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domingo, 3 de mayo de 2015

N o

La magia de las palabras es a veces necromancia. El más claro ejemplo es el “no”. Se pronuncia con la boca preparada para un beso, pero negando cualquier posibilidad del mismo. El “no” duele porque anula todas nuestras perspectivas formuladas en torno a la afirmación. Nunca nos lanzamos a una piscina vacía, de manera que, aunque sea, la llenamos con imaginaciones y elucubraciones de todo tipo. Luego está la caída contra el suelo de baldosas azules, desgastadas por el tiempo y el agua evaporada. Y eso es todo lo que esconden dos simples letras. Dolor, resignación, ilusiones heridas de muerte.

No nos gusta que nos nieguen nada. Los que dicen que lo que es difícil de conseguir se busca con más ganas, hablan desde una vida en la que nadie les ha regalado nada… Pero les gustaría. El “no” duele. Duele mucho. Es un asesino de mil futuros posibles que ya habías imaginado. Se alza, recortándose su silueta contra el sol, en todos tus sueños. Y los convierte inevitablemente en pesadillas.

Pero, como en todo, hay grados. Un “no quedan napolitanas de chocolate” duele, más aún cuando tus glándulas salivales ya estaban despertando. Pero hablemos de dolor, del genuino, el dolor del agujero en el estómago, que se traga el aire que intenta llegar a tus pulmones en vano. Hablemos de ardor en las entrañas, de vomitar lava y que se endurezca con el frío y la sal de las lágrimas.

Hablemos del olvido y del perdón, más que al otro, al uno mismo por haberse fallado. Hablemos de forzarnos a entrar en un camino con vallas electrificadas, y salirnos del mismo. Hablemos de correr sin rumbo, sin aliento, y con los tobillos rotos. Hablemos de la muerte en vida, todo ella viviendo en una palabra.

Hablemos, pues, del “Te quiero” con respuesta “Yo no”. Y en dos palabras viviremos noches frías, almohadas desgastadas de pedirles explicaciones y susurros convertidos en vaho de invierno. En un golpe de sonido, vamos a volver a rozar el frío suelo con los brazos, a deshacernos en llantos en teoría olvidados, a abrirnos las heridas con tijeras de podar, y a cortarles los esquejes a las rosas que llevan secándose años en la estantería de la habitación.

Pocas cosas duelen más que una negación acompañada de ojos secos y fijos, de carencia total de sentimiento, tras haber vertido alguien todo lo que llevaba dentro. Que no. Que no te quiero.




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