Todo lo que me imaginé que era
cierto, sabía en el fondo que era mentira. Putos castillos en el aire, el
alquiler está por las nubes últimamente. Y me han desahuciado. Y he caído al
suelo desde una gran altura. Me he deformado la cara y el cuerpo. Otra vez.
Otra de tantas, se entiende. Ya estoy harta. Harta de tener que imaginar para
ser feliz y vivir siempre en un futuro que nunca se cumple. Harta de conocer a
príncipes azules que van montados en burro y que, vistos de cerca, llevan ropa más
bien verde (o marrón mierda). Harta de necesitar a otra persona que me recuerde
lo mucho que se me puede querer. Harta de un mundo en el que si no eres parte
de un 2 no vales para ser un 1. Harta de que esos cánones románticos, clichés
hollywoodienses o fantasías de lord Byron hayan hincado sus afilados colmillos
en mi cuello, y hayan remplazado la sangre caliente por el frío correr de
ilusiones desvalidas. Harta. Estoy harta.
Atada de pies y manos por el
odio, y lanzando mordiscos a todo el que se me acerque a aflojar los nudos. Que
me miren mal, si quieren, prefiero seguir durmiendo sola. Eternamente. Sin
complejos ni necesidad de complacer a nadie más que a la almohada. Sin besos
por la mañana, pero también sin echarlos en falta. Sola, sí, pero bien
acompañada. Aquí, conmigo y con ella, la que me mira desde el espejo guiñándome
un ojo de manera torpe. Sin necesidad de terceras, cuartas o quintas personas
que no hacen más que acelerar los ritmos de mi mundo equilibrado en el
individualismo.
Que es mejor así, en serio, que
no miento. Lloro por gusto, por placer, por sorna, por satisfacción, por
negligencia, no por tormento. Sé lo que es el tormento de oídas, pero nunca se
ha pasado a saludarme. Soy una niñata malcriada a la que parece caérsele el
mundo cada semana. Y una mierda. De la vida no sé nada. Y dudo que vaya a
saberlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario