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lunes, 25 de enero de 2016

Hablemos

La tarde de ayer un buen amigo me transcribió con emoción la intervención de una chiquilla de diecisiete años en el debate del Círculo de Juventud de Madrid. Habló de la promiscuidad de su sentido común, más adulto que adolescente; de la claridad cristalina de sus palabras, y la voluntad de diálogo que desprendía cada una de sus palabras.

Ello me hizo pensar. Y pensé que, antes de la aparición de Podemos, el debate político estaba reservado a soporíferas sobremesas de más palabras que ideas y a mítines dispersos en el tiempo y la geografía española, orquestados con el único fin de recordarnos que nuestros representantes en el poder seguían vivos. La irrupción de los círculos morados provocó un brusco viraje de la situación. Cientos de personas se reunían para deliberar sobre materias de preocupación y alcance general, como puede ser el desempleo, la vivienda digna, la cultura o la jubilación.  Brotó de unas cenizas milenarias el diálogo.

Pero el carácter partidista del renacido debate tiene consecuencias. La primera y más tangible es que la conversación se ha restringido a los círculos, dejando huérfana a una gran porción de la sociedad de su necesaria parte en esta aproximación a la política. La política, ni más ni menos, que es condición, causa y finalidad de la ciudadanía, siendo la ciudadanía la red que nos salva de caer al vacío del egoísmo y el “sálvese quién pueda”.

La ausencia de un diálogo transversal y constructivo refleja nuestras carencias. Carencias inaceptables para una sociedad bombardeada a diario por la política: en el periódico, en la televisión, en la radio, en Twitter, en los bares, en el descanso del trabajo, en la panadería, en el ascensor… Y es que no tenemos ni idea de lo que hablamos. El fluir de las palabras se basa en un incesante repetir de opiniones robadas de titulares, envueltas en un halo de desconocimiento. ¿Y de qué nos sirve, más que para enaltecer este ego herido de víctimas del caos político?

De nada. Dejamos de ser ciudadanos. Dejamos de ser personas. Nos convertimos en individuos con opiniones marcadas a fuego en la sien, por las que fundimos a improperios al compañero de clase, al colega de la oficina, al conocido de la infancia que tenemos en Facebook.


Yo digo, deshagámonos de estas identidades politizadas que anulan nuestra idiosincrasia. Conversemos. Sin sesgos ideológicos o partidistas. Sin envanecimientos ni enfrentamientos injustificados. Tomemos conciencia de nuestros intereses y construyamos objetivos y vías hacia los mismos. Dialoguemos sabiendo que, aun existiendo la posibilidad de fracaso, al menos lo hemos hablado.

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