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jueves, 26 de marzo de 2015

El lamento del esquirol

Hoy, día 26 de marzo, he de confesar al dios que esté dispuesto a escucharlo, que he pecado. He pecado no para con los valores impositivos propios de un culto, o conforme a las expectativas que de mí ha podido tener o dejar de tener el resto de la sociedad, sino para conmigo misma.

Hoy, he ido a clase en un día de huelga. Y sí, muchos reirán ante el tormento causado por tal pequeñez, pero la relatividad de la perspectiva me otorga permiso para atormentarme hasta por la longitud de mis pestañas. Y así me propongo a hacerlo.

No comprenderán, tales personas, lo que es caminar por el pasillo vacío de una facultad caracterizada por el bullicio y la vida. No comprenderán el sentimiento de alienación y de yugo que supone percatarse de que el resto de clases permanecerán cerradas la mañana. Que solamente el personal asalariado ha acudido a sus puestos, mientras que los demás estudiantes se han mostrado firmes en su empeño.

Llámesele Pepito Grillo pateando en mi vientre, llámesele culpa haciendo hervir mis fluidos gástricos, el corazón bajó unos centímetros y se hizo un puño palpitante que no hacía más que recordarme mi innegable condición de traidora.

Caí en la traición a los valores que yo misma enarbolo y de los que hago mi bandera. Aquellos que he configurado para mi ser y una vida digna y sin culpa, como lo único que podemos hacer nuestro en una época como la contemporánea, en la que hasta el cuerpo está sometido al juicio de la mirada ajena, y a los cánones que ésta dicta cuando arquea una ceja.

No quiero tacharme, sin embargo, de hipócrita, pues ello supondría una necesidad de coincidencia entre aquello en lo que me he pronunciado y aquello que se ha reflejado de mis actos, y esto se deriva, en último instancia, del juicio ajeno, y no es ese el que me preocupa, sino el propio.
He sido, pues, esquirol de una huelga que considero más que necesaria, que trata de ser piedra en el camino de la elitización de los estudios, que no ha comenzado en este último decreto-Ley del amigo Wert. La educación actual es instrumento de sometimiento y de anulación intelectual del pueblo, y eso no es algo que se vaya a derivar de la reducción de la duración del grado a tres años. No. Es el veneno que inunda las venas del sistema educativo.

Y hace tal cosa por resultar beneficiosa a aquellos que ostentan el poder, ciertamente. Se nutren de la ignorancia del pueblo, al que atontan aún más, tanto mediante entretenimiento banal –una programación televisiva simplemente repugnante- como mediante una ideología del sometimiento, que no es otra cosa que el inculcar unos valores antihumanistas, que suponen el envilecimiento de toda bondad humana. Todo ello, para conseguir aborregar a un pueblo aborregado que le entregará su voto envuelto en papel de regalo y con un lazo rojo, tras un vil juego electoral basado en el “tú eres tonto”, “pues tú más” como el actual.

Esto es, por ejemplo, la creación del término “éxito” y su antítesis “fracaso”. Su asimilación por los individuos que viven en una sociedad que no hace más que referencia a los mismos (eres un fracasado si no tienes un salario digno, eres exitoso si conduces un Mercedes) conlleva la creación inmediata de expectativas acordes a lo que tal sociedad dictamina de manera implícita.

Todo esto se puede traducir de las palabras que los guionistas del Club de la Lucha quisieron poner en un personaje tan paradigmático como Tyler Durden: "La publicidad nos hace desear coches y ropas, tenemos empleos que odiamos para comprar mierda que no necesitamos. Somos los hijos malditos de la historia, desarraigados y sin objetivos. No hemos sufrido una gran guerra, ni una depresión. Nuestra guerra es la guerra espiritual, nuestra gran depresión es nuestra vida. Crecimos con la televisión que nos hizo creer que algún día seriamos millonarios, dioses del cine o estrellas del rock, pero no lo seremos y poco a poco lo entendemos, lo que hace que estemos muy cabreados."
Tal es la esencia de un sistema capitalista en el cual el más mínimo índice de camino alternativo, supone un síntoma de debilidad del individuo y un atentado a la estabilidad del propio sistema.

Explico todo ello como antesala a una especie de justificación de lo que hoy he hecho, como muchos otros, como todos los que, en última instancia, ni siquiera han apoyado la huelga. Tenemos inherente una concepción del fracaso que nos han vendido, programado e insertado en nuestros cerebros, que, carentes de espíritu crítico, adoptan tal sentimiento exógeno como propio, y orientan su vida en torno a él, para acabar muriendo con la conciencia intranquila de quien tiene la certeza de que ha malgastado su vida. Nos dicen que un fracasado es aquel que suspende, pero yo llamo fracasado al que vive sin saber dónde, cómo o por qué es como es realmente. Tachan de ineptos a aquellos que no aprueban todas sus asignaturas con una media de, mínimo, notable, pero yo no dudo en tachar de borregos a aquellos que se someten a lo impuesto, obedecen y memorizan kilos de información tanto innecesaria como perniciosa para su enriquecimiento real como personas, solamente para poder vomitarlo el día del examen y colgarse la medalla de haber sido el sobresaliente.

No te vas a llevar tus notas de la universidad a la tumba, amigo mío, pero sí nos podremos llevar todos, sin duda alguna, el orgullo de haber sido la generación titánica de Crono, los hijos del sistema que pudieron aniquilar a su padre por haber sido una aberración en contra de los verdaderos dictámenes de la conciencia. Eso, claro está, si el trabajo en equipo se torna una verdad más allá de la teoría y el compromiso de palabrería.

Odiarme a mí misma no servirá para limpiar mi conciencia, ni una explicación racional de lo que me ha llevado a ir a clase para que no pusiesen una nota en mi expediente que me condujese directamente al suspenso e, indirectamente, al “fracaso”, para limpiar la traición a mi ser, y a todos aquellos que están bajo la tutela del sistema educativo actual.


No hay cambio sin lucha, y nuestra lucha será contra un sistema de valores que no es realmente nuestro, nuestro campo de batalla la conciencia y nuestras armas el espíritu crítico. No debemos dejar de guía a nuestras acciones el temor a la muerte, sino a una vida no digna.

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