No repitas poesías de otras bocas al oído en susurros, a mí no
me vale el reciclaje de sentimientos de autores a dos metros bajo el suelo.
Tatúa besos verdaderos, nada de posturas autoimpuestas (a medias entre la
sociedad y la voz que resuena en la cabeza cuando la tuya calla). Para fingir
ya están las actrices porno, qué quieres que te diga, son demasiados en un
juego con reglas desiguales, y ya me estoy cansando de lanzar los dados y que
no me salgan más que unos. Despréndete del qué dirán como de la ropa una noche
de borrachera, y tírate a la tristeza contra la puerta del baño más sucio de la
ciudad. No se te ocurra darle tu número, por mucho que te insista, porque es de
las que se meten en tu cama, tu cabeza y tu vida con la facilidad de quien
respira. Tú imagina, si es la musa de los versos que iluminan las ventanas
solitarias a las tres de la mañana. (Y recuerda, que no es mentira que la gente triste
es la que más bebe, más alto ríe, y más fuerte folla.)
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