Existen los días tristes sin motivo aparente. El salir del
sol no calienta ni ilumina. El suelo es más duro, más frío, más hostil. Las
sábanas son mortaja. El lecho, desencuentro. Amargo el café, amarga la vida.
Paso tras paso, sucesión discontinua de rivalidades con los pájaros. Duelen los
ojos, duelen la cabeza, duele el corazón. De protagonista a espectador,
disforia irreverente, dolor prolongado, amargada medianía, placer secuestrado.
Son montañas las rutinas, pesa toneladas el cepillo de dientes, está duro el
volante, dura la existencia. Las lágrimas se agolpan, se golpean, palpitan en
las mejillas, hacen carreras para ver quién llega antes a la barbilla. Hay un
motivo para todo, hay motivo para la tristeza injustificada.
Y es que esos días son días de luto por todos aquellos que
no han tenido a alguien que llore su partida irreversible.
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