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lunes, 11 de mayo de 2015

Puta bida

Todo lo que me imaginé que era cierto, sabía en el fondo que era mentira. Putos castillos en el aire, el alquiler está por las nubes últimamente. Y me han desahuciado. Y he caído al suelo desde una gran altura. Me he deformado la cara y el cuerpo. Otra vez. Otra de tantas, se entiende. Ya estoy harta. Harta de tener que imaginar para ser feliz y vivir siempre en un futuro que nunca se cumple. Harta de conocer a príncipes azules que van montados en burro y que, vistos de cerca, llevan ropa más bien verde (o marrón mierda). Harta de necesitar a otra persona que me recuerde lo mucho que se me puede querer. Harta de un mundo en el que si no eres parte de un 2 no vales para ser un 1. Harta de que esos cánones románticos, clichés hollywoodienses o fantasías de lord Byron hayan hincado sus afilados colmillos en mi cuello, y hayan remplazado la sangre caliente por el frío correr de ilusiones desvalidas. Harta. Estoy harta.

Atada de pies y manos por el odio, y lanzando mordiscos a todo el que se me acerque a aflojar los nudos. Que me miren mal, si quieren, prefiero seguir durmiendo sola. Eternamente. Sin complejos ni necesidad de complacer a nadie más que a la almohada. Sin besos por la mañana, pero también sin echarlos en falta. Sola, sí, pero bien acompañada. Aquí, conmigo y con ella, la que me mira desde el espejo guiñándome un ojo de manera torpe. Sin necesidad de terceras, cuartas o quintas personas que no hacen más que acelerar los ritmos de mi mundo equilibrado en el individualismo.

Que es mejor así, en serio, que no miento. Lloro por gusto, por placer, por sorna, por satisfacción, por negligencia, no por tormento. Sé lo que es el tormento de oídas, pero nunca se ha pasado a saludarme. Soy una niñata malcriada a la que parece caérsele el mundo cada semana. Y una mierda. De la vida no sé nada. Y dudo que vaya a saberlo. 

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