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lunes, 25 de mayo de 2015

Bukowski, putoamo.


"¿Cómo demonios puede un hombre disfrutar ser despertado a las 6:30 a.m. por un despertador, salir de la cama, vestirse, alimentarse sin ganas, cagar, mear, cepillarse los dientes y el pelo, y luchar contra el tráfico para llegar a un sitio donde básicamente has ganado grandes cantidades de dinero para otro y has sido instado a estar agradecido por tener la oportunidad de hacerlo?"

Es simple, el sistema capitalista vive enteramente de la alienación de las hormigas obreras que le regalan (ya ni venden) su fuerza de trabajo; esto es, lo más preciado que tienen, parte de sí mismos, sus conocimientos, su esfuerzo, su pasado y su futuro. Eso es lo que ceden a cuatro gatos solitarios que han amasado grandes fortunas a costa de personas, y aun así pueden dormir con la conciencia tranquila, acallada por la sensación de poder y prestigio que otorga un constructo social tan vano y deleznable como el dinero.

Y se nos dice, desde pequeñitos, que "así son las cosas". No. El sistema es tal porque queremos que lo siga siendo. Todo aquello que haya sido obra del ser humano es perceptible de ser cambiado. No podemos luchar contra las catástrofes naturales, pero sí contra la anulación sistematizada de la persona, enmarcado dentro de un sistema, el capitalista, que lo justifica y legaliza.

Es difícil, no hay duda alguna sobre ello, pero no es imposible. Decir que todo aquello que puede soñarse puede cumplirse es caer en clichés cursis que esas mismas personas que destruyen nuestra humanidad han sabido inculcarnos, sin decir también que les han puesto límites hasta a los sueños. Límites y precio.

La clave está en obedecerse a uno mismo, tratar de cultivar un acerbo cultural y un espíritu crítico que nos proteja de las garras de la injusticia capitalista. Y es que, el consumo, nacido en el intercambio de bienes debido a la necesaria movilización de recursos: si yo tengo cuatro peras, y tú cuatro manzanas, y ambos queremos probar lo que tiene el otro, no es malo per se intercambiarlo, pero ello tiene que hacerse en una dinámica de igualdad y respeto que brilla por su ausencia actualmente. No tenemos por qué vivir en precariedad, como ellos nos han dicho siempre, en caso de oponernos frontalmente al capitalismo. 

Y es que no es cuestión de ser todos pobres, sino de ser todos todo lo ricos que los limitados recursos mundiales permitan. Que no es poco.



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