Una noche, mientras dormías, jugué
a unir puntos con los lunares de tus brazos. Me salió una imagen muy clara, una
puerta de salida. Solo que no quise entender, si era de tu vida o de la mía. Podría
haber sido de ambas, y podría haberme escapado de los dos por la ventana. Sé que
las últimas farolas encendidas no se habrían chivado.
Pero -fuera por el alcohol, fuera
por el amor- vi un ancla, y su peso me arrastró a los impetuosos mares de tu desprecio,
movidos por el viento que exhalabas con cada palabra de rechazo. Y me quedé allí,
meciéndome con la Luna y sus corrientes, porque había visto mi destino reflejado
en tus constelaciones, y siempre fui muy de astronomía.
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