La tarde de
ayer un buen amigo me transcribió con emoción la intervención de una chiquilla
de diecisiete años en el debate del Círculo de Juventud de Madrid. Habló de la
promiscuidad de su sentido común, más adulto que adolescente; de la claridad
cristalina de sus palabras, y la voluntad de diálogo que desprendía cada una de
sus palabras.
Ello me hizo
pensar. Y pensé que, antes de la aparición de Podemos, el debate político
estaba reservado a soporíferas sobremesas de más palabras que ideas y a mítines
dispersos en el tiempo y la geografía española, orquestados con el único fin de
recordarnos que nuestros representantes en el poder seguían vivos. La irrupción
de los círculos morados provocó un brusco viraje de la situación. Cientos de
personas se reunían para deliberar sobre materias de preocupación y alcance
general, como puede ser el desempleo, la vivienda digna, la cultura o la
jubilación. Brotó de unas cenizas
milenarias el diálogo.
Pero el
carácter partidista del renacido debate tiene consecuencias. La primera y más tangible
es que la conversación se ha restringido a los círculos, dejando huérfana a una
gran porción de la sociedad de su necesaria parte en esta aproximación a la
política. La política, ni más ni menos, que es condición, causa y finalidad de
la ciudadanía, siendo la ciudadanía la red que nos salva de caer al vacío del egoísmo
y el “sálvese quién pueda”.
La ausencia de
un diálogo transversal y constructivo refleja nuestras carencias. Carencias
inaceptables para una sociedad bombardeada a diario por la política: en el
periódico, en la televisión, en la radio, en Twitter, en los bares, en el
descanso del trabajo, en la panadería, en el ascensor… Y es que no tenemos ni
idea de lo que hablamos. El fluir de las palabras se basa en un incesante repetir
de opiniones robadas de titulares, envueltas en un halo de desconocimiento. ¿Y
de qué nos sirve, más que para enaltecer este ego herido de víctimas del caos
político?
De nada.
Dejamos de ser ciudadanos. Dejamos de ser personas. Nos convertimos en
individuos con opiniones marcadas a fuego en la sien, por las que fundimos a
improperios al compañero de clase, al colega de la oficina, al conocido de la
infancia que tenemos en Facebook.
Yo digo, deshagámonos
de estas identidades politizadas que anulan nuestra idiosincrasia. Conversemos.
Sin sesgos ideológicos o partidistas. Sin envanecimientos ni enfrentamientos
injustificados. Tomemos conciencia de nuestros intereses y construyamos
objetivos y vías hacia los mismos. Dialoguemos sabiendo que, aun existiendo la
posibilidad de fracaso, al menos lo hemos hablado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario