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viernes, 8 de mayo de 2015

Punto y aparte, fuera de la hoja

He nadado entre las aguas de un mar más rojo que el hijo del Índico. Y no me he ahogado.

He escalado las montañas de la locura, que dejarían en el mayor de los ridículos a ese tal Everest. Y no me ha fallado el aliento.

He corrido esa maratón que es una vida de sonrisas a cuentagotas y con tasa impositiva del dolor al 200%. Y me he endeudado con un corazón al que le pesa cada día más la luz del sol. Caído en desgracia, hundido en la nieve artificial de los centros comerciales de las películas americanas. Flotando en formol, con la mirada perdida en algún punto entre un pasado que no quiere volver y un futuro que no sabe si quedar a tomar algo (o tomarlo todo). Los pasos de los desconocidos en una gran ciudad bailan un vals sin sentido del ritmo, y con la música apagada. Porque de todo lo que salga del alma, reniegan, cerrando los ojos con una fuerza que arranca lágrimas de entre las pestañas, y las arroja al vacío insalvable que es la (in)existencia.



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