El especial encanto de los amores
perdidos es ese estado de semi-olvido al que se ven relegados. Un olvido
que nos inunda, nos mece y nos ahoga en soledad, pero que se reduce a una finísima
capa en la presencia de aquel que pertenece a una oportunidad pretérita Es una capa
que cubre las palabras, y la piel, y el más mínimo contacto la reduce a pedazos
entre los que se dejan ver recuerdos que vuelven a la memoria como el hijo pródigo
tras la batalla, cuando todos pensaban que jamás volvería.
Con un roce de piel al pasar el cigarrillo,
vuelve a los pulmones el humo del sexo mañanero fallecido. Con la primera nota de
una canción se desentierran todas las sonrisas muertas en combate, y cuando cae
del armario una camiseta prestada hace lo que parecen siglos, se recupera ese olor
pegado tanto tiempo a los sentidos.
El olvido no existe, porque todo es
nada, y todo al mismo tiempo. En el pasado, el futuro y el presente comparten el
mismo lecho con una serie de imágenes que se repiten constantemente en una sucesión
repetitiva en la cabeza de todo lo que he conocido como proyección de lo que espero
del futuro.
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