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martes, 26 de enero de 2016

Día de fango y lluvia

Se despegó el pasado de su piel como la etiqueta de un botellín de cerveza. La lluvia arrastró dolores a las alcantarillas, donde harían migas con la indigencia de valores. Límpido y sereno el caminar de la paz del alma, bajo una llovizna imperceptible pero insistente que derrotaba los monstruos con una calma imperturbable y ganas de borrar odios y rencores. Se sucedían pasos y charcos, en un vals incomprendido. Pie izquierdo, pie derecho, adelante, a un lado, atrás, al otro lado, vuelta, giro, redoble.  Las nubes se agitaban por sus propios motivos, ignorantes de la turbiedad del fondo humano. Independientes, en algún punto del cielo. Lejanas de cualquier intento de roce de unas yemas con media de atrevimiento y un cuarto de irreflexión. Lloraban por amor al arte, dejando a cada uno la tarea de imaginar sus motivos.


Un sol cobarde escondía sus miedos, esperando que llegase el relevo de la luna floreciente. Suspiros empantanados. Ganas de huir frustradas por la inundación del ánimo. Marismas en las ruedas de los guarecidos, de los histéricos, de los aterrados. No osó el húmedo terreno ofrecerse a la cálida caricia, disfrutaba del frío y la pena, haciendo sufrir como él sufría. Bendita declaración de intenciones desintencionada. Traqueteo de la inconsistencia y último aleteo de mariposa.

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