Si el reducirme a una esquina de
mi cama es consecuencia de un mal funcionamiento de mis neuroquímicos, yo me
cago en la serotonina. En la serotonina, y en el mundo. Y en el mundo, y en el
amor. Yo me cago en el amor, por no poder sentirlo, y sentirlo tanto en falta.
Por no sentir más que dolor, que vacío y que aburrimiento. Aburrimiento ante la
vida, ante el paso incesante de noches, y a veces de días, y todo ello sumido
en un abrazo que me doy a mí misma. Me cago en el amor, sí, en el amor que
tantos se proclaman sin saber cómo se escribe con sangre. Me cago en las
máscaras, cuyo reinado absoluto es la lacra del siglo veintiuno. Me cago en la
gente, y en sus ganas de hacer sufrir, de reír a coste ajeno, de esconderse en
falsos sentimientos y en labradas apariencias. Yo me cago en ellos, pero ellos
se cagarán en su madre cuando, asomándose a la caja de pino, en retrospectiva
no vean más que tiempo desperdiciado y engaños. Me cago en todo, y me cago en
cagarme en todo, que no sirve de nada más que para engendrar odio, un odio que
no hace falta en un mundo en el que se mezcla con el sudor, las lágrimas y la
sangre de todas las personas. Me cago en todo, pero lo hago con la boca
cerrada, con cuidado de no pensar muy alto, y de no salirme del camino de las
baldosas amarillas, vaya a ser que me caiga, me rompa una pierna y no pueda
ganar la maratón para la que me lleva entrenando mi padre paralítico para que
cumpla mi sueño. Me cago en las sensiblerías, joder. Y en el cine americano. A
ese, mierda doble no, triple, o incluso con una ración de más. Me cago en lo
que ha hecho con el mundo. Me cago en los estereotipos, y en la necesidad de
ajustarse a ellos. Me cago en las faldas cortas y en el Axe. Me cago en los
homófobos, los racistas, y, ya de paso, en Steve Jobs. Me cago en Israel y en Estados Unidos. Me cago en
el imperialismo de sangre y la injusticia, y en la violencia, sea de género o
simplemente de genocidas acomplejados. Me cago en el Estado Islámico, y en Boko
Haram, y en la lagrimilla que se me escapa cada vez que veo las noticias. Me cago en Dios, y en todo lo que representa. Y cuando
me cago en Dios, me cago en Alá, en Budda y en el capitalismo, santo patrón de
la era contemporánea. Me cago en mi madre, por haberme traído a un mundo tan oscuro como blancas pueden llegar a ser las nubes.
Pero qué más da en lo que me cague o me deje de cagar, que
en un mundo hundido en la mierda hasta las rodillas, todo mi veneno poco puede
intoxicar. Pero al menos dejo el vientre a gusto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario