Páginas

miércoles, 13 de mayo de 2015

XIII

Acepté, con solo un beso, curarte las heridas con toques de lengua. Barrerte el camino para que jamás volvieses a tropezar con la misma piedra. Mullirte la almohada para que las pesadillas dejasen de perseguirte. Abrir las persianas cada mañana para dejar que el sol iluminase cualquier vil regalo de la noche.

Acepté darte mi piel para calentarte en las horas más frías, y como lienzo para que escribieses tus obras póstumas. Darte mis ojos para que verte cada mañana como la cosa más bonita que ha pisado el planeta. Darte mis brazos para espantar tus fantasmas. Darte mis piernas para correr sin rumbo, pero siempre conmigo.

Acepté el dolor, de antemano y de improviso. La pena, sumergirme en mares tan salados como las piedras. El brillo de tus ojos, escueto y egoísta. El ardor de la piel, muerta allá donde no la hubieses tocado, cicatrizada donde hacía tiempo que habías pasado.

Lo acepté todo, con la sola condición de que tu aceptases mi peso en el otro lado de la cama; mi cepillo de dientes en el baño, coqueteando con el tuyo; mi mano apoyada en tu brazo, de manera más consciente que vaga, eternamente.

Y te supo a poco el trato. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario