Una de las cosas que más ha beneficiado el negocio de los
narcos ha sido el merchandising que han conseguido by the face. ¿Cómo? Gracias
a la omnipresente mass media hambrienta de cerebros desprevenidos que poder
moldear. Los videoclips no solo tienen culos en primer plano, también son un
hervidero de sustancias ilícitas. Quién es más chachi en las películas/series
americanas de última generación que los chavalitos que fuman “weed” (véase
Skins). Nadie. Esto ha derivado también en que un aura de glamour rebelde envuelva las drogas por las redes sociales.
Que se lo digan, si no, a Tumblr, que sufre sobredosis de pulidas fotografías
de rayas de coca, porros como brazos y orificios nasales menstruando.
Todo este cúmulo de situaciones ha supuesto, en primer
lugar, la normalización del consumo de drogas por las últimas generaciones, en
pleno desarrollo cerebral, haciendo de ellas
la bandera del movimiento antisistema más sumergido en el sistema posible.
Fumo porque soy un tipo malote que te cagas. Me como las calles, fuck the pólice,
que viva el barrio. Pero chequea mis nuevas Nike. O bien soy un alma libre que
deja volar su conciencia con los tripis, o un animal del degradado ecosistema
de la fiesta, que no aguanta sin la rayita de alegría.
Dios murió para Nietzsche, pero nosotros decidimos verlo entre alucinaciones cada fin de semana. La identidad de un gran porcentaje de la juventud está construido sobre la base del uso de estupefacientes. No hablamos ya de la adicción, que condiciona cada átomo de la persona y lo ata a su sustancia predilecta. Hablamos de la carencia de propósito en la vida y valores, generalizada y ensalzada allá donde miremos.
Esto deriva, en segundo lugar, hacia la creación
de una masa consumista descerebrada
no solamente por la lobotomía televisiva, sino también por la destrucción física de
conexiones neuronales. Vamos, partimos siendo una panda de borregos para
convertirnos en una panda de borregos oligofrénicos y jodidos de la cabeza. Nos
visten de seda el consumo de drogas, para que nos lo follemos contra la pared y
luego lo twitteemos.
Además, el consumo como amordazamiento de la
conciencia –causa principal entre los jóvenes- provoca la incapacidad de
lidiar con las tensiones corrientes de la vida. Al drogarnos, nos separamos de
la realidad, que muy bien, hasta que chocamos con ella con treinta años y en
casa de nuestros padres.
Sin embargo, tampoco podemos pensarnos que la droga
únicamente tiene la faceta deforma-cerebros y destroza-vidas con la que es interpretada
por la mayoría. El consumo de setas alucinógenas lleva en investigación desde
los años 70 por su posible vinculación positiva con trastornos como la depresión
o la esquizofrenia. La mayor parte de la producción artística mundial no puede
desprenderse de las drogas, porque están tanto en su origen como en su
interpretación. Y no solo el arte, sino también la ciencia, ya que no son pocos
los astrónomos y matemáticos que juguetearon con el LSD para conseguir avanzar
con sus teorías.
Las sustancias psicotrópicas –droga queda feo que te cagas- no son maliciosas si son empleadas en
un plano productivo y metódico, cuidadoso con los excesos y dirigido a la
consecución de algo, con tal de que ese algo no sea presumir de carácter malote
o simplemente omnubilar la conciencia.
Enciéndete el porro, pero como le dediques una foto en
Facebook la tenemos.