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miércoles, 13 de mayo de 2015

Corre, gilipollas.

El amor más devoto no es el de madre, es el de una mujer no correspondida. De esas que se esconden tras la sombra de amantes ingratos, que cierran los ojos durante el sexo para evocar imágenes de esa otra que les quitó el corazón sin intención alguna de devolverlo, o de dejarlo intacto.

Y la segundona, más que segundo plato, chupito de orujo para bajar la pesada comida, puede ver con total nitidez imágenes de verdadero cariño en los ojos que venera, en los gemidos que profiere un cuerpo frío a su lado durante la noche, en los besos sin lengua y sin sal.

Se congela con el tiempo, y se transforma en una autómata que ya no quiere quejarse. Porque no lo hizo cuando pudo, por miedo a perder a ese amor de la puta vida. Sin entender que ese ha de ser necesariamente correspondido.

Corre, gilipollas.

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