Se despegó el pasado de su piel
como la etiqueta de un botellín de cerveza. La lluvia arrastró dolores a las
alcantarillas, donde harían migas con la indigencia de valores. Límpido y
sereno el caminar de la paz del alma, bajo una llovizna imperceptible pero
insistente que derrotaba los monstruos con una calma imperturbable y ganas de
borrar odios y rencores. Se sucedían pasos y charcos, en un vals incomprendido.
Pie izquierdo, pie derecho, adelante, a un lado, atrás, al otro lado, vuelta,
giro, redoble. Las nubes se agitaban por
sus propios motivos, ignorantes de la turbiedad del fondo humano. Independientes,
en algún punto del cielo. Lejanas de cualquier intento de roce de unas yemas con
media de atrevimiento y un cuarto de irreflexión. Lloraban por amor al arte,
dejando a cada uno la tarea de imaginar sus motivos.
Un sol cobarde escondía sus
miedos, esperando que llegase el relevo de la luna floreciente. Suspiros
empantanados. Ganas de huir frustradas por la inundación del ánimo. Marismas en
las ruedas de los guarecidos, de los histéricos, de los aterrados. No osó el
húmedo terreno ofrecerse a la cálida caricia, disfrutaba del frío y la pena,
haciendo sufrir como él sufría. Bendita declaración de intenciones desintencionada.
Traqueteo de la inconsistencia y último aleteo de mariposa.
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