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domingo, 26 de abril de 2015

Ese Fromm cómo mola se merece una.

Utilizamos el amor como arma contra la inevitable soledad que nos envuelve. Un arma de puño egoísta, que utilizamos erráticamente. A ostias contra las barreras que nos separan de otro ser humano. Pero el retroceso que sigue a la bala nos hunde aún más en un aislamiento vital. 

A cada desnivel en los latidos le siguen irregularidades en la concentración salina de las mejillas. Y a ello, el convencernos de que habrá una próxima vez diferente. Una que nos salve, que nos haga olvidar que el tiempo corre más rápido que cualquier pierna y que solo nosotros sentimos el dolor cuando nos clavan el cuchillo. Nadie lo hace por nosotros.

Articulamos nuestra vida en torno a ello. A olvidarnos de lo que somos a través de noches en vela, sean de llanto o de sexo. A desprendernos de nuestra individualidad en los brazos de aquel a quien nos asimos con la fuerza del que sabe que va a caer, pero se resiste a precipitarse al vacío.

Cada noche es la más solitaria de la historia en la de aquel que no ama. 
O que no es amado. 
Y no sé qué será peor. 


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