. Una que nos salve, que nos haga olvidar que el tiempo corre más rápido que cualquier pierna y que solo nosotros sentimos el dolor cuando nos clavan el cuchillo. Nadie lo hace por nosotros.

Articulamos nuestra vida en torno a ello. A olvidarnos de lo que somos a través de noches en vela, sean de llanto o de sexo. A desprendernos de nuestra individualidad en los brazos de aquel a quien nos asimos con la fuerza del que sabe que va a caer, pero se resiste a precipitarse al vacío.

Cada noche es la más solitaria de la historia en la de aquel que no ama. 
O que no es amado. 
Y no sé qué será peor. 


Paso a paso o algo así

El vacío del estómago lo confirma. La lápida sin musgo lo asevera. Lo por haber se queda en lo habido. Y tratar de evitarlo es achicar agua en el Titanic. Solo que lo nuestro no fue tan grande. Ni su caída colosal. Se deslizó por el alcohol la indiferencia, y se metió en las venas del presente, augurándole al futuro una amputación de piernas. Pero el viento de abril evita que me arrastre, y me lleva en brazos por esos caminos inescrutables en boca de tantos. 

Dicen que somos más vacío que materia, y puedo confirmarlo. Un poco más y floto, como un globo prófugo, navegando entre partículas de agua muy por encima de los ríos que me han venido arrastrando hasta esta orilla. Las nubes no duelen tanto como los golpes contra las piedras cuando te maneja la corriente. Pero hay tormentas, que acaban mojando las aceras de agua salada y solitaria. 

Morirán los riachuelos en las alcantarillas como las noches en vela. Lentamente se besarán las pestañas y no volverán a dejar que la luz toque las pupilas.



sábado, 25 de abril de 2015

miradas y celos

Las brasas que dejan de recuerdo las llamas pasan un tiempo de duelo hasta convertirse en inofensivas cenizas. Hasta llegar a ese punto permanecen rescoldos de pasión remanentes, escondidos en el gris, esperando a que los pises y te vuelva el ardor de golpe. Y el dolor. Y este arte no se perfecciona a base de repetición, sino de azar. Repitiendo solamente nos hacemos llagas en las plantas que luego dificultan el caminar hacia delante.

Por eso lo mas conveniente es alejarse de la hoguera tras extinguirla. Echarle barro encima y un par de botellas, disimular que en algún momento ahí pudo haber fuego, y seguir dando vueltas en círculos por el bosque, esperando que caiga la noche para encender otro nuevo.

viernes, 24 de abril de 2015

Que no.

Que no te quiero. Ni te necesito. Ni a ti ni a nadie. Ni a nadie ni a nada. No es ya tu perfume mi aire. Respiro más allá de tus pestañas. He perdido un poco el sentido del tacto, y todo me es áspero si no es la línea que cae con decisión por tu vientre. Pero sigo sintiendo el calor del sol por la mañana, y se me eriza el vello de los brazos con el frío. Los besos ya no saben tan medio dulces medio salados. Son más bien insípidos, agua para los labios. Pero me siguen valiendo.

Igual que me valen los amaneceres. Porque el sol se pone, y vuelve a salir. Día tras día, es la metáfora del olvido. Del renacimiento y de que la vida sigue. O de que al menos puede seguir. Si le diésemos la misma ración de cariño y oportunidades al pasado a lo que queda de camino, otros pasos lo recorrerían. Decididos y pasionales, sedientos de momentos.

Y de la misma manera, el sol hoy va a caer entre las nubes. Quizá muera entre un rojo dramático, o lo oculte el gris de la lluvia. Pero ya no me espera tu mirada en el horizonte.





miércoles, 22 de abril de 2015

Z

"Cause it's all about the love we forgot to show each other in the past, move to the future"

Tengo sueños. En préterito y futuro. A veces en condicional. Y me persiguen sombras de dudas del pasado. Esas que te asaltan un día por la calle, y te preguntan si lo has hecho todo lo bien que podrías haberlo hecho. En préterito. Y te quitan el presente, porque vives muy atrás en el tiempo. Recordando, meditando, faltándole al día de hoy. Te mueves hacia el futuro inmediato, al del día tras día, sin plan más a largo plazo que el fin de semana. 

Porque el futuro no existe. Es el todo, y el nada. Te dicen que pienses en tu futuro, y no sabes cómo hacerlo más que creando posibilidades que nunca llegarán a tener lugar. Eso asusta. Y prefieres vivir en el pasado, que es más cómodo, más seguro. Todo lo que la hayas cagado ya está ahí, ya no vas a volver a sentir la pena de la misma manera, así que la puedes mirar en rewind. Una y otra vez. Y analizarlo. Todo. Acabas viviendo en algún punto del tiempo entre el recuerdo y la esperanza. Y vaya mierda.



I

¿Y si ya no nos queda felicidad
porque la dejamos en pedazos
en aquellos a los que amamos?

Vaya bonita manera de existir,
a través de los momentos.
De caricias y de besos.

Dicen que lo peor
es tener que olvidar
algo que imaginaste real.

¡Qué hay más real
que mi mano tocando
la tuya!


II

Los guiños de complicidad se los lleva el viento.
Y los besos lanzados al aire, la marea.

A cada vuelta de la esquina se esconde una nueva vida.
Pero yo camino por las avenidas.

Como los bajos vibrando en el pecho,
los recuerdos rondando la cabeza.

Busco en las fotos mi mirada.
Pero no la encuentro.

El sol ya no calienta,
quema las entrañas.

Todos los miércoles
podrían ser fin de semana.

martes, 21 de abril de 2015

Ñ

Vamos a jugar a un juego. Se llama "si te he visto, no me acuerdo" ( y si te desvisto tampoco).
Las reglas son muy fáciles. Basta con mirar a otro lado, si me acerco. O al suelo, si hablo.
Puede haber más jugadores. Siempre los hay.
Aquí no hay nada de tirar dados, la suerte no juega con nosotros.
Lo bonito es cagarla, y que sea el turno del otro.
Por ejemplo, ahora me toca a mí. Ignorarte.
(Ya he borrado tu número del móvil, apúntame un tanto)


lunes, 20 de abril de 2015

Destinatario en letra cursiva

Cuando escribo
No sé a quién hablo
Pero en el fondo
Sé que te hablo a ti.

Sí, a ti.

A la imagen borrosa de mis sueños
Que sabe a fresas silvestres
Pero huele a moras.

Al futuro, aún más borroso
Marcado por la sombra de los pasos
Y la indecisión de las palabras.

Al pasado, a los complejos,
a lo que no vuelve, y a lo que
nunca se va.

A mí.

A la yo que ha muerto.
Y a la que ha vuelto
Pero distinta.
Cambiada.

Sola.
Triste.
Apática.
Y con un brillo de ojos apagado.

A la que quiero ser.
Que no hace más que correr
Pero en círculos,
la muy gilipollas.

A lo que soy.
Y que no entiendo.
No por complejo,
sino por oscuro.

Al mundo entero,
le hablo
al puto mundo entero.


Debajo de la cama

Dices que tienes miedo
Miedo de perderte.
Pero no sabes lo que es el miedo

No sabes lo que es el miedo
Si no has temido romper los límites de tu boca
Y lanzarte al vacío sin paracaídas.
Y sin puta colchoneta.

No sabes lo que es el miedo
Si no has paladeado una cama vacía
(Y fría)
Con la sola compañía de una luna
Que no acompaña.

No sabes lo que es el miedo
Si no miras a las pupilas
Y reconoces ahí el negro
De los sueños que te callas

No sabes lo que es el miedo
Si no has vivido viviendo
Porque a pesar de tener algo que perder
No sabrás lo que es perderlo.

Yo, por mi parte.
Yo ya no tengo miedo.

Arrugas

Tengo frío.
Y miedo.
De salir de la cama.

Quizá se me congelen
Los dedos de los pies
Y se me caigan.

O quizá tropiece
Con piedras descolocadas
Y se me caigan de los bolsillos
Las ganas de vivir.

O quizá me desmaye
Como en el cine de los 30
Pero no haya nadie
Para cogerme al vuelo.

O quizá, solo quizá
Sea que no quiero salir de la cama
Porque no es el frío, es la vida
La que da miedo.

Manual de instrucciones

Las cosas más útiles no te las enseñan en la escuela.
Las aprendes de leer la letra pequeña del suelo.
Cada vez que te das una ostia.

Por ejemplo,

Que del follar al fallar
Solo hay una letra
Y muchas mañanas incómodas.

Que del pasado al presente
Está la barrera del dolor
Y todo recuerdo es
Ficción con la que te engañas
Para cerrar heridas.

Que la vida no tiene sentido
Más que el tacto, el sabor y el oído
(Porque todo sabe mejor
Con los ojos cerrados).

Que espectador, puedes ser
Tanto en cine, como en obra de teatro.
Pero nunca. Jamás.
En la ópera prima que lleva tu nombre.

Que vale más despertar sonriendo
Solo
Que llorando en silencio
Acompañado.

Que no solo siguen la corriente
Peces muertos y bolsas del Dia
También los abúlicos, los incultos.
y los que no entienden la poesía.

Que en la noche más oscura
no hay luz.
Pero sí esperanza
(Esa asociación de ideas es muy caca).





Cortinas y sábanas

Tal fue el ardor de nuestros cuerpos
Que el fuego aún ilumina
Tu ventana.

Tal fue la pasión
Que entre tus paredes
Aún hay eco de gemidos

Tal fue mi presencia
Que se sigue recortando mi silueta
Contra la tenue luz de la madrugada.

O no.

No ilumino yo ya tu ventana.
Ni se escucha mi voz ahogada.
Ni es esa mi figura.

Ahora hacéis orgías.
Vosotros. Tú,
la otra, el paso del tiempo,
y el olvido.


El insoportable retraso del ser

A veces miro los patios de los colegios, con una mezcla de añoranza y compadecimiento en las pestañas. A través de la infancia se dejan entrever la inocencia perdida y las oportunidades abandonadas a lo largo del camino. Los niños no dejan de correr, como huyendo del paso del tiempo de manera inconsciente. Hierven en un bullicio de vida que es interminable, al menos hasta que el timbre decida marcar la vuelta a clase. Pero hasta ese momento todas las risas, juegos y conversaciones banales son eternas

Lo efímero se disfraza de eternidad para engañarnos y evitar que podamos disfrutar de algo como deberíamos -con la perspectiva de la finitud-. Van de la mano el final de la infancia y la conciencia de El final. Es ahí cuando comienza el miedo. La angustia ante la perspectiva de la muerte, que se filtra en sueños y envenena nuestros pensamientos, que nos nubla el juicio y nos mete a trompicones en una búsqueda sin sentido de la lógica para algo tan ilógico como la vida

Y nos enzarzamos en batallas con nuestros hermanos, pretendiendo la mano de un honor y una gloria que, lejos de ser princesa, siempre salen rana. De nuestras palabras se deducen la envidia y la avaricia, y de las migajas del cuello de la camisa, la más malsana gula. 

Y vivimos a través de nuestras posesiones, pero nunca de nuestros momentos. Vendemos tiempo de vida por dinero, como los indígenas con Alaska: sin conocer el alto valor de lo que damos a tan bajo precio.  Y así, vestimos de inseguridades, que prevalecen a pesar de cambiar de ropa con el rotar de las temporadas. Llega un punto en que se pegan a la piel como el sudor seco, y no hay manera de ocultarlas, por mucha mansión o cochazo en los que aspiremos a escondernos. 

Vivimos la vida como huida, tanto de la muerte como de la vida misma. Y de nosotros. Confiamos en nuestro criterio para conocernos mejor que nadie, pero el amor propio es el más ciego, y acaba ahogándonos en una neblina de narcisismo e idolatría de la que solo salimos una vez después de haber entrado.

Para cerrar los ojos y echar el último aliento.


sábado, 18 de abril de 2015

W

Apática
Atípico

Ni sol
ni sombra.
Mucho gris.


El viento mete a empujones el olor a despertar. La cama revuelta. La persiana a medio bajar. Los párpados abrazados, jugando al escondite inglés con los rayos del sol que intentan colarse. Las doce de la mañana y qué quieres que le haga si el café sigue frío.

miércoles, 15 de abril de 2015

El olvido más largo de la historia

Lo confieso.

No sé escribir.
Si no es con sangre
de las heridas
con tu firma.

No sé sentir.
Si no es tu pecho
contra mi oreja.
O tu mano
contra mi mano.
En luchas
de segundos,
y de milenios.

No sé oír.
Si no son latidos,
acompasados
al ritmo de errores.
Tus ronquidos
a pierna suelta.
Tus susurros
de madrugada.

No sé pensar.
Si no es tu ausencia.

Principio y fin, eterno retorno

Soportar.
El peso
del mundo.
Llamadme Atlas.

Entender.
La vida
como muerte.
Llamadme Nietzsche.

Querer.
El espejo.
Y los ojos hermanos.
Llamadme humana.

Canto a la apatía política

(XXI, el siglo, y el soneto de Bécquer)

¿Qué es democracia?, dices mientras
alzas ante mí tu gaviota azul.
¿Democracia? ¿Y tú me lo preguntas?
Democracia... Es la manera que tenemos de denominar a una forma de gobierno representativa y, en último grado, electoral.

Y ya. Y eso no es democracia.
Va más allá de las urnas y las papeletas. Del PPSOE y de Podemos.
Va a la conciencia. Al saber qué es lo que haces, y por qué lo haces.
A la lucha. Por tus derechos, y por el respeto a ellos.
A la comuna. Y seguir hacia adelante, fundidos en un abrazo en el que no necesitaremos que nadie nos coarte. Porque hablaremos por nosotros con nuestra propia voz, sin terceros actores innecesarios.

Me hablas de la democracia, y te llenas la boca de palabras para solo escupir mierda.
Porque todo lo que te suponga el más mínimo esfuerzo, no es democracia. Es comunismo, boliviarismo, chavismo, castrismo, leninismo, stalinismo, maoísmo, trotskismo y pollas en vinagre.

Ellos fallaron, tanto como nosotros.
Al dejarse representar por alguien.

Hazte oír, y que no te callen.

Insurgencia a la realidad impuesta

Me fallan y me faltan las fuerzas.
Y así, me fallo y me falto yo.
Me queman.
Hoy me queman las entrañas.

Me arden las mejillas.
Las pestañas avivan
El fuego de la indignación.

El dolor por el dolor del hermano.
Que no de sangre,
que no de patria,
pero sí de condición humana.

Y es que, en un mundo
sin alma,
de corazón podrido,
no estoy segura de si volarán las golondrinas.
Ni de si saldrá mañana el sol.

Sí sé que mañana,
seguirán estando,
las casas sin personas.
Las personas sin casas.

Padres perdidos.
E hijos pródigos,
que jamás volverán al hogar.

Y al día siguiente también.
Desahucios, guerras, asesinatos,
en nombre de los cuatro nuevos jinetes.

Que son la vanidad, el dinero,
y la sed del poder.
De los que llenan sus vasos los
"humanos".

Me pides el cuarto, y también lo sé.
Son los ojos cerrados.
Los párpados negándose al dolor.
La boca sumida en silencio.

Ante la injusticia.
De este mundo.
El nuestro.

Carta abierta a la valiente Noelia Cotelo

"Querida Noelia,

Te pido fuerza. Lo hago con palabras, que es la única manera en que puedo hacerlo, pero lo hago también con el corazón en un puño, en las garras de la indignación, la injusticia y el desamparo. Esas mismas garras que te han cogido por la garganta, y te han llevado a donde te han llevado.

Te pido fuerza, porque te lo mereces y la necesitas, porque la vida es todo lo que tenemos, y nadie tiene el derecho a quitártela, igual que nadie tiene el derecho a quitarte las ganas de vivirla.

Te pido fuerza, y lo hago con todas las mías. Nadie entiende tu situación, nadie está viviendo lo que tú, pero no estás sola. Me intento poner en tu lugar, y obviamente, no puedo, pero te aseguro que no estás sola. No eres la única oprimida bajo un Estado injusto. Cada día más, de diferentes maneras, ven su vida reducida a cenizas por un fuego iniciado por aquellos que deberían apagarlo.

Y nos sentimos traicionados. En el día a día, por un país que nos ignora. Un país que no se remite a este gobierno corrupto e inhumano, sino también la nación que da la espalda a sus iguales, que ignora situaciones como la tuya, porque no les dan de golpe en la cara. Hasta que lo hacen, y luego llorarán tus lágrimas, y entenderán tu desesperación.

No digo que yo lo entienda. No puedo. Nadie puede. Pero aun así, te pido fuerza. Te mando toda la luz de mis mañanas para que iluminen tus más negras noches, y te exijo -sí, lo hago así, exigiendo- que pienses en todo lo bueno que puede llegar a acompañarte, a pesar de que ahora mismo todo esté sumido en una total oscuridad. Piensa en tu familia, que te quiere y te apoya a pesar de todas las trabas que les están poniendo. En todo lo bueno que has vivido, y todo lo bueno que te queda por vivir.

Piensa en ello, y dibuja en tu cara la mayor sonrisa que les hayan escupido en la cara a tus enemigos. Con una sola sonrisa, ya veré cumplido mi objetivo.

Ten fuerza, por favor, te lo pido. Y te mando todas las mías, en el más fuerte abrazo jamás enviado por papel y tinta.

Atentamente,

Una admiradora de tu valía."


Noelia Cotelo Riveiro lleva bajo estrictos regímenes de aislamiento 5 años. Tras entrar a cumplir una condena de año y medio, su insumisión y denuncia hacia la tortura que era su día a día, a esta condena se le han sumado cuatro más, en unas condiciones que violan el régimen penitenciario y la ley orgánica penitenciaria general. Esto es, torturas, restricciones de comunicaciones, duchas de agua fría, impedimentos y prohibiciones para participar en cursos de cualquier tipo, aislamiento, celdas de pésimas condiciones, donde el frío se suma a la desnudez de las paredes, y la deja tirada en el suelo. Muriéndose, porque está muriendo. Se le ha denegado la asistencia médica, con infecciones de boca y oídos, varias huelgas de hambre que la han dejado al borde del coma hipoglucémico y, lo último, un intento de suicidio cortándose las venas. Todo ello se suma a lo que le dijo una vez un carcelero, que iba a morir allí.

No acaba ahí, con la muñeca rota, obra de un carcelero del centro penitenciario de Brieva, medicada con psicofármacos (la sedan constantemente con metadona) y esposada a la cama, otro carcelero, de irónico nombre Jesús, abusó sexualmente de ella. Ante la denuncia de la víctima, contradenuncia de la bestia, y un agravamiento de su situación en la cárcel, llegándose a repartir su ropa de abrigo entre las demás internas.

Y los juicios. Su familia (que por problemas económicos, no puede viajar desde Galicia hasta Ávila, donde ahora está recluida, tan sumamente lejos de su hogar) denuncia que se ha sometido a Noelia a un juicio por videoconferencia sin abogado, supuestamente por alguna denuncia interpuesta en la cárcel de Brieva, ella sola, frente a un juez que, al parecer, siempre es el mismo, que no la deja hablar, a lo que se suma su estado de semiconsciencia inducido por los fármacos. Y su familia, que es lo único que le queda ahora, pide ayuda, grita socorro, dice que Noelia "se encuentra muy mal, se encuentra desprotegida con tanta injusticia, no hace más que llorar, le obligan a tomar la metadona a la fuerza y ya no sale de su celda para nada". Está al filo entre la vida y la muerte, y camina arrastrando los pies hacia esta última, pues, como ya he dicho, se ha intentado suicidar. Eso no deja lugar a dudas sobre el grado de desesperación al que ha llegado la han empujado.

Pido, de la única manera que puedo, que su caso no se ignore, y que todo aquel que se vea tocado en su fibra empática por su historia, le mande fuerzas a través de una carta. Que le diga lo que quiera, pero que le haga saber, que no está sola:

Noelia Cotelo Riveiro
Centro Penitenciario de Brieva
Ctra. de Vicolozano
05194 Brieva (Ávila)

Gracias.





martes, 14 de abril de 2015

Viva la individualidad, cojones.

"Sin embargo, mi historia me importa más que a cualquier poeta la suya, pues es la mía propia, y además es la historia de un hombre: no la de un hombre ficticio, posible, ideal o no existente, sino la de un hombre real, único y vivo. 

Hoy, menos que nunca, sabemos lo que esto significa, un hombre realmente vivo, y por se destruye a millares los seres humanos, cada uno de los cuales es una creación valiosa y única de la naturaleza. Si no fuéramos algo más que seres únicos, sería fácil hacernos desaparecer del mundo con una bala de fusil, y entonces no tendría sentido contar historias. Pero cada hombre no es solamente él; también es el punto único y especial, en todo caso importante y curioso, donde, una vez y nunca más, se cruzan los fenómenos del mundo de una manera singular. Por eso la historia de cada hombre, mientras viva y cumpla la voluntad de la naturaleza, es admirable y digna de toda atención. en cada hombre, hay un espíritu que sufre, y es crucificado, y en cada crucificado hay un salvador. Hoy, muy pocos saben lo que es el hombre, tal vez lo presienten algunos y éstos mueren más aliviados, como yo moriré cuando termine de relatar esta historia. [...] Mi historia no es agradable, ni es dulce y armoniosa, pues no es una historia inventada. Tiene un sabor a insensatez, a locura, a confusión y sueño, como la vida de todos los hombres que ya no quieren decirse mentiras a sí mismos.


La vida de cada hombre, es un sendero que lleva hacia sí mismo la huella de un camino. Nunca un hombre ha sido por completo él mismo pero todos tienen la aspiración de llegar a serlo, uno en las tinieblas, otros con un rayo de luz, cada uno como puede. Todos llevan consigo hasta el final, las viscosidades y cáscaras de un mundo primordial.


Algunos no llegan jamás a ser hombres, siguen siendo rana, ardilla o tal vez hormiga. Otros son mitad pez, y mitad hombre. Pero cada uno es un ímpetu de la naturaliza hacia el hombre. Yodos tenemos un origen común: la madre; todos procedemos de la misma montaña; pero cada uno, tiene su propia meta -como una proyección e impulso desde lo más hondo-, a su propio fin. Podemos entendernos unos a otros pero comprendernos, sólo cada uno lo puede hacer consigo mismo."

Herman Hesse, Demian




El patetismo de la queja adolescente y el fin del mundo según los mayas



Yo. Yo creo. Yo quiero. Yo siempre empiezo las frases conmigo mismo, porque me adoro. Porque me alabo. Porque me creo la persona más inteligente del mundo en mi fuero interno, un genio incomprendido. Yo. Yo. Yo. Yo. Yo

Y yo, Dios, yo, qué mal lo paso yo. Mi mundo se derrumba día tras día bajo preocupaciones que nadie podría comprender...

El egocentrismo es inevitable. A los únicos a los que tenemos realmente al caer la noche es a nosotros mismos, a la voz del interior de la cabeza. Es normal que, en última instancia, nos queramos por delante de los demás. Pero esta es la era del ego, del desmesurado, el malsano, el cegador.

Ya no contamos con los dedos de las manos las fotos que tenemos de nosotros mismos, sino con los pelos de los brazos. Muchas fotos, vamos. Pero no son solo las fotos, es la engañosa condición de Dios en la que nos creemos gracias al -verdaderamente- todopoderoso Internet. Podemos cercenar cabezas con nuestra crítica, cruel y generalmente carente de fundamento, a todo aquello que no nos acabe por convencer.

Todo aquello que no nos acaba por convencer es todo lo que es diferente de nosotros, que somos geniales fabulosos que te cagas la pata abajo. La variedad es la lacra a la que hay que aniquilar a base de políticas restrictivas de "me gusta". Porque no nos gusta.

Nos gustamos nosotros. Nos encantamos. Y nuestro culto empieza por https://. Y acaba en desilusión. Porque entre el ideal de vida que se nos presenta como deseable (y, por ende, alcanzable, por todo eso de que todo lo que se puede soñar se puede conseguir y la madre de Bambi muere pero los sueños no y tal) y nuestra vida, se encuentra el abismo de la -chan, chan, chaaaan- realidad.

Todo está tan idealizado a golpe de filtro de Instagram y banda sonora de Vetusta Morla que nos miramos un día al espejo y nos quedamos como wtf. No hago más que ver fotos de piernas bronceadas -o salchichas, la perspectiva es engañosa- tostándose -o haciéndose vuelta y vuelta con una gota de aceite- bajo el sol abrasador de una playa caribeña. O peñita de fiesta. O cuerpos maravillosos, que en contraste con el reflejo radiactivo que se asoma por el baño, saltan las lágrimas.

Aquí nace la angustia. El quiero, pero no puedo. Porque el puedo es irreal, producto de convenciones sociales que nos entran hasta por las cajas de cereales. Y claro, nos sentimos como la mierda. Estamos yendo hacia algún lado, pero parecemos nunca llegar, cuando no nos damos cuenta de que ni siquiera sabemos cuál es el destino.

Y yo, Dios, yo, qué mal lo paso yo. Mi mundo se derrumba día tras día bajo preocupaciones que nadie podría comprender...

Pues no. Todos lo han pasado. Todos hemos estado arriba y abajo en una montaña rusa con los tornillos sueltos. ¿Y qué? Seguimos aquí, no nos hemos muerto. Y no nos hemos salvado a base de quejas, sino de errores de los que enseñan. Decir que la vida es una mierda, y que el mundo va fatal, con una mano en los calzoncillos y otra en una bolsa de patatas, roza el ridículo. Indignarte por las pequeñas nimiedades que te "destrozan el día", pero no abrir los ojos ante las maravillas -y desgracias- del mundo, roza el retraso. Mental. O emocional. O ambos.

Y destruimos nuestra potencialidad individual, inherente a nuestra condición de humanos. Dejando de hablar en arameo, nos anulamos, al centrarnos en la queja, y no en la acción. Este remedio es muchísimo peor que la enfermedad, y se dibuja de manera circular (esto es, me quejo, pero no hago nada, nada cambia, me vuelvo a quejar, y seguimos rodando).

Y, de repente, tienes 50 años, estás volviendo a casa de un trabajo que te hace ver el lunes como el fin de la condicional. Y, durante una breve milésima de segundo, te das cuenta. La vida es lo único que tenemos, y miras la tuya por un espejo retrovisor sucio de lluvia del mes pasado. Y qué triste.

Quizás ese es el fin que predijeron los mayas. El de la lógica, el del cerebro en funcionamiento. Puede que sí que coincidiese, el 12 del 12 del 12, con la anulación neuronal total por la frecuencia de algún satélite (comunista, eh) que nos dejó tal y como estamos. Amargados. Ansiosos. Medicados. Insípidos. Aislados. Apáticos. Cuánta a, coño. 

A lo que iba, que en dos días, Kaput, koniek, y fin en todos los idiomas.





lunes, 13 de abril de 2015

La sal, que retiene líquidos (¿pero de qué están hechos los surcos de las ojeras?)

Los martillos de la angustia no tienen un diámetro ni de un dedo, pero su repiqueteo es tan constante como el de la lluvia de abril en las ventanas, y acaban por dinamitar un corazón a base de disgustos. Lo hacen sin prisa, pero sin pausa, e incluso pueden oírse faenar si, por un instante, se abrazan los párpados y, aguantando el último respiro, se concentra toda la atención en el fluir de la sangre. Van con ella los martillazos, una melodía gregoriana, de alabanza al valle de lágrimas que debería ser la vida. Sufrir y luego, ya si eso, vivir (que no se me pregunte cómo, que yo tampoco lo entiendo).

Los siervos de la angustia se alimentan de vanidades y malos pensamientos. Toman cada celo, envidia, crítica o gesto de vano odio que proyectamos a los demás –como proyectil hacia lo que nosotros mismo llevamos dentro, y odiamos- y hacen un banquete de él, engordan las venas cavas, y se nos llena de mierda el organismo.


Y ese es, amigos míos, el verdadero origen de las enfermedades cardiovasculares.

De los altos a lo más bajo

Qué quieres que te diga,
si tengo miedo de derretirme
fuera de los límites de mi cuerpo.

Si las ganas de correr
se comen mis pesadillas. 
Y me tiemblan las manos
de pensar en el mañana.

Porque no sé qué decirte, si no sabes lo que es el abismo. 
Y volver hacia arriba. Y caer en el suelo. 
Que ya no quema, pero sigue duro.

La vida son dos días
y aún no ha amanecido, 
pero el sol se pone en diez minutos, 
y ahí no da tiempo a que me corra.

Que si no recorro, no me corro,
pero no el vaso por la barra,
sino tus dedos por mi garganta, 
y pecho abajo, 
por entre las montañas, 
sendero sinuoso que acaba en los mares
 (que abren tus garras)

Y adiós, un fuerte adiós, 
sentido adiós a la existencia, 
y al abismo entre dos cuerpos
que no se conocen 
pero se memorizan los latidos.

Vuelta de nuevo, caída al uno solo, 
nos despegamos como podemos y nos sentimos
vacíos de nuevo. 

Más aún, porque lo dimos todo 
y en el hotel siempre se olvida alguna prenda de ropa.

Lo llenaremos
con miradas de recriminación,
mensajes alcoholizados 
y pizza a las tantas de la mañana.



domingo, 12 de abril de 2015

I want her back so bad, I leave the door unlocked. I leave the lights on.






X

Casi puedo oler tu cuello, y sentir tu respiración en el mío. Y querer agarrarme con garras y dientes a tu destino, fundirlo y hacerlo nuestro, con las manos en tu pelo, y los ojos en el infinito. Acabaré por venderme a mí misma una historia de amor que cubra mera pasión desenfrenada. Me obsesionaré con tu sonrisa, y dejaré de respirar si no es el aire que sale por tu boca. Te veré en cada vagón de metro y cada ascensor lleno de desconocidos. Te buscaré en noches etílicas, y dará igual con quién me vaya a casa, que lo llamaré por tu apellido. Acariciaré con la ternura de una madre todas las heridas que abriste a base de caricias de mentira, y me pegaré en las sábanas que fueron testigo de oprobios a la moralidad cristiana. Viviré de alimentarme del recuerdo de tu sonrisa y del lunar que me daba las buenas noches apoyada en tu pecho. Me beberé los te quiero que el miedo me hizo escupir al suelo mezclados con las lágrimas que me arrancaron canciones que hablaban de amor, y no sabían de lo que hablaban. No contestaré a las llamadas que no vengan en tu nombre, ni miraré a los ojos a nadie más que a tu recuerdo. Y es a él, no a ti, a quien se lo prometo.

Poezíah barata

En cualquier crepúsculo
Volveremos a ver llover
Sin mirarnos a las manos

Caerá la frágil poesía
Al regazo del sueño perdido
A perder los párpados
Buscando la cama de Morfeo

Se llenarán los cerezos
De besos no natos
De lágrimas malgastadas
Y de sentimientos ingratos.

Perderé el hambre
De nuevos días
Sin café
Sin luz por la persiana

Ni sábana bajera




El sistema endocrino

Me encontré cara a cara con un sol que me besaba las pestañas y me susurraba obscenidades. Los rayos del sol se pasearon de cuclillas por mi piel de gallina, y el fuego corrió más rápido que la sangre de mis venas. Cayó el telón de la desidia para dejar ver un mundo con ojos de recién nacido. (Y entendí la mierda de la energía solar).

Se fueron las nubes que seducen al pasado, y llueven en ventanas sucias. Cayeron las últimas lágrimas en un riachuelo hacia las alcantarillas. Se secó la carretera y empezó el píar. Las hojas movían las caderas, de cuatro notas la melodía.

Sonaba la vida en cada latido, hasta las yemas de los dedos y de vuelta al corazón. Luz en un paraje desierto, oscuro y en proceso de olvidar. Un viaje por sentidos deformados del pasado, reducidos a la nulidad y el desconcierto.

Olores familiares, a pastel y lluvia recién caída. Tierra mojada, almohadas secas y brisa de mar. Todo en un golpe de realidad en pugna por la abulia. La arena seca entre los dedos de los pies, y las manos saladas.


Saludo al día nuevo, con la cara hundida entre las sábanas y los párpados abrazados al sueño. Y me vuelvo a dormir.


Almohadas inundadas

No quiero una vida contigo.
Ni siquiera una noche.
Me basta un orgasmo.
Y un cigarro a medias.

Me vale despertar
sola en una cama vacía,
con tal de cerrar
los ojos en tus pestañas.

Saber que no estarás
cuando despunte el día
por el frío de la almohada.

Que me recuerda
que no es mi boca.
La que te mata.








Polvo de estrellas

A pesar de escudarse por completo en una fachada de pensamiento divergente, Lucía, como muchas otras personas, difícilmente podía evitar escenas tan convencionales como la que iluminaba el débil verdor de un despertador que le recordaba que la luna aún no tenía intención de esconderse. Errantes tanto ojos como pensamiento, el humo del tabaco no le parecía más que aire enturbiado, y prefería encender un cigarrillo con los agonizantes vestigios de su predecesor que estirar el brazo hasta la mesilla, donde aguardaba un mechero casi sin gas, casi sin piedra. Tiró una colilla más por la ventana e inundó sus pulmones de alquitrán con los ojos cerrados. Pensó en lo poético que resultaba el querer ahogar las penas de una manera tan literal. Tosió e intentó sonreír, en vano. Alzó la mirada, hacia las estrellas, que plenas en brillo pero vacías de vida, se alzaban impertérritas ante ella. Se dejó llevar por la infinita soledad  con que tal perspectiva le había envenenado, y pudo llorar. No quiso detener a la lágrima pionera, y la animó con un sollozo desconsolado. Lloró con paz, con ganas, con la libertad con la que uno llora a las tres de la madrugada de un mal día, esa libertad que no existe ni en la compañía del más acérrimo compañero. Lloró, y se abrazó las piernas con fuerza, alternando tosidos con gimoteos, y caladas con furtivas miradas a las frías estrellas. 

You are a whole universe and I'm not even a crack on the sidewalk


Tú eres tormenta de verano,
yo niebla de invierno.

Tú eres primer amor,
yo efecto conjunto de alcohol y tristeza.

Tú eres beber con sed,
yo ahogarme de pena.

Tú eres antídoto,
yo veneno.

Tú eres baile con lobos,
yo carne de hienas.

Tú eres llamada ansiada,
yo “ya te llamaré”.

Tú eres amanecer en el lado correcto de la cama,


yo, despertar y no querer abrir los ojos.


I'm on the pursuit of sadness, you know...

Me declaro desde este mismo momento fan incondicional del autoboicot al que me someto día tras día. Y hablo por mí, pero hablo también por vosotros. Hablo por los humanos, inconformistas y caprichosos, capaces de tirar todo lo que tienen en sus manos por la borda en la búsqueda de un “nosequé” que les falta para sentirse completos. Un “nosequé” totalmente ficticio, inexistente. Pura mentira. Y es que nacemos para estar incompletos. Supongo que es una gracia del destino, que las parcas se despollan de nosotros cuando miran hacia abajo. 


Tristeza por mí

Cuál sería mi reacción en el supuesto caso de ver alguna vez un cadáver había pasado varias veces por mi cabeza antes de ese momento. Siempre lo pensaba al ver series de detectives ingeniosos y técnicas de investigación más propias del género de ciencia ficción que del de thriller. No tenía manera de saberlo con precisión, al limitarse mi testimonio de la inevitabilidad de la muerte a algún desafortunado ratón.

Siempre pensé que sería una reacción de insulso pánico, acompañada de un chillido ahogado en las profundidades de la garganta. Una mueca de horror impresa en la cara, de las que dejan una eterna muesca encima de las comisuras de la boca debido a la cual el resto de espejos que se crucen en tu camino a lo largo de tu vida no harán más que recordarte ese algo que precisamente pretendes olvidar. Quizá aderezaría el momento con un torrente de lágrimas vacías de significado. Sí, apostaba todas mis fichas por una reacción de terror desmesurada.

Nunca imaginé, en cambio, que lo que te recorre las venas al ver la pétrea expresión de un cadáver es una infinita pena. Contemplando la cara inerte de la joven, abandonada a su suerte en alguna calle de nombre anónimo, no era capaz de sentir más que una inmensa tristeza. No era la tristeza que te supone la pérdida de alguien querido, tras entender que nunca podrás gozar de nuevo de su presencia. Era una tristeza hija de la empatía. Tristeza por todos los sueños que se acabarían pudriendo al mismo tiempo que el cuerpo, cuya persecución había sido constantemente postergada en vida por la lacra del “algún día”. Tristeza por todos los libros que quedarían pendientes de cambiar una manera de ver las cosas, cogiendo polvo en alguna estantería desvencijada, a la espera de ser descubiertos. Tristeza por las personas con cuyas vidas nunca podría cruzarse para trastocarlas por completo, de manera que siempre estarían ligeramente manchadas con el vacío que dejaba lo que pudo haber sido. Tristeza por todos los rayos del sol que no podrían colarse nunca en su habitación un domingo por la mañana para acariciar su cara. Tristeza por todo y tristeza por nada.

Permanecí allí quién sabe cuánto tiempo. Pude contemplar cómo el brillo dejaba paso a una película blanquecina en unos ojos de color almendra. Cómo la piel viraba hacia el frío azul. Cómo el cuerpo se hinchaba lentamente, rompiendo con cualquier posible vestigio de esperanza. Pasaron días, y yo seguía contemplando mil posibles vidas desvanecerse de manera impertérrita. No me moví. No podía.
Antes de que cerrasen la negra bolsa que albergaría el cadáver en su camino al hospital pude echar un último vistazo al lunar que se escondía bajo la esquina derecha de la nariz, el lunar que me había mostrado el espejo toda y cada una de las mañanas de mi vida. Y lo sentí otra vez.


Tristeza por mí.


viernes, 10 de abril de 2015

Caron

No sé si es hambre
o ganas de matar.
Y llevarte conmigo
a casa de Caronte.
(Yo te pago las monedas)

Cuatro de oro,
para nosotros.

Mil de plata,
Para aquello que,
-por tu culpa-.

No vivimos.


Quizá de lo que soy

Pero la certeza se ha evaporado. Al igual que demasiadas lágrimas derramadas en vano. Ahora solo quedan los surcos en las aceras y en las mejillas. No se juega si no hay dados. Y con ellos se han ido todos los dedos de las manos con los que conté desengaños.  

A la ilusión solo le hace falta un prefijo y un par de días para caer en desgracia. Y ya está harta de tener que levantarse sabiendo que va a volver a besar el suelo. Tiene los labios gastados de tantas caídas, de tantos años, y tantos daños en minutos.

Y el corazón ralentizado de ver sonrisas donde hay ojeras. Y las uñas negras de esconder cerillas encendidas para ver si con fuego siente algo. Pero ni el calor, ni el frío.

Y sabiendo que solo hay vida en este cuerpo si sigue sintiendo la lluvia afilada contra los hombros, comienzo a plantearme si soy un fantasma. Quizá de lo que fui algún día. Quizá de lo que aún nunca he sido.



Apf


Ya no duele igual.
Cada vez más,
pero cada vez menos.
Las heridas gangrenan.
El olvido nunca llega,
pero ya no lo espero
sentada,
sino corriendo.
(Huyendo, puede)
El aire corta mi cara,
eso seguro.
Pero no mis muñecas.
Y no es sangre
lo que lloro.
Es la cerveza de ayer.
Que se me repite.
Como tus palabras.



Llueve, pero las aceras no están mojadas

Como buenos hijos de las nubes, su dolor es el nuestro, y sus lágrimas nos corren por las mejillas para morir evaporadas por sabe dios qué calor. Es el mal tiempo, que me pone melancólica. Que no sé qué hacer, si pienso en tus manos cuando veo llover.

Quisiera poder respirar bajo el agua. Quizá con agallas, no me ahogaré entre recuerdos sembrados sin cariño.

Llámame idiota, pero con este día de mierda no he podido evitar que lo primero que se me pasase por la cabeza, es saber si tu ventana también llora.





You don't know how fucking lucky you are

Does he know who you are?
Does he laugh, just to know
what he has?

Does he know not to talk
about your dad?
Does he know when you're sad?

You don't like to be touched,
Let alone kissed.

Does he know where your lips begin?

Do you know who you are?
Do you laugh, just to think
what I lack?

Do you know your lip shakes
when you're mad?
And do you notice when you're sad?

You don't like to be touched,
Let alone kissed.

Does his love make your head spin?


El sexo sentido

Que no es la clase de amor que me conviene, te atreves a aseverar. ¡Amor! Qué será eso, me pregunto yo. ¿Cómo crees que huele? A un perfume grabado en la memoria, quizás. O al suelo mojado de rocío en las mañanas de huida de camas ingratas. ¿Y cómo crees que sabe? A base de mordiscos en el cuello, yo creo que amargo. Pero tengo aún el dulce en la boca de todos los besos nunca dados, que miden en latidos el espacio que separa los cuerpos.

Qué quieres que te diga, en boca de tantos el amor ya me suena a cáscara vacía rompiendo contra el suelo. Me hablas de amor, sin saber de lo que hablas. Pero ni tú, ni yo, ni nadie en este barrio. Y quizá los del otro tampoco. Y nunca lo haremos.

Pero lo que sí me veo con fuerzas de asegurar, es que ningún tipo de amor cede a estar sujeto a conveniencia. No es por patrones morales, de lo bueno o lo malo, de que porque el fuego quema no debes tocarlo, por los que camina. Corre y se arrastra por senderos sinuosos que tienen a ambas veras la locura. Se esconde en matorrales y te asalta sin piedad cuando la piel se encuentra con la piel, fundiendo sudores, y estrechándose la mano los miedos de dos que se hacen uno.

Así que cállate, tú y tus consejos. Ponlos a buen recaudo en un cajón para poder ignorarlos tú mismo en otra ocasión. Porque la tendrás. Y ahí me entenderás. Cuando caigas a los pies de una cama revuelta con la única intención de lavar con lágrimas penitentes los pecados de que ha sido testigo y cómplice.

Callemos entonces, para que me vista de negro el duelo de un mundo que se mueve por lo que le quema las entrañas, diciendo que es lo que necesita. Puede que sea así como suena eso del amor. A silencio. A carencia. Al todo y la nada compartiendo el mismo segundo.



jueves, 9 de abril de 2015

Carta de despedida

He pensado en escribirte una carta. Ya sabes, algo personal, algo bonito. Solías decir que te gustaban los detalles de ese tipo, y no habría sido mucho esfuerzo. Pero no me veo capaz. Me tiembla la mano si lo intento. Me quedo en blanco mirando una hoja en la que debería verter todo lo que sigo sintiendo por ti. Porque eso ha sido lo único que no has podido llevarte contigo a dondequiera que te hayas ido.

También me gustaría poder decirte cómo van las cosas por aquí. Aún se me enfrían dos tazas de café esperando que esto sea una pesadilla, y te despiertes. Ya nunca cuento chistes. Supongo que lo único que me gustaba de ellos era la mueca que se dibujaba en las comisuras de tu boca con la risa. Apenas sonrío, si te digo la verdad. No me hace falta. Ya no tengo que mostrarle a nadie una cáscara vacía que pretende llenarme por dentro de la felicidad que aparento por fuera. Supongo que algo bueno es que ya tengo excusa para estar triste, y que nadie me pregunte.

En realidad sigo sin saber muy bien por qué te has ido. Y tampoco lo considero justo. Y me duele. Lloro en la ducha. Casi todos los días. Si no es en la ducha, será en la cama, a la que no le doy otro uso, porque tu recuerdo duele aún más con los ojos cerrados.  Si consigo dormir, es después de dar mil vueltas enredado en las sábanas, pero tu lado lo mantengo intacto. Luego me despierto buscando el calor de un cuerpo que sé que no va a estar ahí. Y es que la cama no duele tanto por vacía como por fría, porque no solo me dice que no estás, sino que hace demasiado que te has ido.

Y es que no me he hecho a la idea. Te pediría más tiempo, pero dudo que la cosa cambie. Ya no tengo ganas de vivir. Tú me las diste, y tú me las quitaste. He dejado de saber cómo respirar aire si no es inundado en tu colonia. No puedo escuchar más melodía que tu desafinar en la ducha. Y no sueño más que en escalas de gris, si no es el rojo de tu pelo. No puedo pedirte más tiempo. Realmente sé que no puedo.

Quiero saberlo. Necesito saber por qué ya no estás. Llámame egoísta, quizá lo soy. Pero te necesito. No quiero un yo, quiero un nosotros. Quiero volver a las discusiones y a los abrazos de reconciliación. Sigo esperando un grito por dejar los calzoncillos tirados por el suelo. Tengo el pasillo sembrado de ropa interior, pero no se oye ni un susurro. No me importa. No volveré a hacerte llorar. No volveré a dar un portazo. No volveré a ser celoso, ni te haré sentir mal. Me beberé tus lágrimas para que te derritas en sonrisas. Te querré, te querré todos los días de mi vida. Te querré por lo que no pude quererte.

Pero ya no soy capaz de seguir hablándole a una losa de piedra. Tú no eras tan fría ni el más frío día de invierno. Tú pasabas los cubitos de hielo que te gustaba llamar dedos de los pies por mi espalda, a ritmo de tu falsa risa malvada, para luego compensarlo con miles de besos por el cuello. Y eso no puede hacerlo cualquier trozo de mármol, por mucho que lleve tu nombre.

Y de tu nombre, oí algo en el metro, para acabar girándome como un idiota buscando el pompón de tu gorro azul. Sé que no te lo quitas en todo el invierno, y ya estamos en Diciembre, así que no espero verte por la calle sin él, porque te pones de muy mal humor cuando el frío te cuenta historias al oído. La cosa es que no te encontré. Lo que sí me crucé fueron cientos de caras malhumoradas. Y ya sabes que la gente gris tiene un don maravilloso para entristecerme. No puedo subirme al vagón a primera hora de la mañana sin que me des besos en los párpados para llenar fachadas insulsas y amargadas de color. 

A decir verdad ni siquiera soy capaz de levantarme de la cama si no es para tener que sacarte a ti a rastras.


Contigo se fueron todos mis finales felices, a dos metros bajo el suelo, y por mucho que trate de desenterrarlos, ahora son pasto de gusanos, y junto a ellos, la llave de mi cielo que eran tus labios, antes coral, ahora gris cemento.



miércoles, 8 de abril de 2015

Día uno del quinto mes de otra era


Y así, cada día dolía más que el siguiente, y el anterior menos que aquel. Y poco a poco, bajé una calle demasiado transitada por recuerdos, que en mi carencia de imaginación quise llamar Avenida del Olvido. Y pasaron los días, porque era un camino que se alargaba conforme pasaba el tiempo. Nunca vi el edificio al que tenía que llegar. Nunca supe su dirección.

Y un día, simplemente, llegué. Me desperté sin tu cabeza en la mía, ambas en la almohada.
Siempre consideré que lo que tenía era una batalla contigo, en la que debía emplear todas las armas a las que tuviera alcance, celos, odio, recriminación, indiferencia, y de todo ello hacer un cóctel molotov y prenderle fuego a tus contenedores.

Pero la lucha era conmigo. La lucha era con el haberme convertido en alguien al que no soportaba ver cada mañana. Con la pérdida de tiempo buscando un amor que nunca prometiste y los llantos que salían de la única ventana encendida en el edificio a las 3 de la mañana. La lucha fue con el tener que aceptar que ya no era la niña inocente que una vez había sido. Yo te llamé asesino, pero fuiste chivo expiatorio, porque en todas las fotos en las que salimos juntos yo era la que llevaba el arma blanca.

Y blanca, ahora, es la bandera. Se halla, impertérrita ante la nube de cenizas que la rodea, clavada en medio de un paraje desierto que alguna vez pude llamar por mi nombre. El viento a veces aparta el polvo gris y se dejan ver brotes verdes. Porque encima de un bosque totalmente devastado podrán nacer las junglas de una vida que nunca llegará a su fin. Porque ya no soy sombra, soy ave fénix a la que no vas a poder disparar cuando alce el vuelo.

He vuelto de la guerra, y sus heridas siguen marcándoseme bajo la luz blanca de las discotecas, pero he vuelto con pies, y ojos, y manos, y el corazón, no intacto, pero remendado con la voluntad de cambio. He vuelto de la guerra, y sé que volveré a ir, pero contra otro imperio, y en otro campo de batalla. Tú ya no vas a volver a llover, no vamos a volver a llover.

Firmamos la paz un domingo a través de un whatsapp. Tú, sin saber nada; yo, con la conciencia intranquila de quien cree que podría haber hecho algo mejor. Ahora no cambiaría nada de lo que hice, porque lo que hice me hizo ser quien soy exactamente ahora. Fuerte. Distinta. Irreconocible. Enorme. Feliz. Y si no feliz, dispuesta a serlo.

Hollywood nos ha hecho creer que la triste historia de amor se acaba con un plano detalle de una lágrima de ella. Y otro de él alejándose bajo la lluvia. Fundido en negro. Créditos finales. Pero no acaba ahí.

Ella lo supera. Y él también. Ambos se enamoran de nuevo miles de veces, a cada segundo, cada día. Y aún recuerdan de pasada momentos juntos. Una noche, una frase, o un chiste. Y sonríen, o puede que no, pero ya no se les pone la piel de gallina.


Y ese es, al fin y al cabo, el arte del olvido. Nunca viene cuando es reclamado entre lágrimas. Se asoma a tu ventana un día al mes, luego cuatro a la semana. Acaba por darte la mano en el bullicio del metro, y llega el día, en que por fin, se te olvida por qué las tormentas llevan nombre de persona.




Amor propio

Quiero ser poeta, y quiero ser mi amante, para poder escribirme versos más tristes que los de todas las noches de Neruda. Y perderme en el lirismo de palabras que ponen a latir a patadas hasta al más triste corazón.

Y quiero ser yo, y yo conmigo, y nosotras dos sin ti, sin nadie, sin nada que nos frene, entorpezca o ralentice. Sin amores unilaterales y besos en la frente después de una mamada. Sin noches en vela y almohadas empapadas, cuando los mares deberían abrirse paso entre mis piernas.

Y los te quiero, en vez de al cuello de la camisa o a una taza de café fría, al espejo, que no dudará en recordarme cada mañana lo preciosa que es mi sonrisa. De enamorada, pero de nadie más que de la vida.

Y las lágrimas caerán solamente de alegría, que de tanto resucitar recuerdos ya me han quedado surcos de tristeza en las ojeras. 

Perderé el aliento, pero no ya en una carrera por buscar el aprecio de alguien cuyos ojos buscan sin cesar una nueva presa, sino en una competición conmigo misma y el fracaso, el dolor y las mentiras. Llegaré antes a la meta que nadie, y me quedaré esperando a que pase el tiempo fumando un cigarrillo.


Ya no me importa esperar, porque ya no espero nada.


Punto y aparte, y seguido, y arriba el dedo corazón

La llamada que nunca llegaría le hizo un corte de mangas al destino y se paseó en bragas por la pantalla rota de mi móvil, 4.a.m., hora española. Y vino tu nombre, prohibido, y tu recuerdo; y vino la sal, de mi cama y de mi almohada; y vinieron los sueños que nunca tuve, asesinados a sangre fría por los insomnios con tus huellas; y vino el alcohol barato a mi garganta; y yo me fui, pensando que tú también vendrías.

Pero nunca apareciste.


Menos mal.


Y es que ya no lloro, ahora brindo.

Brindo por el nudo en la garganta cada vez que mis ojos se encontraban con tu nombre. Por las noches en vela pidiéndole a las estrellas que fuesen mis piernas las últimas en pasearse por tu mente antes de caer dormido. Por los llantos que murieron en sonrisas. Por haberme roto el corazón, para terminar cosiéndolo con las mejillas saladas, y guardándolo en una caja de cristal oculta a los ojos de los curiosos, y a las manos de otros como tú.

Brindo por el calor de nuestros cuerpos, que acabó evaporando mis miedos. Menos el de la soledad, que ocupaba el espacio vacío entre los dos, y se abrazó tan fuerte a mi pecho que acabó por ahogarme. Pero brindo por haberte conocido, querido, odiado, y todo dentro del mismo segundo. 

Brindo por la luz del sol colándose por la persiana, iluminando el vaivén de tu pecho dentro de un sueño que nunca quisiste contarme. Y brindo por el alcohol, que insistía en tirarnos al suelo y a los brazos del otro. Brindo por todas las mañanas del día después, y las historias de desamor que le conté a la mirilla mientras miraba cómo te ibas, con la certeza de que nunca ibas a volver, y la esperanza de que lo harías. 

Brindo con las lágrimas derramadas, pero con la satisfacción del que sigue adelante, del que sufre, aprende, y avanza. Aquel que, sabiendo que va a volver a caer, no se queda sentado a la vera del camino, esperando la mano que lo levante -que nunca llegará-.

Brindo por ti, porque lances los dados con una pata de conejo en el bolsillo, y te toque una buena vida. Porque no olvides mis ojos, y alguna canción te recuerde mi sonrisa. Brindo en vano, como todo lo que hago, pero brindo.


martes, 7 de abril de 2015

La nueva Generación Perdida

La nuestra sí es la Generación Perdida, y no la de Hemingway. Nos arrastramos en el tiempo sin un destino claro a la vista, sin saber qué podrá ser de nosotros. Víctimas de la abulia y el pesimismo que nos rodea, nos dividimos, yendo unos hacia el duro trabajo y la conducción de su vida hacia buen puerto, y otros hacia la bucólica emancipación de la conciencia mediante el consumo de estupefacientes. Habiendo estado en ambos sectores de los nacidos en los 90, sigo sin saber cuál es realmente el camino adecuado. El impuesto siempre nos parecerá erróneo por la imposición que lo caracteriza, además de que el vernos obligados a seguir patrones de comportamiento que en ningún momento han tenido nuestra aprobación –ve a la Universidad, consigue un trabajo, alquila un piso, consagra tu vida por completo a frustrar tus sueños en pos de tus realidades-  nos sume en un sentimiento de individualidad anulada, de carencia de espontaneidad y de odio hacia la vida.

Somos la generación del vacío existencial, aquellos que no hemos padecido ningún sufrimiento más que el sufrimiento de un alma que no sabe a dónde dirigirse. Somos la generación del desamparo, del desapego y del individualismo; de la felicidad prefabricada y los padres divorciados. Somos una generación que no tuvo ocasión de conocer la verdadera alegría o de siquiera intentarlo. La crisis es una oscura nube que lleva ya demasiados años impidiendo que el más mínimo rayo de luz nos acaricie la cara. Más allá de eso, no es únicamente el futuro que nos espera en la cola del INEM, es lo podridas que están nuestras mentes antes incluso de que puedan tomar tal nombre. No sabemos cómo ser felices, nos envuelve un halo de falsas necesidades inculcadas con la gentileza de la presión de grupo. Nuestra felicidad no está tan lejos como la vemos, se halla en las pequeñas cosas: en el dormir largas horas, el ver amanecer, en las caricias, besos y abrazos de personas incluso desconocidas, en el no ser juzgado, el compartir opiniones, en la risa, la lectura, el conocimiento…

Pero no seremos nosotros los que la alcancemos. Nos hallamos aún a años luz de la más mínima brizna de serenidad espiritual. No queremos tenerlo todo, queremos que los demás piensen que lo tenemos todo. Una vida de puertas para afuera no permite la construcción de una personalidad fuerte y única. Somos la generación tipificada, el modelo Ford llevado a la estirpe humana; somos seres hechos en cadena, exactamente iguales, y entre los cuales los sujetos con taras van directos a la papelera del ostracismo y el rechazo general. Somos todos asquerosamente iguales. Leer los mismos best-sellers, ver las mismas películas, tener las mismas opiniones. ¿Crepúsculo o Los juegos del hambre? ¿Tarantino o Woody Allen? ¿Derechas o izquierdas? Mínimas diferencias. Sea cual sea el grado de finura al que hayamos conducido nuestro bagaje intelectual, siempre seremos igual de lerdos. No juzgaremos un libro por lo que nos pueda haber transmitido, de tinta a sangre, lo haremos por las críticas y las reseñas del Wikipedia. Aun aquellos que se enorgullecen de poder llamarse “cultos” llegan a ser los peores, presumiendo de una intelectualidad que resulta vacía al carecer de sentimiento.

Somos la generación de los adictos. Cada uno tiene su adicción, claro está, pero ¿quién se halla en posición de poder decir cuál de ellas es la más nociva? ¿Qué diferencia hay entre un joven que acalla su conciencia mediante el desfile ininterrumpido de mujeres por su cama, y aquel que lo hace mediante el desfile ininterrumpido de su tarjeta de crédito y un rulo de cinco euros a los baños de los bares en una noche de fiesta? Todos somos culpables de matarnos lentamente, sea de la manera que sea.


Somos la generación de los infelices. No hemos vivido una Gran Guerra, pero luchamos contra nosotros mismos cada día.