En mi pasado sangrante
hay un reguero.
Seco.
De pestañas
y pétalos de margarita.
Pero ahora
el aire que respiro
no lo envenena tu colonia.
Huele a lluvia.
A enhorabuena
y a despedida.
A orgullos heridos de guerra.
A vueltas y media de tuerca.
A rodillas fallidas,
castigadas contra el suelo.
El sol le duele a la mirada
por haber cerrado los ojos.
Para ver que no estabas.
Para no saber cuándo te fuiste.
Y ahora, abiertos de par en par,
no noto tu ausencia.
Lato mi presencia.
Y las ganas de vivir
del resucitado.
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