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miércoles, 11 de marzo de 2015

Qu'est-ce que c'est ça? Pues un mundo de mierda.

Si el reducirme a una esquina de mi cama es consecuencia de un mal funcionamiento de mis neuroquímicos, yo me cago en la serotonina. En la serotonina, y en el mundo. Y en el mundo, y en el amor. Yo me cago en el amor, por no poder sentirlo, y sentirlo tanto en falta. Por no sentir más que dolor, que vacío y que aburrimiento. Aburrimiento ante la vida, ante el paso incesante de noches, y a veces de días, y todo ello sumido en un abrazo que me doy a mí misma. Me cago en el amor, sí, en el amor que tantos se proclaman sin saber cómo se escribe con sangre. Me cago en las máscaras, cuyo reinado absoluto es la lacra del siglo veintiuno. Me cago en la gente, y en sus ganas de hacer sufrir, de reír a coste ajeno, de esconderse en falsos sentimientos y en labradas apariencias. Yo me cago en ellos, pero ellos se cagarán en su madre cuando, asomándose a la caja de pino, en retrospectiva no vean más que tiempo desperdiciado y engaños. Me cago en todo, y me cago en cagarme en todo, que no sirve de nada más que para engendrar odio, un odio que no hace falta en un mundo en el que se mezcla con el sudor, las lágrimas y la sangre de todas las personas. Me cago en todo, pero lo hago con la boca cerrada, con cuidado de no pensar muy alto, y de no salirme del camino de las baldosas amarillas, vaya a ser que me caiga, me rompa una pierna y no pueda ganar la maratón para la que me lleva entrenando mi padre paralítico para que cumpla mi sueño. Me cago en las sensiblerías, joder. Y en el cine americano. A ese, mierda doble no, triple, o incluso con una ración de más. Me cago en lo que ha hecho con el mundo. Me cago en los estereotipos, y en la necesidad de ajustarse a ellos. Me cago en las faldas cortas y en el Axe. Me cago en los homófobos, los racistas, y, ya de paso, en Steve Jobs. Me cago en Israel y en Estados Unidos. Me cago en el imperialismo de sangre y la injusticia, y en la violencia, sea de género o simplemente de genocidas acomplejados. Me cago en el Estado Islámico, y en Boko Haram, y en la lagrimilla que se me escapa cada vez que veo las noticias. Me cago en Dios, y en todo lo que representa. Y cuando me cago en Dios, me cago en Alá, en Budda y en el capitalismo, santo patrón de la era contemporánea. Me cago en mi madre, por haberme traído a un mundo tan oscuro como blancas pueden llegar a ser las nubes.


Pero qué más da en lo que me cague o me deje de cagar, que en un mundo hundido en la mierda hasta las rodillas, todo mi veneno poco puede intoxicar. Pero al menos dejo el vientre a gusto.



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