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lunes, 11 de mayo de 2015

Al de la sonrisa torcida

El gesto contrito, torcido, enfadado. Cabreado con uno mismo por ser causa y consecuencia de todo mi dolor. Y es que no existe decepción en una tierra sin castillos en el aire. Nadie me dio una licencia de construcciones, pero aquí me hallo, a cien pies sobre el suelo, mirando la tierra yerma desde un balcón de barrotes oxidados por el golpe del agua salada de las penas y el viento del cambio constante. Pero ya no pienso derramar nada más. Ni sudor, ni sangre, ni lágrimas por una causa vana.

Estaba mejor donde me encontraste. Hundida de mierda hasta las rodillas, generosa aportación de más de un egoísta con los ojos demasiado bonitos. Pero con todo el estiércol que le da ese aroma a podrido a mi pasado pude abonar los campos de mi persona, donde crecieron los pensamientos que me hacen ser quien soy, fueran brotes verdes o maleza. 

Y ahora, después de ese huracán que se llevó con mis bragas mi consciencia, estoy de mierda hasta el cuello. No sé si darte las gracias, o las buenas noches. Lo que sí sé es que quiero que te pierdas en la vasta inmensidad del olvido, al que no he dudado en recluir a muchos otros. Echad una partida a las cartas si os aburrís, porque dudo mucho que volváis a verme.

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