Cómo duelen los atardeceres. El
sol de un día más se desangra para dar protagonismo a una luna que llora
desconsolada su pérdida. Es una insulsa farsa que se repite porque él siempre
acaba volviendo a salir, dejándola a ella meditabunda, expectante, cansada e
inactiva hasta que otra gota de sangre se atreva a manchar el cielo y ella
pueda volver a llorarle.
El primer rayo de sol es una
llamada perdida a las cuatro de la mañana. “Sigo aquí”. Pero aquí nunca será
contigo. Y llorarás noche tras noche, sabiendo que se ha ido, sabiendo que va a
volver, pero sin saber si piensa en ti durante el día.
Qué sola está la luna. Cómo
refulgen sus lamentos.
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