Y heme aquí. Un año más. Un porro
en una mano y el corazón en un puño. Una puerta que ya no puedo abrir, ya no
quiero cerrar, que quedará entreabierta. Puñetera la manía de enamorarme de las
piedras. Amor propio desviado, reconducido y perdido de mala manera. Me lo
aposté de primeras con la autodestrucción, y se lo llevó como las huellas la
marea.
Año más, año menos. No le
importan los días a la experiencia. Amiga del dolor. Íntima mía. Hiroshima en
el pecho, destrucción del esternón, catatonia que no me deja. Como no me abandona el recuerdo, del todo y
la nada al mismo tiempo. ¿Qué es la nada? ¿Qué es el todo? Me desvanezco.
Me abandono.
Me sobrevivo.
Pero luego me perdono, y en estas
te escribo. Y luego esquivo tu mirada intermitente. La duda. Me asalta la duda.
El cambio que viene, me precede, aconseja y determina. Ya no son tus ojos. Ni
la lluvia. Mi ventana es de interior y he echado las cortinas. Que el sol se
desvanezca en los cristales y tiña de blanco la sal.
Esos ojos…
No me culpo si pienso en futuro.
Y desecho el pasado a las telarañas de las esquinas de mi mente. Cebo y
sustento. Que dejen solo lo iluminado y le den un toque de azul a la memoria.
Entierro
la cabeza otra vez en el agujero del olvido. Será la droga.
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