Páginas

viernes, 15 de mayo de 2015

Adiós al amor, hola a la puta VIDA.

Dejo de escribirle al amor, lo aviso, porque me he cansado. De textos inertes y yermos que yerran en su pretensión de revivir un sentimiento pretérito. De tratar de enganchar el cielo con los dedos y que se me escapen las nubes de las yemas de los mismos, quedándome siempre con húmedos trazos de cielo que de poco sirven metidos en los bolsillos.

Me he cansado, de postrarme a los pies de Cupido y de que me conteste, contrariado, que no le quedan flechas en el carcaj. Contrariada también es la costumbre insatisfecha de buscar con la mirada en todas las habitaciones a ese alguien que te ha hecho palpitar, y ahora no hace más que evaporarse entre recuerdos.

No quiero escribirle más al amor, porque no lo tengo. No sé si lo tuve, y mucho menos si lo tendré, pero poco importa en un mundo, el mío, en el que no hay más centro que mi ombligo. Hundido, ranura que habla de la verdadera conexión con otro cuerpo, por un demasiado breve periodo de nueve meses. Me recuerda que la vida tiene un comienzo y un final, y este último no se halla en cada beso mal dado que insiste en atormentarte por las noches.

No le escribiré más al amor, repito, porque ahora sé que no me va la vida en ello. Me va la vida en sí misma, a través de mis poros, y no de los del amante inconcluso, el polvo insatisfecho, el alarido de pasión entrecortado por el destiempo. Ya no es eso el alimento de mis miedos y mis desavenencias, lo es la vida que se me escapa de las manos y corre más rápido que cualquier pierna. Humana o animal, que viene a ser la misma esencia con distinto nombre.

Lo digo por última vez, y no por ello menos convencida. No le voy a escribir más al amor porque lo único que siento en la espalda esta mañana es el golpeteo intermitente de los rayos del sol más madrugadores, acallados entre el latir de la sangre en las sienes, unidos en un todo al que se reduce una más de tantas nimias existencias.

Porque el amor es el nombre simple que escogimos para el todo que no entendemos. Porque tenemos poco vocabulario, poco tiempo y pocas ganas para decirlo con la propiedad que se merece. Por eso no le pienso hablar al omnipresente y vacío término “amor”. No pienso volver a mencionar su nombre hasta el día en que llame a mi puerta y me deje claro que ha venido para quedarse, y no para una noche de tantas, de despertar en una cama vacía de todo menos de recuerdos preparados para hacerte sufrir eternamente.

Ahora se me llenará la boca de ilusión, esa que se rompe en pedazos cuando choca con el muro de la realidad; 
de desaires, para con otros y conmigo misma; 
de fuelle, choque neuronal, eléctrico, que te empuja a seguir adelante, andando entre una bruma que acalla las figuras en el silencio de su espesura; 
de esperanza, de que el nuevo día traiga más que el viejo, y menos que el que aún se incuba; 
de realidad, pero solo la mía, pues en ella existo mi existencia; 
de sangre, que me corre por las venas, roja como las pinceladas de un Dios especialmente artístico para algunos atardeceres; 
de vitalidad, de saltos y piruetas, que acaban con el cuerpo boca abajo y la boca llena, a veces de hierba y a veces de arena, muriendo a segundos en sonrisas; 
de humanidad, a la que pertenezco, tanto como ella me pertenece a mí en mis dos piernas; 
de susurros, los nunca dichos, aún ocultos en algún rinconcito de la mente, y los prófugos de una boca desincronizada con los complejos, que resultan ser la máxima expresión de las verdades; 
de sueños, sí, de sueños, con los que cimento el adoquinado de mi camino al futuro, por el que ando de puntillas con mucho cuidado de no clavarme cristales, posibles vestigios de sabe dios qué botella de veneno lanzada en alguna borrachera. 

Voy a hablar de todo ello, y de mucho más, de la eternidad y la totalidad de la existencia, con la pausada voz del sabio que solo le habla a quien le escucha, y la baja voz del joven, que sabe que se equivoca a cada frase, pero se mantiene imperturbable en su ansia por conocer.

Sabio, joven, maestro, aprendiz y eterna persona, me alzo en contra de la maldita temática romántica a la que me ha reducido un mundo que no ha sabido ordenar sus prioridades, y hoy, un perdido día de mayo del que no se acuerda el calendario, firmo ante notario mi renuncia a ese gran desconocido, que en su día quise llamar amor.



No hay comentarios:

Publicar un comentario