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viernes, 29 de enero de 2016

profugiciosamentidad

Ando demasiado deprisa para no saber a dónde voy. Pero es que todas las esquinas de Madrid esconden despechos, convirtiendo cada paso en una constante huida. Me dejé el rumbo en un banco del oeste al entender que cualquier beso puede ser una despedida.

Sabes, no tiene por qué doler tanto, ni tan largo. No tiene por qué colgársete del cuello la culpa de que llueva todos los días, dejando la noche en el fango, el sueño mojado, no húmedo. Y lo poco erótico de esa palabra, qué.

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