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martes, 10 de febrero de 2015

Historias de luz de luna.

Recuerdo cómo, cuando era niña, mi madre me contaba historias encaramada al alféizar de mi habitación, con el pelo enredado en madreselva y luz de luna. 

Con ella vi cómo contrastaban los vibrantes colores de los ropajes de una princesa india con el gris gastado por el tiempo de la piel del elefante que montaba cuando fue a la batalla, saldada con la muerte del sistema de castas del país. También viví, con tanto asombro como los demás habitantes de Yemen, África y alguna zona de Colombia, cómo desaparecieron todos los filos cortantes de un día para otro, siendo el verdadero milagro que ya no pudo practicarse desde entonces la ablación femenina.Casi muero de calor cuando un abrasador sol de Oriente Medio redujo a lágrimas de plástico toda la munición que encontró por sus dominios, arrastrando consigo hasta el desagüe al fanatismo islámico armado.Me maravillé cuando miles de mariposas arrancaron los tejados de las fábricas para alzar el vuelo con los tantos niños que habían sido privados de su infancia por una máquina de coser y una habitación sin ventilación ni luz solar.

Y así, construyó para mí el mundo que iluminó cada uno de mis sueños.

Al crecer, ese mismo mundo comenzó a derretirse bajo la luz del día, con todos los periódicos avasallando el idilio de ignorancia en el que todos habíamos construido una coraza para protegernos de lo que ellos nos mostraban: dolor, injusticia y egoísmo tras cada esquina. Corrupción en Europa, muerte indiscriminada en Oriente, explotación en Asia, imperialismo de sangre en América del Norte, y opresión y caciquismo en la del Sur.


La luz del sol duele tanto, que ya no me creo las historias de la luna.


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