Pero la certeza se ha evaporado. Al
igual que demasiadas lágrimas derramadas en vano. Ahora solo quedan los surcos en
las aceras y en las mejillas. No se juega si no hay dados. Y con ellos se han ido
todos los dedos de las manos con los que conté desengaños.
A la ilusión solo le hace falta un
prefijo y un par de días para caer en desgracia. Y ya está harta de tener que levantarse
sabiendo que va a volver a besar el suelo. Tiene los labios gastados de tantas caídas,
de tantos años, y tantos daños en minutos.
Y el corazón ralentizado de ver sonrisas
donde hay ojeras. Y las uñas negras de esconder cerillas encendidas para ver si
con fuego siente algo. Pero ni el calor, ni el frío.
Y sabiendo que solo hay vida en este
cuerpo si sigue sintiendo la lluvia afilada contra los hombros, comienzo a plantearme
si soy un fantasma. Quizá de lo que fui algún día. Quizá de lo que aún nunca he sido.
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