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domingo, 3 de mayo de 2015

XII

Una noche, mientras dormías, jugué a unir puntos con los lunares de tus brazos. Me salió una imagen muy clara, una puerta de salida. Solo que no quise entender, si era de tu vida o de la mía. Podría haber sido de ambas, y podría haberme escapado de los dos por la ventana. Sé que las últimas farolas encendidas no se habrían chivado.


Pero -fuera por el alcohol, fuera por el amor- vi un ancla, y su peso me arrastró a los impetuosos mares de tu desprecio, movidos por el viento que exhalabas con cada palabra de rechazo. Y me quedé allí, meciéndome con la Luna y sus corrientes, porque había visto mi destino reflejado en tus constelaciones, y siempre fui muy de astronomía.


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